Mojadito


El Donald quiere poner un muro en el cual van a rebotar los migrantes. Ellos tal vez no lo sepan porque siguen pasando por mi ciudad.

El crucero de Venustiano Carranza y Luis Mora es el lugar para encontrarlos. O que te encuentren. Pasas por ahí en carro y ves negros de Haití, morenos centroamericanos, tatuados de la Mara, flaquitos con acentos extraños y morritos con buenas nalgas.

—Padre, ¿no me ayudas para el camino?
—¿Qué te falta, mijo? —dije— ¿Una buena cogida? —pensé.
—No he comido desde ayer.
Todo el mundo miente dice el Dr. House. En la parroquia que está a tres calles les dan de comer gratis. Hambre, de comida, no trae.
—Si quieres te invito algo porque yo tampoco he comido.
Su mochilita de Dora la exploradora, los tenis desgastados, el pantalón roto de las piernas, su gorra con la bandera gringa y sus ojos café claros se congelan por un instante.
—Si quieres súbete ya porque va a cambiar el semáforo —Sí, sé presionar.
Voltea para la plaza, busca alguien, me ve, lo piensa, se decide y se monta en el asiento del copiloto. Ya xingamos quiero pensar.

Se sube serio, tal vez veinte años, buen paquete, las manos en las rodillas.

Se llama Andrés, viene de El Salvador, lleva un mes de camino, quiere llegar a Laredo, abre y cierra las piernas, de nervios, supongo.
—¿Estás nerviosos o te andas miando? —le pregunto mientras le detengo la rodilla. Se tensa pero aún no de ahí.
—No. ¿A dónde vamos?
—Te invito a comer a mi casa ¿quieres? —mi mano le apretó suave mientras hacía la pregunta.

Se tarda en responder pero no quita mi mano ni deja de mover las piernas —Sí, está bien.
Llegando a casa, antes de retirar mi mano de su pierna le, agarro algunos vellitos por la rotura de su pantalón —¿Pares o nones?
No sabe qué responder pero veo que su non ya está más grande, la sobada funcionó.

—¿Te quieres dar un baño mientras preparo la comida? —la casa invita.
Mudo.
—Ven, pásale. Aquí está la regadera, sí, sí, no hay puerta pero no hay nadie. Agua fría, agua caliente, toallas, jabón, shampoo, y si gustas te regalo unos calzones.
Balbucea un gracias. Me ha dado el tufo a sudor y apuesto lo que quieras que le huelen las patas. No hay pedo, se va a bañar. Por ahí tengo unos tenis no tan viejos igual y calzamos igual.
—Ahí está el baño si lo ocupas. Tárdate lo que quieras, haré de comer.

Desde la cocina se ve mi recámara, no hay mucho que hacer sólo meter al micro. Lo dejo que se relaje un poco y se sienta en confianza. Lo veo desnudarse por el espejo. Una espalda ancha, unas nalgas preciosas, el pantalón no me mintió, un tatuaje en el omóplato, el frente aún no lo veo.

El agua corre y yo también. Entro al cuarto y está bajo el chorro de la regadera. Hace calor así que el agua es fresca. Me da la espalda mientras se moja la cara. Ignoro si sabe que estoy detrás suyo. Me desvisto totalmente. Hago ruido con la hebilla de mi pantalón. Indudablemente sabe que estoy aquí. Se gira lentamente y me muestra su erección. Sí, calzamos del mismo número. Se deleita viendo como mi pene cambia de tamaño. Su verga apunta al cielo y da un respingo. Le gusta lo que ve. La tomo de mi base y hace lo propio. Él mojado y yo seco. Arriba y abajo, me la da a desear. Camino lento a la regadera, se muerde los labios y eso me prende. Espera que lo toque pero sólo le ofrezco mi trozo. Acerca el suyo y jugamos unos leves espadazos. Me llega al pecho y no sube la mirada, está entretenido viendo lo que le ofrezco. Lo tomo de su hombro y empujo hacia abajo. Ofrece una leve resistencia que no tardamos en vencer. A ver a qué sabe, me dice. Prueba, le ofrezco. Se ha prendido como becerrito hambriento, creo que de esto era su apetito. Pelo completamente negro y escurriendo chorros de agua que se reparten entre su barbilla y mis testículos. Lo sabe hacer bien. Yo también, por ello le regreso el favor. Levanta sus brazos y veo su abdomen plano, te diría que con cuadritos pero por ser flaco no cuentan mucho. Igual los acaricio con palmas y lengua, me clavo en su ombligo y en el nacimiento de su pubis. Gime quedo.

Cierro la llave, lo cargo y lo llevo a la cama, sus confirmados veinte años no pesan. Mojados los dos, sólo le pido que tome la toalla y la arroje sobre la cama. Lo dejo caer. Su cuerpecito lampiño se estira en el colchón. Su erección hace lo mismo. Le regalo una mamada lenta y cachonda, le incluyo lentamente los huevos y breves lenguetazos al anillo. Al principio me quiere detener, me empuja la cabeza pero soy terco y logro lo que quiero. Cede. El culito lampiño, fresco y limpio por el baño reciente. Afuera quedó el mojadito chamagoso, ahora es como cualquier cosita limpia que te has tirado en esta cama.

Hora de comer, me pongo en pie y le ofrezco mi trozo. Recostado mama cerrando los ojitos. Hambriento de carne lo disfruta con su lengua, con los labios, con el interior de sus mejillas. Suspira. Tal vez recuerde a alguien. Yo, tal vez, me esté acordando de ti. Mama genial y lo dejo hacer. Me trepo a la cama, le separo las piernas y me acomodo entre ellas. Acerco mi verga a la suya y definitivamente calzamos igual, él más delgado, yo más cabezón. Ahora al aire le queda el culo y aprovecho para acercarle mi glande. Unos cancos bien acomodados le tensan sus manos que detienen mis muslos. Soy amante de los deportes extremos pero aquí decido ser prudente, este niño trae muchos kilómetros recorridos y hablo literalmente. Alcanzo un condón y lubricante. Sabe lo que viene y se vuelve a morder lo labios. Se ve tan inocente...



Vestido para la ocasión, latex y lub, procedo a hacer la faena. Despacio, pide, despacio doy. Siento como va cediendo ese anillito de carne, me deja entrar, de pronto un espsamo lo cierra, me detengo y espero, afloja, sigo, acabo de asomar mi cabeza, curioso que es uno. Dientes en labios. Más, empujo, deslizo lento y sus manos de nuevo aprietan mis muslos. Sigo y clavo hasta el fondo. Me ha recibido y parece aguantar. Bien. Empezamos el bamboleo, primero suave, ahora recio. Suave, recio. Ahora sus manos me tocan el pecho. abre los ojitos, me ve y sonríe. Es lindo. Duro y gime. Me esta prendiendo y él también. Sudamos ambos pero mi sudor le cae en el pecho, un poco en el rostro, en la comisura de sus labios. su lengua busca la gota y la lame. Empieza a gemir más fuerte, lo acompaño con más fuerza, creo que acabaremos juntos y creo bien. Su leche espesa le baña el abdomen y una tetilla, calculo semanas sin venirse. Me aprieta con mucha fuerza los muslos y la base del pene. Uno, dos, seis espasmos compartidos. Wow.


Sale mañana, si no se quedaba, me dice. Se va comido, bañado, vestido y cogido. Se ve lindo con una playera mía que le queda grande, con unos tenis que le quedan bien, y una bermuda porque mis pantalones de plano no le quedan ni de chiste. Lo que sí le quedó fue el culito adolorido, según dijo. Un buen recuerdo, algo de ropa y comida, unos billetillos, no pedidos, para el camino y la promesa de mandarme un mensaje cuando pase la frontera.

Bendito Trump, sigue deteniendo migrantes así.


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