El deporte es bueno para
la salud.
Mi deporte favorito: Sexo estilo
libre.
Domingo 6.10 a.m. Me pesa
mucho levantarme tan temprano cuando el resto de la gente aún duerme o muchos
de ellos no se acuestan... aún.
Me bañé para terminar de
despertar, me he puesto un pants sin ropa interior, tenis, una playera, gorra
para completar el cuadro, tenis sin calcetines. Deportista. Afuera siguen las
luminarias cuidando la madrugada. Mi auto entra en calor lo mismo que yo
imaginando lo que me puedo encontrar el día del señor.
Las avenidas cobijan madrugadores o
desvelados: vendedores de periódicos, agentes de tránsito, corredores
domingueros, antreros de larga duración. Y a mí, dispuesto a empezar mis
ejercicios matutinos. Cacería.
Estaciono mi auto a dos calles del lugar de los hechos, ese que pomposamentre se anuncia como "El lugar sin límites", El Arcoiris tan famoso de aquellos tiempos, camino entre mocosos crudos, niñas ebrias, taqueros cansados. La esquina del super siete un aparador de jotitos obvios, refrescos, morritos pelones, comida chatarra, niñas emmo, periódicos, huercos calientes y un arquero, del cual jamás me imaginé que tuviera gustos exquisitos, toma la iniciativa...
— Oye, compi, préstame cinco pesos, ¿no?
— ¿Y para qué quieres cinco pesos? —propongo el juego.
— Pa' completar mi camión, we.
— ¿Te viniste sin dinero?
— Me compré una soda y unos fritos, traía un chingo de hambre, men. Me quedé sin lana. Sobres, ¿no?
— Y si yo te doy cinco pesos, ¿tú qué me das?
Una risa pícara lo delata.
— Neeeeh, yo no le hago a eso, Mai. Entra al antro, ahí hay un chingo de jotillos. Soy machín.
Claro, y si no te alejaste de ahí ofendido adivinando mis intenciones digo — Yo también, ¿cual es el pedo?
Sus ojos verdes sonríen, se toca el rostro, sopesa la situación, voltea para otro lado, se siente nervioso pero se le empieza a notar lo interesado.
— Sobres —presiono—, vámonos en mi carro y te ahorras el camión, te dejo en tu casa. Va, así braviado.
— ¿Nomás así porque sí?
— No, si quieres llegamos antes a mi depa y nos echamos unas cheves.
— Pero yo no le hago a eso...
— Ni yo, entonces ¿a qué le tienes miedo?
El sol amenaza con salir tras el cerro de la silla.
— ¿Dónde está tu carro?
¡Bingo!
El cielo está claro pero las luminarias continúan encendidas; me dice que va echar una miada, escoge la pared; me subo al auto esperando que no pase ninguna patrulla porque si lo pescan orinando lo detienen, si lo detienen me menciona y si me menciona... esa novela estaba maquinando cuando su sombra me sacó de concentración. Se ha puesto a orinar un metro adelante de la puerta de mi coche, me da la espalda y veo sus boxer asomando sobre el pantalón, el culo perdido entre tanto trapo, pero... la luz mercurial proyecta su sombra contra el muro y me deja ver que su herramienta está al cien, el chorro de orina brota de un pene erecto. Creo que ya sabe a qué va y me parece que le agrada la idea. Vamos bien.
Se ha montado de copiloto y el pantalón aguado oculta lo que la luz me develó. Dos calles son suficientes para tomar confianza y otra cosa. Definitivamente sigue erecto. —Muéstrame— le digo y accede. Manejar un coche automático con una mano en la palanca de velocidades, en esa palanca de velocidades, me pone duro. Se siente el calor, la firmeza, el gozo y los deseos de Arquerito. Amén de la venas, el precum, su prepucio y vellitos en el pubis. Las calles desiertas guardarán el secreto.
Finalmente hemos llegado al depa. No quiere cama. No es gay. Nomás me la chupas, dice. Bueno, ni hablar, ¿qué más puedes pedir aparte de un huerquete guapo de buen cuerpo, dotado, güerito caliente, totalmente varonil dispuesto a dejarse mamar? Sí, lo sé, que se deje coger, pero no abuses de tu suerte.
Le presento "La sillita de mamar", se ríe sin entender, le pido que se quite la ropa y —no, nomás así, yo no soy gay— esta parte me encanta y la que me enseña a continuación aun más. Está bien, acepto que sólo la asome por el ziepr abierto. De pie y yo hincado lo hago gozar. Le pido que tome asiento y ahora comprende por qué se llama así la silla que ahora ocupa. Es una silla de las que usas para un día de campo: de lona, plegable, que se hunde cuando tomas asiento. Siendo más baja y suave que una silla normal su pene queda en una altura y pose especial para esta maniobra. Mis manos aprovechan y desatan el raro cinturón, la práctica hace al maestro, levanto su playera y trapos adyacentes, me sorprende su abdomen marcadito y lampiño, jaló el pantalón y sin fuerzas se resiste, ha quedado en boxer matapasiones con su virilidad bien despierta. Quiero bajar la prenda que queda y dice —¿no, pa´qué? así mero—. En unos minutos mi lengua lo ha convencido de pa'qué. La ropa en los tobillos me indican que está más para allá que para acá.
Vuelan los convers y finge que la ebriedad hace efecto, la aguadencia que lleva por pantalón ha terminado lejos de ahí, lo mismo que sus boxers. Las piernas abiertas, su tesoro apuntando al techo. Los suaves testículos cubiertos de vellos rubios. La playera a la altura de su cuello, la camisa abierta. Si tuviera una cámara ya estaría en mi salón de la fama pero me conformo con que esté un rato en mi boca.
Pienso en mis alternativas "A": lo goza bastante; "B": soy muy bueno en esto. Definitivamente creo que me voy por la opción "C": Todas las anteriores. Se ha olvidado que no es gay y yo recuerdo que soy activo. Las piernas en el aire me dejan jalar su cuerpo hacia mí, su espalda hundida en el hueco de la sillita de mamar, su cabeza recargada en el resplado, su culo a mi entera disposición. Toma. Gime por sentir algo que nunca había sentido. El extraño sabor de un culo no recién bañado es un barato afrodisíaco. Sus gemidos lo complementan. No me había dado cuenta, hasta ahora, que yo sigo totalmente vestido pero la ventaja de usar pants es que de inmediato revela mi interés y, en seguida, es sumamente fácil ponerlo a la vista. Sigo hincado con los pantalones en mis rodillas, ya no estoy mamándole, ahora, sin liberarle los tobillos, me acerco totalmente erecto a él.
Lo especial de esta silla es su ergonomía: Yo hincado quedo justo a la altura de la zona de interés de mi víctima. Me arrimo y pone cara de asustado, le aseguro —no te la voy a meter—, afloja y me deja juntar ambos pedazos de carne duros y calientes. Los tomo con mi mano soltando uno de sus tobillos; me hace gracia que de cualquier manera esa pierna libre sigue en el aire. Hago una puñeta doble, las carnes se frotan y se siente no sólo el roce de la mano con un pene, sino de la mano aprisionando ambas vergas. Le gusta, lo veo, mido su reacción, parece estar cerca, aflojo el ritmo, pasa la urgencia. Acelero de nuevo y con mi otra mano, libre ahora, le guío la suya a ese suculento manjar de carne tártara. Ambas piernas descansan abiertas en el suelo, su erección sigue al cien. Con reservas toma ambos trozos pero en un instante le agarra el truco. Las mueve firme, aprieta los dedos y el contacto forzado de ambos penes los endurece aun más. El cielo.
Lo he dejado que se caliente solo y a su ritmo, le vuelvo a levantar las piernas y me hundo nuevamente, lengua de pormedio, en su culo mojado, caliente y, constato ahora, dilatado. Al estar con la cabeza metida entre sus piernas, de reojo veo como estira el cuello y cierra los ojos, aprovecho para alcanzar el bolsillo de mi pants y sin hacer ruido ni levantar sospechas, saco un condón; Abrirlo rápido, con una mano y dientes, ponértelo sin ver, rinde sus frutos; en menos de lo que el gime dos veces estoy listo para lo que sigue. Y lo que sigue es un arrimón sin miramientos de mi pene a su culo preparado. No lo dejo reaccionar y firme pero lento se lo dejo ir.
Resbala tan suave y con una resistencia deliciosa que abre los ojos con sorpresa pero inmediatamente abre su boca de placer. Ese gemido profundo y hondo me confirma lo que grita mi pene: Estoy adentro. Lo sé, se lo he dejado ir de un chingadazo pero sin dolor, no hay mejor lubricante que una serie de cachondos besos negros. Me soporta. El incesante bamboleo me pone más duro y lo nota, sus bazos tras mi cuello me dicen que no quiere que me salga, sus piernas en el aire siguen el suave ritmo que le estoy imprimiendo. Arquero, que rico estás.
Estaciono mi auto a dos calles del lugar de los hechos, ese que pomposamentre se anuncia como "El lugar sin límites", El Arcoiris tan famoso de aquellos tiempos, camino entre mocosos crudos, niñas ebrias, taqueros cansados. La esquina del super siete un aparador de jotitos obvios, refrescos, morritos pelones, comida chatarra, niñas emmo, periódicos, huercos calientes y un arquero, del cual jamás me imaginé que tuviera gustos exquisitos, toma la iniciativa...
— Oye, compi, préstame cinco pesos, ¿no?
— ¿Y para qué quieres cinco pesos? —propongo el juego.
— Pa' completar mi camión, we.
— ¿Te viniste sin dinero?
— Me compré una soda y unos fritos, traía un chingo de hambre, men. Me quedé sin lana. Sobres, ¿no?
— Y si yo te doy cinco pesos, ¿tú qué me das?
Una risa pícara lo delata.
— Neeeeh, yo no le hago a eso, Mai. Entra al antro, ahí hay un chingo de jotillos. Soy machín.
Claro, y si no te alejaste de ahí ofendido adivinando mis intenciones digo — Yo también, ¿cual es el pedo?
Sus ojos verdes sonríen, se toca el rostro, sopesa la situación, voltea para otro lado, se siente nervioso pero se le empieza a notar lo interesado.
— Sobres —presiono—, vámonos en mi carro y te ahorras el camión, te dejo en tu casa. Va, así braviado.
— ¿Nomás así porque sí?
— No, si quieres llegamos antes a mi depa y nos echamos unas cheves.
— Pero yo no le hago a eso...
— Ni yo, entonces ¿a qué le tienes miedo?
El sol amenaza con salir tras el cerro de la silla.
— ¿Dónde está tu carro?
¡Bingo!
El cielo está claro pero las luminarias continúan encendidas; me dice que va echar una miada, escoge la pared; me subo al auto esperando que no pase ninguna patrulla porque si lo pescan orinando lo detienen, si lo detienen me menciona y si me menciona... esa novela estaba maquinando cuando su sombra me sacó de concentración. Se ha puesto a orinar un metro adelante de la puerta de mi coche, me da la espalda y veo sus boxer asomando sobre el pantalón, el culo perdido entre tanto trapo, pero... la luz mercurial proyecta su sombra contra el muro y me deja ver que su herramienta está al cien, el chorro de orina brota de un pene erecto. Creo que ya sabe a qué va y me parece que le agrada la idea. Vamos bien.
Se ha montado de copiloto y el pantalón aguado oculta lo que la luz me develó. Dos calles son suficientes para tomar confianza y otra cosa. Definitivamente sigue erecto. —Muéstrame— le digo y accede. Manejar un coche automático con una mano en la palanca de velocidades, en esa palanca de velocidades, me pone duro. Se siente el calor, la firmeza, el gozo y los deseos de Arquerito. Amén de la venas, el precum, su prepucio y vellitos en el pubis. Las calles desiertas guardarán el secreto.
Finalmente hemos llegado al depa. No quiere cama. No es gay. Nomás me la chupas, dice. Bueno, ni hablar, ¿qué más puedes pedir aparte de un huerquete guapo de buen cuerpo, dotado, güerito caliente, totalmente varonil dispuesto a dejarse mamar? Sí, lo sé, que se deje coger, pero no abuses de tu suerte.
Le presento "La sillita de mamar", se ríe sin entender, le pido que se quite la ropa y —no, nomás así, yo no soy gay— esta parte me encanta y la que me enseña a continuación aun más. Está bien, acepto que sólo la asome por el ziepr abierto. De pie y yo hincado lo hago gozar. Le pido que tome asiento y ahora comprende por qué se llama así la silla que ahora ocupa. Es una silla de las que usas para un día de campo: de lona, plegable, que se hunde cuando tomas asiento. Siendo más baja y suave que una silla normal su pene queda en una altura y pose especial para esta maniobra. Mis manos aprovechan y desatan el raro cinturón, la práctica hace al maestro, levanto su playera y trapos adyacentes, me sorprende su abdomen marcadito y lampiño, jaló el pantalón y sin fuerzas se resiste, ha quedado en boxer matapasiones con su virilidad bien despierta. Quiero bajar la prenda que queda y dice —¿no, pa´qué? así mero—. En unos minutos mi lengua lo ha convencido de pa'qué. La ropa en los tobillos me indican que está más para allá que para acá.
Vuelan los convers y finge que la ebriedad hace efecto, la aguadencia que lleva por pantalón ha terminado lejos de ahí, lo mismo que sus boxers. Las piernas abiertas, su tesoro apuntando al techo. Los suaves testículos cubiertos de vellos rubios. La playera a la altura de su cuello, la camisa abierta. Si tuviera una cámara ya estaría en mi salón de la fama pero me conformo con que esté un rato en mi boca.
Pienso en mis alternativas "A": lo goza bastante; "B": soy muy bueno en esto. Definitivamente creo que me voy por la opción "C": Todas las anteriores. Se ha olvidado que no es gay y yo recuerdo que soy activo. Las piernas en el aire me dejan jalar su cuerpo hacia mí, su espalda hundida en el hueco de la sillita de mamar, su cabeza recargada en el resplado, su culo a mi entera disposición. Toma. Gime por sentir algo que nunca había sentido. El extraño sabor de un culo no recién bañado es un barato afrodisíaco. Sus gemidos lo complementan. No me había dado cuenta, hasta ahora, que yo sigo totalmente vestido pero la ventaja de usar pants es que de inmediato revela mi interés y, en seguida, es sumamente fácil ponerlo a la vista. Sigo hincado con los pantalones en mis rodillas, ya no estoy mamándole, ahora, sin liberarle los tobillos, me acerco totalmente erecto a él.
Lo especial de esta silla es su ergonomía: Yo hincado quedo justo a la altura de la zona de interés de mi víctima. Me arrimo y pone cara de asustado, le aseguro —no te la voy a meter—, afloja y me deja juntar ambos pedazos de carne duros y calientes. Los tomo con mi mano soltando uno de sus tobillos; me hace gracia que de cualquier manera esa pierna libre sigue en el aire. Hago una puñeta doble, las carnes se frotan y se siente no sólo el roce de la mano con un pene, sino de la mano aprisionando ambas vergas. Le gusta, lo veo, mido su reacción, parece estar cerca, aflojo el ritmo, pasa la urgencia. Acelero de nuevo y con mi otra mano, libre ahora, le guío la suya a ese suculento manjar de carne tártara. Ambas piernas descansan abiertas en el suelo, su erección sigue al cien. Con reservas toma ambos trozos pero en un instante le agarra el truco. Las mueve firme, aprieta los dedos y el contacto forzado de ambos penes los endurece aun más. El cielo.
Lo he dejado que se caliente solo y a su ritmo, le vuelvo a levantar las piernas y me hundo nuevamente, lengua de pormedio, en su culo mojado, caliente y, constato ahora, dilatado. Al estar con la cabeza metida entre sus piernas, de reojo veo como estira el cuello y cierra los ojos, aprovecho para alcanzar el bolsillo de mi pants y sin hacer ruido ni levantar sospechas, saco un condón; Abrirlo rápido, con una mano y dientes, ponértelo sin ver, rinde sus frutos; en menos de lo que el gime dos veces estoy listo para lo que sigue. Y lo que sigue es un arrimón sin miramientos de mi pene a su culo preparado. No lo dejo reaccionar y firme pero lento se lo dejo ir.
Resbala tan suave y con una resistencia deliciosa que abre los ojos con sorpresa pero inmediatamente abre su boca de placer. Ese gemido profundo y hondo me confirma lo que grita mi pene: Estoy adentro. Lo sé, se lo he dejado ir de un chingadazo pero sin dolor, no hay mejor lubricante que una serie de cachondos besos negros. Me soporta. El incesante bamboleo me pone más duro y lo nota, sus bazos tras mi cuello me dicen que no quiere que me salga, sus piernas en el aire siguen el suave ritmo que le estoy imprimiendo. Arquero, que rico estás.
Después del momento justo para que ambos normalizemos nuestras respiraciones, me gira liberándose de mi peso, se saca mi pene semierecto, y en lo que yo me deshago del cuerpo del delito, él ya está vestido esperándome en el vano de la puerta. Las mejillas sonrojades le brillan.
Una breve plática de regreso hace de mi conocimiento: Que le gustó esta su primera vez, su número telefónico, que va bastante seguido a ese lugar y que si quiero lo busque la próxima semana.
— ¿Te llevo a tu casa?
— Mejor déjame en el antro y me das pal camión.
— ¿En la entrada?
— Sí, ahí en la entrada del Arco está bien.
— Como digas, Arquero.






