Arquero


El deporte es bueno para la salud.

Mi deporte favorito: Sexo estilo libre.


Domingo 6.10 a.m. Me pesa mucho levantarme tan temprano cuando el resto de la gente aún duerme o muchos de ellos no se acuestan... aún.

Me bañé para terminar de despertar, me he puesto un pants sin ropa interior, tenis, una playera, gorra para completar el cuadro, tenis sin calcetines. Deportista. Afuera siguen las luminarias cuidando la madrugada. Mi auto entra en calor lo mismo que yo imaginando lo que me puedo encontrar el día del señor.

Las avenidas cobijan madrugadores o desvelados: vendedores de periódicos, agentes de tránsito, corredores domingueros, antreros de larga duración. Y a mí, dispuesto a empezar mis ejercicios matutinos. Cacería.

Estaciono mi auto a dos calles del lugar de los hechos, ese que pomposamentre se anuncia como "El lugar sin límites", El Arcoiris tan famoso de aquellos tiempos, camino entre mocosos crudos, niñas ebrias, taqueros cansados. La esquina del super siete un aparador de jotitos obvios, refrescos, morritos pelones, comida chatarra, niñas emmo, periódicos, huercos calientes y un arquero, del cual jamás me imaginé que tuviera gustos exquisitos, toma la iniciativa...
— Oye, compi, préstame cinco pesos, ¿no?
— ¿Y para qué quieres cinco pesos? —propongo el juego.
— Pa' completar mi camión, we.
— ¿Te viniste sin dinero?
— Me compré una soda y unos fritos, traía un chingo de hambre, men. Me quedé sin lana. Sobres, ¿no?
— Y si yo te doy cinco pesos, ¿tú qué me das?
Una risa pícara lo delata.
— Neeeeh, yo no le hago a eso, Mai. Entra al antro, ahí hay un chingo de jotillos. Soy machín.
Claro, y si no te alejaste de ahí ofendido adivinando mis intenciones digo — Yo también, ¿cual es el pedo?
Sus ojos verdes sonríen, se toca el rostro, sopesa la situación, voltea para otro lado, se siente nervioso pero se le empieza a notar lo interesado.
— Sobres —presiono—, vámonos en mi carro y te ahorras el camión, te dejo en tu casa. Va, así braviado.
— ¿Nomás así porque sí?
— No, si quieres llegamos antes a mi depa y nos echamos unas cheves.
— Pero yo no le hago a eso...
— Ni yo, entonces ¿a qué le tienes miedo?
El sol amenaza con salir tras el cerro de la silla.
— ¿Dónde está tu carro?
¡Bingo!

El cielo está claro pero las luminarias continúan encendidas; me dice que va echar una miada, escoge la pared; me subo al auto esperando que no pase ninguna patrulla porque si lo pescan orinando lo detienen, si lo detienen me menciona y si me menciona... esa novela estaba maquinando cuando su sombra me sacó de concentración. Se ha puesto a orinar un metro adelante de la puerta de mi coche, me da la espalda y veo sus boxer asomando sobre el pantalón, el culo perdido entre tanto trapo, pero... la luz mercurial proyecta su sombra contra el muro y me deja ver que su herramienta está al cien, el chorro de orina brota de un pene erecto. Creo que ya sabe a qué va y me parece que le agrada la idea. Vamos bien.

Se ha montado de copiloto y el pantalón aguado oculta lo que la luz me develó. Dos calles son suficientes para tomar confianza y otra cosa. Definitivamente sigue erecto. —Muéstrame— le digo y accede. Manejar un coche automático con una mano en la palanca de velocidades, en esa palanca de velocidades, me pone duro. Se siente el calor, la firmeza, el gozo y los deseos de Arquerito. Amén de la venas, el precum, su prepucio y vellitos en el pubis. Las calles desiertas guardarán el secreto.

Finalmente hemos llegado al depa. No quiere cama. No es gay. Nomás me la chupas, dice. Bueno, ni hablar, ¿qué más puedes pedir aparte de un huerquete guapo de buen cuerpo, dotado, güerito caliente, totalmente varonil dispuesto a dejarse mamar? Sí, lo sé, que se deje coger, pero no abuses de tu suerte.

Le presento "La sillita de mamar", se ríe sin entender, le pido que se quite la ropa y —no, nomás así, yo no soy gay— esta parte me encanta y la que me enseña a continuación aun más. Está bien, acepto que sólo la asome por el ziepr abierto. De pie y yo hincado lo hago gozar. Le pido que tome asiento y ahora comprende por qué se llama así la silla que ahora ocupa. Es una silla de las que usas para un día de campo: de lona, plegable, que se hunde cuando tomas asiento. Siendo más baja y suave que una silla normal su pene queda en una altura y pose especial para esta maniobra. Mis manos aprovechan y desatan el raro cinturón, la práctica hace al maestro, levanto su playera y trapos adyacentes, me sorprende su abdomen marcadito y lampiño, jaló el pantalón y sin fuerzas se resiste, ha quedado en boxer matapasiones con su virilidad bien despierta. Quiero bajar la prenda que queda y dice —¿no, pa´qué? así mero—. En unos minutos mi lengua lo ha convencido de pa'qué. La ropa en los tobillos me indican que está más para allá que para acá.

Vuelan los convers y finge que la ebriedad hace efecto, la aguadencia que lleva por pantalón ha terminado lejos de ahí, lo mismo que sus boxers. Las piernas abiertas, su tesoro apuntando al techo. Los suaves testículos cubiertos de vellos rubios. La playera a la altura de su cuello, la camisa abierta. Si tuviera una cámara ya estaría en mi salón de la fama pero me conformo con que esté un rato en mi boca.

Pienso en mis alternativas "A": lo goza bastante; "B": soy muy bueno en esto. Definitivamente creo que me voy por la opción "C": Todas las anteriores. Se ha olvidado que no es gay y yo recuerdo que soy activo. Las piernas en el aire me dejan jalar su cuerpo hacia mí, su espalda hundida en el hueco de la sillita de mamar, su cabeza recargada en el resplado, su culo a mi entera disposición. Toma. Gime por sentir algo que nunca había sentido. El extraño sabor de un culo no recién bañado es un barato afrodisíaco. Sus gemidos lo complementan. No me había dado cuenta, hasta ahora, que yo sigo totalmente vestido pero la ventaja de usar pants es que de inmediato revela mi interés y, en seguida, es sumamente fácil ponerlo a la vista. Sigo hincado con los pantalones en mis rodillas, ya no estoy mamándole, ahora, sin liberarle los tobillos, me acerco totalmente erecto a él.

Lo especial de esta silla es su ergonomía: Yo hincado quedo justo a la altura de la zona de interés de mi víctima. Me arrimo y pone cara de asustado, le aseguro —no te la voy a meter—, afloja y me deja juntar ambos pedazos de carne duros y calientes. Los tomo con mi mano soltando uno de sus tobillos; me hace gracia que de cualquier manera esa pierna libre sigue en el aire. Hago una puñeta doble, las carnes se frotan y se siente no sólo el roce de la mano con un pene, sino de la mano aprisionando ambas vergas. Le gusta, lo veo, mido su reacción, parece estar cerca, aflojo el ritmo, pasa la urgencia. Acelero de nuevo y con mi otra mano, libre ahora, le guío la suya a ese suculento manjar de carne tártara. Ambas piernas descansan abiertas en el suelo, su erección sigue al cien. Con reservas toma ambos trozos pero en un instante le agarra el truco. Las mueve firme, aprieta los dedos y el contacto forzado de ambos penes los endurece aun más. El cielo.

Lo he dejado que se caliente solo y a su ritmo, le vuelvo a levantar las piernas y me hundo nuevamente, lengua de pormedio, en su culo mojado, caliente y, constato ahora, dilatado. Al estar con la cabeza metida entre sus piernas, de reojo veo como estira el cuello y cierra los ojos, aprovecho para alcanzar el bolsillo de mi pants y sin hacer ruido ni levantar sospechas, saco un condón; Abrirlo rápido, con una mano y dientes, ponértelo sin ver, rinde sus frutos; en menos de lo que el gime dos veces estoy listo para lo que sigue. Y lo que sigue es un arrimón sin miramientos de mi pene a su culo preparado. No lo dejo reaccionar y firme pero lento se lo dejo ir.

Resbala tan suave y con una resistencia deliciosa que abre los ojos con sorpresa pero inmediatamente abre su boca de placer. Ese gemido profundo y hondo me confirma lo que grita mi pene: Estoy adentro. Lo sé, se lo he dejado ir de un chingadazo pero sin dolor, no hay mejor lubricante que una serie de cachondos besos negros. Me soporta. El incesante bamboleo me pone más duro y lo nota, sus bazos tras mi cuello me dicen que no quiere que me salga, sus piernas en el aire siguen el suave ritmo que le estoy imprimiendo. Arquero, que rico estás.


Siendo yo más corpulento que él pretendo hacer algo que hace mucho no intento: he pasado mis brazos por su cintura, le pido que se afiance de mi cuello, al hacerlo la cercanía de su rostro me deja percibir su aliento dipsomaníaco y en un esfuerzo sobrehumano, okey, ayudado por el dopaje de ese momento tan caliente y el tufillo de muchachito ebrio, me pongo en pie levatándolo en vilo. Lo logro y camino unos pasos cargándolo con mi verga clavada en su culo. Le gusta la sensación de mi caminar y le hace gracia vernos en el espejo. Me abraza con brazos y piernas. Pesa, así que lo deposito en la cama y sólo soporta unas cuantas arremetidas más. Se vacía sobre su abdomen y su ano me comunica sus espasmos. Me vengo yo también.

Después del momento justo para que ambos normalizemos nuestras respiraciones, me gira liberándose de mi peso, se saca mi pene semierecto, y en lo que yo me deshago del cuerpo del delito, él ya está vestido esperándome en el vano de la puerta. Las mejillas sonrojades le brillan.

Una breve plática de regreso hace de mi conocimiento: Que le gustó esta su primera vez, su número telefónico, que va bastante seguido a ese lugar y que si quiero lo busque la próxima semana.

— ¿Te llevo a tu casa?
— Mejor déjame en el antro y me das pal camión.
— ¿En la entrada?
— Sí, ahí en la entrada del Arco está bien.
— Como digas, Arquero.



Ceterro

Marzo 2010


Clases particulares.


"Y junto al mar la fiebre
que me llevó a su entraña"
Favio.



Bacalar es un heptagrama cromático.

Azul cielo. Hoy hubo torneo de natación, casa llena de competidores y tuve la suerte de encontrar alojamiento. A la orilla de la carretera, lejos del centro del pueblo. Y lejos es un decir porque el pueblo no mide más de diez cuadras en la dirección que elijas. Tiene sus ventajas quedarte lejos de los conocidos.

Las benditas redes sexuales, diría tu presidente, te evitan el trabajo de salir a caminar, ver cuerpecitos ricos, apostarle a que tengan gustos refinados, les encante comérsela y terminen en tu cama. En lugar de eso me dedico a revisar perfiles cercanos, pocos del pueblo, muchos de Chetumal o Tulum y si le sigues rascando Cancún y puntos circunvecinos.

Azul celeste. Yo no inicio, sólo respondo. Como en cualquier lugar que prendas la aplicación te toparás con algún perfil que reza "El que quiera azul celeste que le cueste". Para qué pagar habiendo tanto platillo gratis. Hay mucho fuereño por la competencia. La mayoría con cama incluida pero tendría que ir. Traigo weba, cinco kilómetros nadados en la mañana en la laguna me dejaron relajado, que no cansado, y curiosamente muy caliente. Amén de que quiero probar las delicias culinarias locales no quiero chilangos u otras carnes foráneas por más deliciosas que las haya visto en la competencia.



Azul turquesa. Dieciocho metros dice la app. Claro, es la cosita delicada de la recepción. No sé, tal vez lo deje para mañana. Traigo antojo de algo más varonil, más aguantador, menos flaco, más nalgón. Paso. Sigo navegando por los mensajes recibidos por el amarillo de mi celular y finalmente algo llama mi atención. Veintiuno, moreno, patillo de la región, una linda cara autóctona, un culo que me apetece. ¿Vienes? Voy. Eso es todo, pasa al cuarto. Te veo afuera, a la orilla de la carretera. Oh, qué weba, bueno va, ahí te veo. Medio me visto, shorts, chanclas, camiseta aguada y paso por la recepción. Por los espejos veo las miradas que me dedica el platillo de mañana. Me agarro el paquete. No sabe que soy yo en su celular.

Espero, pasan autobuses, carros, camiones, se supone que viene a pie, motos, bicis, gente como mi paciencia: poca. Cinco minutos y me vuelvo a la habitación. Nuevo agarrón de bulto sin ropa interior. Los ojos se alegran y yo sonrío. Me reconecto, me dan ganas de adelantar la comida de mañana y echármelo hoy. ¿Dónde estás? Ha regresado. Ya en mi cuarto, no te vi. Ya llegué. Te tardaste. Pasó gente conocida, estaba en la tienda, ahora estoy afuera. Pasa. No, ven por mí. Nuevo pase, nuevo agarrón, nueva mordidita de labios porque ahora voy medio erecto. Vente. Pasamos de nuevo, ahora la mirada cambia, entre envidia, morbosidad y malicia. Me conoce. Que te valga verga, tú vente.

Azul zafiro. Es tímido pero le gusta lo que ve. Sale camiseta, chanclas, me quedo con el short aguado. Lo desvisto, bajito como platillo típico de la comida maya, fornido, erecto, nervioso. Lo recuesto en la cama, tiembla. Toques en la puerta. Mierda. Se cubre con las sábanas hasta la cabeza. Me cuelgo una toalla y abro la puerta. Ya sabes quién. Me ve de la cabeza a la ídem a los pies. Sin decir nada me toca, nadie en el patio del motel, abre la toalla, suspira, la toma con su mano libre, el bulto en la cama no quiere ser visto pero sospecho que sí ve, el visitante se hinca rápido y prueba todo lo que puede. Vaya. Lo dejo que mame un momento, lo jalo de los cabellos y levanta la mirada, tan lindos que se ven con mi verga en su boca y sus pupilas en las mías. Hoy no, mañana te cojo, le digo mientras lo jalo del brazo poniéndolo de pie e invitándolo a salir. Me regala un beso con sabor a verga. Yo totalmente desnudo y erecto. Acepta. Le agarro el poco culo. Te amo, Bacalar.

Regreso a donde estaba, fuera sábanas, bienvenida, piel. Una leve gotita en la tela me anuncia que disfrutó de lo que vio pero ahora le toca a él. Se rueda en la cama y se pone a mamar. No dice nada de mi falo ensalivado. Tal vez le guste compartir. Vergazos en sus mejillas, besos en mis webos, chupones hambrientos y lengua caliente. Nada como una señora mamada.

Azul Rey. Le jalo el cabello y lo pongo de pie, bajito a más no poder, lo cargo para no agacharme, beso de lengua que después, una vez que se haya parado en la cama, pasará por su pecho, abdomen, obligo y pubis. Gemiditos contenidos, mi dedo busca una entrada, la encuentra y el gemido escapa libre. Mamadas en forma, mi lengua visita sus bolitas de carne, se clava en los pelitos, suspiros y se abraza a mi cabeza. Lo tiro en la cama y lo giro para ver mi cena. Un par de nalgas tan lampiñas como morenas, redondas, firmes y bellas. De perrito al cachorrito y mi lengua visita el lugar donde antes estuvo mi dedo, el cenote azul. Más gemidos, más prendido. No sé, o tal vez debería decir "lo sé", el ejercicio es una afrodisíaco y te pone caliente. Te la quiero meter. Está muy cabezona. ¿Y? Me da miedo. Digo "despacito" acompañado de un arrimón. Un "no" apenas audible. Empujo. Un "no" más caliente. Ponte el condón. Va, ya xingamos. Me visto para la ocasión y al volver la vista a la cama ya esta empinado con los hombros en el colchón masajeándose el ano. Me encanta y no perdono. Cógeme, Rey. Entro lubricado, firme y suave. El quejido ahogado en la almohada. Dejo que pase la tensión y mientras relaja el esfínter empujo despacio pero sin pausa. Un "ah" compartido al unísono nos pone en sintonía.
Se siente con madre ya seas activo o pasivo. Tú lo sabes y yo lo sé. Recuerda la última vez que compartiste tu carne con alguien y me darás la razón.

Navego por el azul cobalto de su ajustada carne mientras le digo que se gire y me vea de frente, me salgo y me preparo para entrar. Ve lo que le espera y me detiene. Ya la tuviste dentro, no le temas. Despacio y me jala. Embono y entro de nuevo. Nos masajeamos mutuamente, el mi falo, yo su ano por un buen y cachondo rato. Quiero que te vengas, pido. Nunca me vengo. Ja. Al fondo y la próstata hace su trabajo. Sus manos estrujan mi espalda. El ritmo como en la competencia, ya que ves la orilla cerca le das con todo. Sudores y miradas clavadas. Quiero que te vengas, ordeno. En respuesta su respiración agitada, aprieta, cierra fuerte, aprieta más, cierra firme, traes pilas y ya casi llegas. Duro y dale y al final, Quiero que te vengas, exijo, y al final, decía, el premio: chorros de leche bañan el respaldo de la cama, su pelo, su cuello, las sábanas, el pubis, el ombliguito profundo, y claro, llenan mi condón. A un "ah" interminable seguido de un "no mames, me vine un xingo" le contesto con un "nos venimos, mi rey, nos venimos".

Verde (yazgo) azulado y me cuenta que es maestro, que nunca se viene cuando se lo cogen, que trabaja en un pueblo perdido en la selva maya, que le gustan mayores, que vino a visitar a su papá por el día del padre pero pidió permiso para visitar a una amiga, la toca y aprieta a su nueva mejor amiga. Abrazos y distensión. ¿Te gustaron las clases particulares? Sí ¿cuándo vuelves? En año, mi niño, en un año. Te voy a estar esperando. Con toda la leche adentro por favor, le digo mientras le limpio un mechón de gel orgánico.

Amo los siete colores.
Tal vez mañana sean ocho, un (niño) índigo estaría bien.



Ceterro
13/sep/19

Sigues.


Qué pasará,
qué misterio habrá 

Puede ser mi gran noche
Raphael.


Lo reconozco, soy bastante antisocial. Que no antisexual. No me gustan los eventos sociales pero ese día tuve que ir. A un quinceaños. No mames. Los motivos no importan, ya estaba ahí.

Tranquilamente yo llevo más de tres "quinceaños", así que me veo raro haciendo fila entre los tíos de la quinceañera para bailar el bals con ella y juntarle sus quince rosas.

Les cedo el paso a todos, yo me quedo al final. Mientras desfilan tíos y primos mayores, tras de mí se forman los chambelancitos y las damas para después continuar con el show. El primero de ellos, un muchachito muy alto, muy guapo y muy cogible me saluda con un formalísimo "buenas noches". Sólo a mí, al resto de los caballeros ni los peló. "Hola, ¿cómo estás?" es mi respuesta mientras lo veo directamente a los ojos. Titubea un poco pero no se amilana. Estas generaciones tienen aplomo. "Bien" sonríe mientras me indica "sigue".

Paso con la quinceañera que está al centro del salón, por no dejar volteó a donde está el galancito y sí, no me ha quitado la mirada de encima y me sonríe. Vaya, vaya.

Le cuestiono a mi sobrinita si el primer chavo es su chambelán y me contesta afirmativamente. ¿Es tu noviecillo? Nooo, tío. La pena de niña. El es muy grande para mí. ¿Cómo, no tiene quince años? No, tiene veintiuno pero es tragaños, y todas mis amigas lo han invitado de chambelán y pues yo también. Cuando no baila trabaja de mesero en este salón. Está bien guapo. Oh, sí.

Regreso al lugar de donde salí, no me quita la mirada de encima y, obviamente yo hago lo propio. Le digo "sigues". Sonríe de nuevo y se va a hacer lo suyo.



Como me cagan las conversaciones familiares me voy a la mesa más apartada, solo y admiro el espectáculo. También soy bastante observador y veo que todos los meseros, meseritas incluidas, son sumamente jóvenes. Qué interesante. Viene el que me toca a mí, un peladito de un metro noventa, buen cuerpo, la camisa blanca se le marca bien, tiene unas leves lonjitas que le brincan el cinturón, pelo cortito casi a rape, una sonrisa encantadora y "¿Quiere que le sirva algo de beber?" Sí, tu leche, pensé pero no le dije. "¿Qué tienes?" Aparte de ese paquetote. "Vampiros, piñas coladas, refrescos de cola, margaritas, perro salado, cerveza no" "Traigo ganas de chupar" levanta la cejita izquierda "creo que un vampiro estaría bien" "Se lo traigo". Mientras viene observo a chambelancito, mueve bien el culito que le oculta el saco. Sabe bailar, se desliza bien, supongo que haría lo mismo en mi cama. "Un vampiro para chupar" me dice con esa sonrisota el meserito. "Gracias, te vas a ir al cielo, peor no hoy" Sonríe y se va por más. Quiero más. Buen culo.

La noche transcurre entre bailables, saludos forzados, más vampiros, volteaditas fugaces para vernos ya que chambelanes y damas se han apropiado de la mesa siguiente, y una erección que sólo yo aprecio porque es la mía y no me he parado de la mesa.

Después de terminada la cena me pregunta el mesero que si puede retirar el plato "si me haces favor" "claro que se lo hago" "adelante" "por supuesto" "tú sí sabes" "mejor de lo que cree, ¿se le ofrece algo más" "sí, tú numero de wasap" se ríe y se retira. Si no aprovechas esas ocasiones para aventar los perros con dobles sentidos, no sé cuándo piensas hacerlo. Alguien ha estado siguiendo nuestra conversación desde la mesa vecina. Se pone de pie y pasa a mi lado "hola". Nuevamente. "Holaaa" mi mirada lo sigue y él lo sabe.

Dice Rapahel "puede ser mi gran noche", sólo me río solo porque no puedo esperar ligarme algo en un quinceaños ¿o sí? Pinche loco.

Llega el meserito con el postre y me deja una tarjetita con su celular. Wasap, para qué os quiero. Oye, ¿dónde están los baños aquí? Por la entrada. Gracias.
Pero ciempre estan llenos y susios. Mierda, escribe del nabo pero no lo quiero de escritor. ¿Y entonces? te puedo yebar a los de los meceros. Y dale. ¿Dónde es eso? Ven a donde estoy. Me gana la risa y levanto la mirada, alguien ha seguido todos mis movimientos y su sonrisa se ha desvanecido un poco. Yo le sonrío, le guiño un ojo y eso parece animarlo.

Llego a la entrada de la cocina. ¿Y ahora? Sígueme. (Si lo hubiera escrito probablemente sería cigeme). Y sí, lo sigo, atravesamos la cocina con ya el ajetreo de recoger platos, sobras y cubiertos. Salimos a un patio y veo unos baños que dicen "Personal" me encamino a ellos pero me detiene del brazo "Acá hay otros". ¿Cenaremos pollito? ¿Otra vez?

Me conduce a una segunda planta y hay otros baños, pero me guía a un cuarto contiguo, una especie de bodega, el lugar está desierto y lleno de sillas, mesas y manteles; el bullicio nos queda lejos. Entro y me sigue. Sin preámbulos me agarra el paquete. Sonrío, el nene es casi de mi estatura ¿qué les dan de tragar a los mocosos de hoy? ¿Qué edad tienes? Diecinueve contesta y sonríe al percatarse que ya estoy erecto. ¿Y ahora? Pregunto haciéndome el inocente. Sé que no me queda pero algo tenía que decir. Sin más me baja la bragueta, sigue sobando y dice "qué paquetón". Todo suyo. Y sí, lo toma literal. Se inclina y empieza a babearme la trusa. Lo hace con prisa. Calma, disfrútalo. ¿Alguien sabe de este lugar? Nomás algunos meseros. Bien. Me dejo querer y, claro, mamar. La luz es tenue pero me deja verle la carita de gozo. 



Mi erección está al cien y me dan ganas de penetrarlo. Lo pongo de pie, sus labios quedan un par de centímetros por arriba de los míos. Es raro que yo sea el chaparro. Lo beso y pruebo el sabor de mi falo en su boca. Nada que no haya probado antes. Me lo fajoneo mientras le voy quitando el saquito, desabrochando el pantalón y tocando tremenda erección. ¿Qué les dan de tragar a los mocosos de hoy? Busco cómo acomodarlo y doy con la solución más a la mano: Una silla. Con sus pantalones fuera ordeno: Híncate en la silla. Obedece. Tiene un culito preciosos, resguardado por unas buenas nalgas cubiertas de vellitos muy finos. Las separo, huelo, hurgo y clavo mi lengua. Gemidito cachondo. Hago lo suficiente para que: se cachondeé, se lubrique y se dilate. Ignoro si en ese orden pero funciona. Esta listo. Voy. Un gemido más fuerte mientras mi glande se abre paso por ese delicioso orificio. Lento pero firme. Estoy adentro.

El bamboleo se coordina con la música lejana, perreoperreo, mis pantalones en los tobillos, mis manos apresando su cintura, voy, vengo, gime, regreso. Genial coger en un lugar raro, en una circunstancia rara, con un morrito cachondo. En eso estamos cuando la entrada da más luz a la penumbra del cuarto, eso me anuncia que alguien ha abierto la puerta. ¿Que si me da culo? No, estoy bastante caliente como para dejar de hacer lo que estoy haciendo. Si me fueran a sacar por pervertido ya lo hubieran hecho encendiendo la luz. No. Mi pasivito ni se entera que tenemos espectador. ¿Adivinas o te digo? Exacto, chambelancito a venido siguiéndonos, él también es mesero del local, ¿recuerdas? Se sabe el caminito y se queda quieto en la puerta.

Con un movimiento de mi cabeza lo invito a pasar, con otro le indico que cierre la puerta, su erección es bastante visible ahora que sólo viste camisa y su pantalón aguado. Se ve lindo con esa corbata delgadita. Con un movimiento más de mi cabeza le indico que se ponga a mi lado. Obedece. Meserito en lo suyo, yo en lo mío. Lo dejo que vea la acción por un rato. Aprovecho su atención para mostrarle la faena: lentamente saco mi pene del culito de meserito, despacio hasta sentir que mi cabeza abre el anillo de adentro hacia afuera. Un suspirito. Mi glande asoma pero no se sale del todo. Nuevamente va de entrada. El culo se ensancha lo suficiente para dejarme entrar, centímetro a centímetro profano ese cuerpo. El aprendiz está atento y sobándose el bulto. Repito la operación una decena de veces. No pierde detalle. Y como yo soy muy compartido, una vez que casi estoy afuera pregunto ¿sigues? No dice nada. Me mira a los ojos y devuelve la mirada a mi falo. Este se hunde nuevamente, despacio, gemido. Un rato más y repito la invitación. Nueva mirada a mis ojos. Creo que no capta y extiendo la invitación ¿sigues? ¿Te lo quieres coger? No responde. Entro, salgo, lento. Con la mirada vuelvo a cuestionar ¿sigues? Mueve la cabeza y dice que sí. Me salgo completamente y le cedo mi lugar. Digo: Dale.

Me mira como si no entendiera. Cógetelo. Me dice que no y pronuncia una frase encantadora: Quiero que me cojas a mí también. Vaya, vaya. Esta ES mi noche. Y sí, rápidamente acercó otra silla, dejó caer sus pantalones e imitó la pose de su compañero. ¿Puede ser tu gran noche? Supera eso, Raphael.

El culito nuevo es menos exuberante que el previo: lampiñito, blanco, botón rosita. Una delicia, a la vista, al tacto, al olfato y al paladar. Y, cómo podría faltar: al oído mientras recibe mi humanidad. No mames, no lo puedo creer.

Mesero no se ha movido de su pose mientras me ve perforar a su compañerito. Este gime más quedito pero a cada empellón. Le doy un rato mientras acaricio con mi índice el culo disponible. Mi pene quiere explotar pero mi control no lo deja. Lo gozo un momento y le anunció: ahorita vengo, no te muevas. Voy por el hoyito original. Entro como Juan por su casa. Hasta el fondo y ahora el índice se entretiene en otro culo. Esto es delirante. Hago el intercambio de fundas tanto como lo deseo. Los tomo de la cabeza y los obligo a besarse. A cada cambio de oquedad sus alientos se anuncian que han sido profanados. Eso parece cachondear más al que no está siendo penetrado. ¿Y a mí? Para qué te cuento si traigo una erección tan dura como la tuya.

Meserito, en la última embestida, me recibe con espasmos anales, se ha venido.
Voy por lo propio con chambelancito. Lo mismo, una fuente de leche.
Me salgo y anuncio: Falto yo. Ambos entienden y se hincan con su cara cerca de mi miembro. Una lengua en mis webos, otra en mi tranca. La leche va a volar y los dos se avorazan a la fuente de la juventud. Maman como becerros. ¿Qué les dan de tragar a los mocosos de hoy? Creo que me estoy dando una idea.

¡Ah!

Tardamos un poco en recuperar las respiraciones. Los tres fundidos medios desnudos en un abrazo, sudorosos. Felices. Satisfechos. Vaciados.

Despistadamente regreso a la mesa, el otro al baile y el otro a meserear.
Nadie se ha enterado, excepto tú. No se lo digas a nadie.

Creo que me están empezando a gustar los quinceaños.
Uff.



Ceterro 19/06/19

Mojadito


El Donald quiere poner un muro en el cual van a rebotar los migrantes. Ellos tal vez no lo sepan porque siguen pasando por mi ciudad.

El crucero de Venustiano Carranza y Luis Mora es el lugar para encontrarlos. O que te encuentren. Pasas por ahí en carro y ves negros de Haití, morenos centroamericanos, tatuados de la Mara, flaquitos con acentos extraños y morritos con buenas nalgas.

—Padre, ¿no me ayudas para el camino?
—¿Qué te falta, mijo? —dije— ¿Una buena cogida? —pensé.
—No he comido desde ayer.
Todo el mundo miente dice el Dr. House. En la parroquia que está a tres calles les dan de comer gratis. Hambre, de comida, no trae.
—Si quieres te invito algo porque yo tampoco he comido.
Su mochilita de Dora la exploradora, los tenis desgastados, el pantalón roto de las piernas, su gorra con la bandera gringa y sus ojos café claros se congelan por un instante.
—Si quieres súbete ya porque va a cambiar el semáforo —Sí, sé presionar.
Voltea para la plaza, busca alguien, me ve, lo piensa, se decide y se monta en el asiento del copiloto. Ya xingamos quiero pensar.

Se sube serio, tal vez veinte años, buen paquete, las manos en las rodillas.

Se llama Andrés, viene de El Salvador, lleva un mes de camino, quiere llegar a Laredo, abre y cierra las piernas, de nervios, supongo.
—¿Estás nerviosos o te andas miando? —le pregunto mientras le detengo la rodilla. Se tensa pero aún no de ahí.
—No. ¿A dónde vamos?
—Te invito a comer a mi casa ¿quieres? —mi mano le apretó suave mientras hacía la pregunta.

Se tarda en responder pero no quita mi mano ni deja de mover las piernas —Sí, está bien.
Llegando a casa, antes de retirar mi mano de su pierna le, agarro algunos vellitos por la rotura de su pantalón —¿Pares o nones?
No sabe qué responder pero veo que su non ya está más grande, la sobada funcionó.

—¿Te quieres dar un baño mientras preparo la comida? —la casa invita.
Mudo.
—Ven, pásale. Aquí está la regadera, sí, sí, no hay puerta pero no hay nadie. Agua fría, agua caliente, toallas, jabón, shampoo, y si gustas te regalo unos calzones.
Balbucea un gracias. Me ha dado el tufo a sudor y apuesto lo que quieras que le huelen las patas. No hay pedo, se va a bañar. Por ahí tengo unos tenis no tan viejos igual y calzamos igual.
—Ahí está el baño si lo ocupas. Tárdate lo que quieras, haré de comer.

Desde la cocina se ve mi recámara, no hay mucho que hacer sólo meter al micro. Lo dejo que se relaje un poco y se sienta en confianza. Lo veo desnudarse por el espejo. Una espalda ancha, unas nalgas preciosas, el pantalón no me mintió, un tatuaje en el omóplato, el frente aún no lo veo.

El agua corre y yo también. Entro al cuarto y está bajo el chorro de la regadera. Hace calor así que el agua es fresca. Me da la espalda mientras se moja la cara. Ignoro si sabe que estoy detrás suyo. Me desvisto totalmente. Hago ruido con la hebilla de mi pantalón. Indudablemente sabe que estoy aquí. Se gira lentamente y me muestra su erección. Sí, calzamos del mismo número. Se deleita viendo como mi pene cambia de tamaño. Su verga apunta al cielo y da un respingo. Le gusta lo que ve. La tomo de mi base y hace lo propio. Él mojado y yo seco. Arriba y abajo, me la da a desear. Camino lento a la regadera, se muerde los labios y eso me prende. Espera que lo toque pero sólo le ofrezco mi trozo. Acerca el suyo y jugamos unos leves espadazos. Me llega al pecho y no sube la mirada, está entretenido viendo lo que le ofrezco. Lo tomo de su hombro y empujo hacia abajo. Ofrece una leve resistencia que no tardamos en vencer. A ver a qué sabe, me dice. Prueba, le ofrezco. Se ha prendido como becerrito hambriento, creo que de esto era su apetito. Pelo completamente negro y escurriendo chorros de agua que se reparten entre su barbilla y mis testículos. Lo sabe hacer bien. Yo también, por ello le regreso el favor. Levanta sus brazos y veo su abdomen plano, te diría que con cuadritos pero por ser flaco no cuentan mucho. Igual los acaricio con palmas y lengua, me clavo en su ombligo y en el nacimiento de su pubis. Gime quedo.

Cierro la llave, lo cargo y lo llevo a la cama, sus confirmados veinte años no pesan. Mojados los dos, sólo le pido que tome la toalla y la arroje sobre la cama. Lo dejo caer. Su cuerpecito lampiño se estira en el colchón. Su erección hace lo mismo. Le regalo una mamada lenta y cachonda, le incluyo lentamente los huevos y breves lenguetazos al anillo. Al principio me quiere detener, me empuja la cabeza pero soy terco y logro lo que quiero. Cede. El culito lampiño, fresco y limpio por el baño reciente. Afuera quedó el mojadito chamagoso, ahora es como cualquier cosita limpia que te has tirado en esta cama.

Hora de comer, me pongo en pie y le ofrezco mi trozo. Recostado mama cerrando los ojitos. Hambriento de carne lo disfruta con su lengua, con los labios, con el interior de sus mejillas. Suspira. Tal vez recuerde a alguien. Yo, tal vez, me esté acordando de ti. Mama genial y lo dejo hacer. Me trepo a la cama, le separo las piernas y me acomodo entre ellas. Acerco mi verga a la suya y definitivamente calzamos igual, él más delgado, yo más cabezón. Ahora al aire le queda el culo y aprovecho para acercarle mi glande. Unos cancos bien acomodados le tensan sus manos que detienen mis muslos. Soy amante de los deportes extremos pero aquí decido ser prudente, este niño trae muchos kilómetros recorridos y hablo literalmente. Alcanzo un condón y lubricante. Sabe lo que viene y se vuelve a morder lo labios. Se ve tan inocente...



Vestido para la ocasión, latex y lub, procedo a hacer la faena. Despacio, pide, despacio doy. Siento como va cediendo ese anillito de carne, me deja entrar, de pronto un espsamo lo cierra, me detengo y espero, afloja, sigo, acabo de asomar mi cabeza, curioso que es uno. Dientes en labios. Más, empujo, deslizo lento y sus manos de nuevo aprietan mis muslos. Sigo y clavo hasta el fondo. Me ha recibido y parece aguantar. Bien. Empezamos el bamboleo, primero suave, ahora recio. Suave, recio. Ahora sus manos me tocan el pecho. abre los ojitos, me ve y sonríe. Es lindo. Duro y gime. Me esta prendiendo y él también. Sudamos ambos pero mi sudor le cae en el pecho, un poco en el rostro, en la comisura de sus labios. su lengua busca la gota y la lame. Empieza a gemir más fuerte, lo acompaño con más fuerza, creo que acabaremos juntos y creo bien. Su leche espesa le baña el abdomen y una tetilla, calculo semanas sin venirse. Me aprieta con mucha fuerza los muslos y la base del pene. Uno, dos, seis espasmos compartidos. Wow.


Sale mañana, si no se quedaba, me dice. Se va comido, bañado, vestido y cogido. Se ve lindo con una playera mía que le queda grande, con unos tenis que le quedan bien, y una bermuda porque mis pantalones de plano no le quedan ni de chiste. Lo que sí le quedó fue el culito adolorido, según dijo. Un buen recuerdo, algo de ropa y comida, unos billetillos, no pedidos, para el camino y la promesa de mandarme un mensaje cuando pase la frontera.

Bendito Trump, sigue deteniendo migrantes así.


Raperito

Hay veces que uno simplemente no tiene tiempo para coger. La vida de adulto tiene sus desventajas. Pero una vez pasados los compromisos, los malos ratos y las responsabilidades, tratas de recuperar tu tren sexoso de vida. Traía antojo de una mamada y allá te vamos.

El ciber es una apuesta fácil, hay carne de todas las especies y edades. Aunque no es el mejor lugar del mundo para coger sirve para bajarte la calentura fácil y rápido. Lunes una hora antes de que cierren, a esa hora con seguridad encontrarás: a los que anduvieron desde media tarde y no se aventaron a hacer nada; a los que no llenaron; a los que llegamos tarde y tenemos que aprovechar que todo mundo quiere sexo antes de que cierren.

Cuarto oscuro medio poblado, los gemidos de siempre, el suelo pegajoso, los olores que si eres fetichista podrían prenderte. La sala de en medio curiosamente ahora sin muebles y sin gente. Supongo que ya dieron de sí. El área de las compus, ciber al fin, sin ni siquiera el atractivo de las pantallas en páginas prono, muerto y manchado. El área de cabinas...

Lo veo, un raperito con toda la parafernalia: Gorra indispensable, playera deportiva, colguijes dorados, pantalones aguados, tenis chidos, carita de mataputos, buen cuerpo y, lo mejor de lo mejor, me recibe con su fierro al aire: debo reconocerlo, a los niños de hoy los alimentan con alguna hormona crecepitos, muy buena herramienta.

Espera que me ponga ansioso o nervioso al ver su pedazo de carne pero no le funciona, me acerco, se lo toco y entre risitas nerviosas me dice "¿Quieres un servicio?" Me hago wey y le pregunto inocentemente "¿Cómo?" Las mismas risitas. Me da la impresión que sólo lo soltó para ver qué decía. No sabes con quién te metiste, niño. ¿Cuánto y por qué tanto?
—Cien.
—¿Qué incluye? —se lo sobo.
—Soy activo.
—Eso no me respondió —muy rico trozo.
—Oral y penetración.
—Yo soy activo —le aprieto los huevitos lampiños—. ¿Mamas?
—Te puedo dar una probadita por si te animas.
—Dale.

Se sienta en el sillón. Busca mi ziper y sin mayores preámbulos lo baja y se topa con mi suspensorio. Le agrada, se acerca, lo huele, abre la boca y prueba, bien. Le ayudo un poco y le dejo a la vista mi semierección, comprende, vengo llegando y no había visto nada que me la pusiera dura. Se prende. Siento sus labios haciendo buen jale. Tan bueno que mi pene empieza a ganar tamaño entre su lengua, paladar y anginas. Me empiezo a prender. Él también. Y aunque parte del encanto de tener sexo en lugares como estos es que tengas público disfrutando de tu placer, Raperito pretende ser tímido y cierra la cortina cuando se percata de que algún mirón lo ve de becerrito mamador. Me vale mientras me la siga chupando así. Mi pene ha alcanzado la erección completa, se la saco de la boca y lo ve complacido, lo tomo de la base y le doy unos vergazos en su cara, lo disfruta. Le muevo el miembro en su cara, subo bajo, lo disfruta y yo más. Lo tomo de la nuca y lo repego contra mi abdomen y pubis. Se lo sacudo un poco y se lo acerco a la boca, sabe qué quiero y continúa su jale. Más mirones, más cerradas de cortinas. Se la saco de la boca y me alzo un poco para que mis testículos le queden cerca de su boca. Lo entiende y los empieza a lamer y a besar y a chupar. Se siente tan bien que me hace gemir y eso atrae a más mirones. Genial.

Creo que se le olvidó que me dijo que era activo porque mama con madre. Decido facilitarnos, a todos, las cosas: Me bajo los pantalones casi a los tobillos, me siento en el sofá y le presento mi verga erecta en todo su esplendor; aunque esperaba que se me hincara y mamara, sabe que el piso está bastante usado, así que inteligentemente se hinca sobre el sillón y se prende de mi falo. Muy, muy bien. Siento que recorre toda lo longitud con el calor de sus labios, sube hasta el glande y lo acaricia con la lengua. Baja de nueva hasta que mi punta roza sus anginas y el camino de regreso. Siento su saliva mojar mis huevos. Se la saco y le pido que me los chupe. Lo hace genial. A los mirones también eso les facilitó su labor. Un morrito flaco y caliente se ha metido en el cubículo. Ahora a Raperito ya no le importa que lo vean prendido de una buena tranca. Curiosito se queda parado, alargo mi brazo y le tomo la mano. Se deja. Lo jalo un poco para que se acerque, Raperito en lo suyo. Le quito la gorra para que se aprecie mejor su labor mamadora y me la pongo yo. Eso calienta al flaquito, lo veo en el respingo de su pantalón. Le toco el bulto y le gusta. Lo acerco más. Raperito sabe que algo me distrae y se levanta dejando su trozo de verga a la altura de mi cara. ¿Tú desperdiciarías eso? Yo no y empiezo a regresarle el favor. Me meto en la boca esa delicia de carne y el proceso se repite, todo sin soltarle la mano a flaquito. La erección de Raperito se afirma ante mis dotes oratorias, crece más, toma firmeza y eso descubre su capullo. Mi lengua sabe qué hacer y su respuesta son unos geniales gemidos. Que dulzura. Me había olvidado del flaquito mirón y cuando me doy cuenta que se ha estado sobando el paquete le empiezo a desabrochar el pantalón. Todo iba bien hasta que otro mirón nos echó a perder el trío. Flaquito se va apenado subiéndose el pantalón. Apostaría que se vino con tan poco.

A mí me vale madre, a Raperito por lo que veo, y siento, también. Seguimos en lo nuestro. Como está empinadito en el sillón y con los pantalones en los muslos me deja acariciar sus nalgas, eso endurece más, si es posible, mi verga. Se da cuenta y lo aprovecha, se baja de nuevo a prenderse de mi trozo erecto. Busco entre esas buenas nalgas firmes el tesoro que de seguro guarda. Busco y busco y finalmente encuentro, lampiño, muy apretado, pero accesible, caliente y sumiso. Poco a poco empiezo a empujar mi índice y aunque se resiste finalmente me deja entrar. Eso es genial. Mama y mama y yo penetro y penetro. Me pongo de pie y sigue sin sacarse mi carne de su boca. Le pido que se ponga en pie y lo hace. Nuestros penes se encuentran. Los tomo con una mano y los masturbo juntos. Le gusta. Así lo hago durante un buen instante, creo que quiere más y, lo dicho, me da la espalda, nalgas incluidas, y se gira para quedar de cara a la pared; le repego mi verga firme entre sus nalgas ídem. Manos en el muro. Unos cancos justo en su entrada. Los gozamos ambos y creo que ya no se resiste. Se busca en le blosillo de su pantalón que ahora está a la altura de sus tobilllos, ese agachón me deja picarle más el culo con mi verga, finalmente me muestra entre sus dedos lo que estuvo buscando: un condón. Sonrío pero delcino. "¿No quieres cogerme?" No, nene, este culo no es para un rapidín en una pinche cabina mequeada, esté está para comérmelo toda la noche en la cama de un hotel. Quiero que me la sigas mamando hasta venirme. "bueno pero síguele así un rato", me dice mientras me empuja su culo. Yo feliz. La siente en la entrada pero no lo complazco. Aquí mando yo. Ah.

Después de ese meneo cachondo le pido que me la siga manando. Su carita varonil, sin gorra y con ese corte de rapero me prenden. Lo hace con maestría. Siento mi leche subiendo de mis testículos y le anuncio el gran final. "¿Me los quieres echar?" fue la varonil frase mágica. Sí, ¿te los comes? Se saborea mientras lo piensa, se la muevo arriba y abajo. No, en la boca no. ¿Dónde? Donde quieras. Genial. Lo tengo de pie frente a mí, le veo su gran verga colgando gorda y suave. Aquí. Le sobo el abdomen plano y lampiño. Sí, échamelos. Lo recargo con firmeza contra el muro, me la jalo firme y veloz. Y sí, se los eché. Su abdomen escurriendo de mi néctar es el final de ese agasajo cachondo. Era lo que buscaba, fue lo que encontré. Me pasa del rollo de papel higiénico estratégicamente colocado en el cubil. Con madre, we. Me voy a lavar. Mientras él se limpia mi leche salgo al baño.

En el sanitario con la puerta abierta mientras me limpio sus babas y demás fluidos corporales, a mi espalda escucho voces y en el espejo veo a Raperito. Terminadas mis abluciones me giro y lo veo de nuevo, o aún, con su verga al aire. Flaquito curioso platicaba con él pero algo lo hizo huir. No lo asustes, le digo. Ni aguantan nada, dice mientras me quita de la cabeza su gorra. Esta es mía. Y esto también, le doy el billete que de seguro ni recordaba que le debía. ¿Cuándo me coges? Vengo los lunes. Si quieres el próximo aquí te veo y nos vamos a una buena cama. Ya dijiste, Mai.

Rakata.


Ceterro