No hay manera de saber lo que te espera en la
caja de chocolates.
O en la de condones.
Visitar una ciudad monstruo y encontrar un
culito perfecto es de una suerte deliciosa que no todos los días pasa y debería
pasar. Aunque siempre me he resistido a los celulares inteligentes, a mucha
gente la hacen parecer idiota, sucumbí a la tentación sólo por jugar el juego
que todos juegan: cazar palitos con el localizador de jotitos: Grinder. Y ahí
me tienes de pendejo.
La ventaja de llegar al aeropuerto de la ciudad de México es que puedes evitar los atracos taxistas subiéndote al metro, ello me da la oprtunidad de aprovechar el tiempo encendiendo mi celular nuevo y ver quién anda de culo caliente cerca de mi pito ídem. Estación Puerto Aéreo y hay algunos buenos modelos a la vista, no pasa ni el primer vagón cuando tengo más de diez mensajes: la buena carne nueva siempre llamará la atención. En la estación de transbordo rumbo a la zona centro contesto a lo que más me erecta: un agradable jovecinto con cara de bebé, hola/hola. Aunque la medición de distancia me dice claramente que me alejo de su zona, voy a la rosa, eso no es impedimento para seguir en contacto y planeando el encuentro: mañana por la tarde, cuatro o cinco, ya que tiene clases. Bien, me dará chance de putear un rato el día de hoy. Oh, sorpresa, en mi cuarto de hotel hay dos o tres chichifos bastante musculosos según la app. Menos de cincuenta metros, supongo que bastantes más pesos. Habiendo tanto hoyuelo gratuito. No gracias.
Conocer la zona en que te mueves te da la ventaja de moverte mejor, la cama por ejemplo: estación Cuahutémoc del lado contrario al mercado, en la parada de los camiones, metrobuses o los peseros que pasen por ahí. No en la entrada de la estación ya que está retacada de vendedores y fauna varia. ¿Y qué ropa te voy a quitar? Le wasapeo una vez que me dice que ya llegó. Llevo una bufanda y un libro en la mano. Ambas cosas me hacen gracia, la bufanda porque estamos a unos agradables catorce grados, claro, agradables para un regio acostumbrado a los cuarenta grados en estos días de verano; y el libro porque si eso me lo hubiera dicho en Monterrey lo hubiera reconocido a media ciudad de distancia ¿en DF? Claro que no, una buena parte de la gente que pulula en la capital lleva un libro en la mano; me arriesgaré.
Lo dicho: es lindo como me lo contó el grindero, delgadito y con una cara de huerco que con sólo verlo ya me la puso medio dura a las tres de la tarde. El hola/hola no virtual inicia nuestra conversación, le cuento de sus tramposas señas para reconocerlo y lo invito al hotel vamos/vamos. Bien/bien.
El hotel, como las personas, madura: mi primera estancia fue en un hotel, este, que era familiar, llegué en coche de forma completamente aleatoria hace algunos lustros; visitas subsiguientes me dejaron ver cómo cambiaba su vocación: de ver familias enteras en aquel entonces, hasta llegar un fin de semana y esperar minutos a que desocupara una habitación alguna parejita caliente. No hay pedo, una cama es una cama y un palo es un palo. Los enormes espejos en las paredes me lo terminaron por confirmar, los canales porno no dejaron lugar a dudas: un hotelito pa´l trinquete. ¿Para eso lo quiero, no?
No necesito encuerarlo, él hace lo propio, fuera mochilita hipster junto con libro grueso; adiós bufanda, abrigo hecho por mami, sweter, camisa y pantalón. Se me queda en una camisetita de Pink Floyd de tirantes y una extendida trusita húmeda por su ansiosa erección. ¿Yo? Hace rato que estoy en pelotas, digo, qué tanto te tardas en quitarte sólo los tenis, el pantalón y una playera. Listo para conocer el lado oculto de la luna.
Hago que se acueste, ya desnudo, en la cama y que se deje querer, mi lengua prueba las bolitas de carne que deja al alcance de mi boca, se estremece, le gusta y quiere ver: lo hago que recueste su cabeza, vea el techo, sienta mi lengua y roce el cielo. Va bien, sobre todo cuando los lenguetazos accidentalmente se extravían en el caminito a su esfínter anal. Tensión en los muslos y leves gemidos... y lo qué te espera, huerquito.
Y lo que le espera es mi erección ahora que he
dejado mis actividades linguísticas y se la ofrezco hincándome en la cama justo frente a
su cara, despierta del ensueño para enfrentarse a la dura realidad, separa sus
labios y se acerca despacio adelantando lo que sentirá en la boca: un trozo de
carne tenso y caliente que le llena el paladar, lo saborea y me prende más,
sabe lo que hace tirado en la cama y chupando verga, lo hace bien y quiere más,
bebe cual bebé hambriento tragándose todo lo que le ofrezco; en una momentanea
separación para agarrar aire, lo hago que tome mis bolas con su boca, las besa,
las chupa, las lame, en definitiva este niño sí sabe lo que hace. Y me encanta
que me vea mientras lo realiza. Los cuerpos son acariciados por las palmas
desocupadas hasta donde podemos alcanzar: yo su trasero suave, firme y lampiño,
él o mis pectorales, mi abdomen o mis muslos. Una mamadafaje como pocas veces
se puede dar.
Como recompenza a su buen trabajo le pido que me ofrezca el culo y lo hace obedientemente, todo mío a entera disposición: mi lengua se hunde en sus carnes y gemidos brotan de su boca: tiernos, dulces, con voz de niño casi orgasmeado. Lo disfrutamos cada uno a su modo. Oh, sí. El tiempo repta sin que notemos mas que el paso de su piel por la mía o nuestras lenguas por nuestras zonas erógenas. Chupar, mamar, saborear son verbos que conjugamos en primera, segunda y terceras personas. Sólo porque no hay más gente no podría llamarle a esto una orgía pero ni falta nos hacen. La temperatura nos empieza a calentar. Más.
Como recompenza a su buen trabajo le pido que me ofrezca el culo y lo hace obedientemente, todo mío a entera disposición: mi lengua se hunde en sus carnes y gemidos brotan de su boca: tiernos, dulces, con voz de niño casi orgasmeado. Lo disfrutamos cada uno a su modo. Oh, sí. El tiempo repta sin que notemos mas que el paso de su piel por la mía o nuestras lenguas por nuestras zonas erógenas. Chupar, mamar, saborear son verbos que conjugamos en primera, segunda y terceras personas. Sólo porque no hay más gente no podría llamarle a esto una orgía pero ni falta nos hacen. La temperatura nos empieza a calentar. Más.
Los penes en las bocas, las manos en las
pieles, mi lengua en su culo, la suya en mis bolas, para preámbulos
cachondatorios ha estado genial. Estiro la mano al buró y hace su aparición el
traje de gala y su inseparable acompañante: el lub. De perrito con su culo
expuesto le lanzo el condón y le pido, casi casi le ordeno, que lo abra. Sin
cambiar de pose y gemidos me obedece y me lo entrega abierto. Me visto para lo
ocasión y le pregunto, inecesariamente como bien me lo hace notar, si quiere
que lo penetre, me contesta que sí y le hago que me lo pida, no que me
conteste: me encanta que me pidan que los penetre, esa parte del juego de
saberse deseado aparte de erecto. Ambas cosas me ponene duro y dentro: un gemido
acompañado de una leve resistencia me hablan de su primerizo dolor, no soy
tosco y aguanto a que me aguate: me dentengo sin empujar y lo dejo que se
acople a mi cabeza que no es pequeña, espero, aguanta, afloja las manos, empujo,
afloja el culo y termino de escurrirme en sus entrañas: lo he penetrado
completamente.
Mi carne se ha perdido en él como el metro en su tunel: voy, vengo, me dentengo en su estación y vuelvo a partir; los movimientos son con ritmo, acompasados con las horas pico o las horas flojas; ahora rápido y fuerte, más tarde lento y duro. El mete y saca nos acopla más que el gusto por la lectura y nos hace coincidir más que el puto Grinder. Aguanta el niño, aguantador el niño. ¿Yo? Deberías preguntarle pero no ahorita que estamos cogiendo muy rico. Su cuerpo frágil y sabroso me recibe con pasión, calor y estrechez. Todo un pasivito complaciente y complacible.
Mi carne se ha perdido en él como el metro en su tunel: voy, vengo, me dentengo en su estación y vuelvo a partir; los movimientos son con ritmo, acompasados con las horas pico o las horas flojas; ahora rápido y fuerte, más tarde lento y duro. El mete y saca nos acopla más que el gusto por la lectura y nos hace coincidir más que el puto Grinder. Aguanta el niño, aguantador el niño. ¿Yo? Deberías preguntarle pero no ahorita que estamos cogiendo muy rico. Su cuerpo frágil y sabroso me recibe con pasión, calor y estrechez. Todo un pasivito complaciente y complacible.
Cambiamos de pose sólo para recrear la vista y los músculos, sus chamorros en mis orejas o sus talones en mis hombros, mi verga no se aburre de estar en su culo y sigue ahí, entrando y saliendo como vagonero jalador. Esa pose te deja ver sus caras de placer/dolor, de apreciar la sincronización de un empujón a tope con su gemidito correspondeinte. El ritmo crece, el sudor empieza a abundar, me toca, me ve, lo cojo, me aprieta, lo penetro, me encata. La cercanía de la estación orgasmo se auncia en el sistema pero los frenos bien aplicados me dejan retrasar la llegada, él lo disfruta tanto como yo. El viaje sigue siendo placentero pero su bamboleo hace que el orgasmo se acerque más de lo deseadamente conveniente. Hago una escala técnica: Me voy a salir. Sí. Despacito. Sí. Va. Ouch. El vagón de reversa, con chica cabezota, hace de la maniobra algo megaplacentero. O al menos para mí.
Un leve interludio recosatdos desnudos uno al
lado del otro me hace enterarme que tiene novio, vaya tema en medio de un palo,
que le fascina leer, que es estudiante foráneo de tierra y culo caliente, que
normalmente es pasivo porque de activo llega temprano, que está feliz de estar
en mi cama y que ya quiere continuar con la tarea. El primer match fue
enterarnos de la mutua presencia de nuestros respectivos cuerpos; el intermedio
nos dejó adentrarnos en la persona que nos acompaña en el meno; el segundo round
nos dejará saber que somos un par de cabrones que les encanta coger perversamente
a tope.
Sí, me lo vuelvo a coger: ya que ha probado el calibre y la circunferencia de la carne sabe que no soy tosco y me deja entrar con mayor facilidad y con menos delicadeza. El sexo empieza a ser intenso, hemos dejado los mimos y pasamos a las cogidas de carne contra carne. Duro, aguantador y perverso. La compañía de los espejos me da la idea de armar un cuatro virtual, de ser vouyeur y exhibiconista a un tiempo, y perverso hasta la madre. Ambos, Dos. Cuatro. O seis si cuentas ambos reflejos. Así. Perverso.
Una vez que ya pasaste por el caminito te haces
más conciente de lo que te rodea, y aquí, aparte de estar rodeados de
testosterona y olor a látex y sexo, nos rodean azogues que bien sirven para
incirementar la cachondez. Lo estoy penetrando en el borde de la cama, él de
perrito yo de pie en el suelo, mientras me deleito viendo mi carne perderse en
la suya, decido que eso es demasiado egocentrista y giro mi vista; el espejo al
lado de nosostros me deja verle el
cuerpo empinando con su cabeza clavada entre sus brazos, entre empujón y
empujón le jalo los cabellos y le pido que me mire, se mire, nos mire, cogiendo
en aquel espejo. Batalla para verse, pero yo aprecio la escena en toda su
cachondéz: un peladote dándole por el culo a un huerquito
dispuesto; gime mientras aguanta las embestidas. La marca del bronceado de mi
traje de baño lo hace más cachondo aunque, tristemente, él no se alcanza a ver.
Bien,
para eso hay solución: siempre nos quedará el espejo frente a nosotros:
mientras me vulevo a clavar en su culo clavando mi mirada en el acto de
penetrarlo, decido que él también nos debe ver cogiendo, debe verme cogiéndo,
debe ver cómo me lo cojo. Le jalo los cabellos y le apunto su cara al espejo:
nuestras miradas se encuentran y agacha la cabeza. Un empujón y me recuesto
sobre él, mi boca en su oreja me deja preguntarle si le da pena, un tímido sí
me hace que le jale nuevamente los cabellos, le diga que me vale madre y le
ordeno que me vea. Lo hace. La pespectiva es increíble: un mocosito viéndome a
las pupilas mientras me lo ensarto, sonríe con cachondez, entrecierra los
ojitos a cada empujón y sabe que eso me prende. Le agarramos el truco y la pena
se ha ido a la chingada, el juego de Alicia me deja disfrutar mientras entro en
el agujero del conejo. Nuestras caras delatan el placer de ser penetrado, de
estar penetrando o bien de estar teniendo el sexo más encabronadamente cachondo
que has tenido en algún tiempo. Un par de días tal vez. A veces me doy miedo.
Como en esta ocasión, me veo cogiendo a alguien muy joven, alguien que sabe que
en esa pose, a esta distancia y en ese espejo parece mucho más joven de lo que
en realidad es. No, no soy pedófilo, al menos no practicante, pero me da un
miedo perverso saber que disfruto de ver cómo me cojo a un mocoso caliente. Un
miedo perveresamente cachondo que me hace endurecerme más y penetrarlo más.
Más.
El
manejo de la contensión de orgasmos, en mi pito, en su culo, nos ha dejado
tener una larga, y profunda, sexión amatoria. No sé qué hora es ni me importa,
creo que a él tampoco. La eyaculación es mantenida a raya a pesar de traerla en
la punta de la verga a base de respiraciones profundas, apretones de músculos
adecuados y sonrisas perversas. La
sensación de nadar en carne no merece ser tirada por la borda ni por la uretra.
Que viva el buen sexo y el control de esfínters. Me sorprede lo que hemos
aguantado cogiendo. Le pregunto que si vamos por la leche y, con el culo
dilatado pero relleno cremosito, me dice que sí. ¿Dónde? Donde quieras. La
leche vuela a su pecho, mía, suya, de ambos. El éxtasis, va, viene, e ignoro si
ha sido sexo tántrico pero lo que sí sé es que ha estado de poca madre.
Una reconfortante pausa para recuperar aliento y erecciones nos deja abrazarnos, besos cachondos incluidos, para masturbarnos uno junto al otro para pagar la leche que traíamos pendiente atorada en los cojones. Sonrisas y respiraciones calmas. Un baño tierno con agua caliente, un vistazo al reloj nos dice que hemos cogido mucho, las pieles desmienten opinando que no ha sido tanto como quisieramos. Apenas son las diez de la noche y no nos queremos ir, tal vez venir, pero no ir. Quien mucho se despide muchas ganas tiene de seguir cogiendo.
Una aperitivo leve en un puesto aparentemente sin chiste nos permite probar una cena bien hecha que nos deja, sorpresa de por medio, delciosamente satisfechos. También. Día de suerte. Lo acompaño en metro a su estación. Se pone más nervisoso ahora, por aquello de que alguien nos vea, que antes de entrar a mi cama. Nadie nos ve. Nos despedimos como buenos amantes: furtivamente deseando volvernos a ver. La cajita feliz me lleva ídem de regreso a mi guarida. No, Ronald, la cajita es para otro relato.
Una reconfortante pausa para recuperar aliento y erecciones nos deja abrazarnos, besos cachondos incluidos, para masturbarnos uno junto al otro para pagar la leche que traíamos pendiente atorada en los cojones. Sonrisas y respiraciones calmas. Un baño tierno con agua caliente, un vistazo al reloj nos dice que hemos cogido mucho, las pieles desmienten opinando que no ha sido tanto como quisieramos. Apenas son las diez de la noche y no nos queremos ir, tal vez venir, pero no ir. Quien mucho se despide muchas ganas tiene de seguir cogiendo.
Una aperitivo leve en un puesto aparentemente sin chiste nos permite probar una cena bien hecha que nos deja, sorpresa de por medio, delciosamente satisfechos. También. Día de suerte. Lo acompaño en metro a su estación. Se pone más nervisoso ahora, por aquello de que alguien nos vea, que antes de entrar a mi cama. Nadie nos ve. Nos despedimos como buenos amantes: furtivamente deseando volvernos a ver. La cajita feliz me lleva ídem de regreso a mi guarida. No, Ronald, la cajita es para otro relato.
¿Suerte? Sí, al otro día también. ¿De qué otra manera le llamarías al hecho de toparte a una persona en particular en el sistema de transporte colectivo de una de las ciudades más pobladas del planeta? Una entre veintiocho millones de posibilidades: Suerte. Hola/hola. ¿Qué haces? Voy al Santuario (no miento, tú sabes, eso de la virginidad me pone). ¿De dónde vienes? Del hotel (mentí, pero eso también es para otro relato) ¿y tú?. Espero a alguien. Me dio gusto encontrarte (otra vez). A mí también. Me prendió verte con esa cara de huerquito en el espejo. ¿Crees que no me di cuenta? Sonríe. Me tenías adentro, supongo que sí. Tus ojitos en blanco no mentían. Mentiroso. Se ríe. Llega su compañía, se va, me voy, me vengo. Ya volveré.
Huerquito.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes algo que decir....
ceterro@hotmail.com