“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”
Viajar en auto a pleno mediodía por esta ciudad de mierda a veces tiene su recompensa. Su inesperada recompensa.
Para tener suerte en la putería debe estar atento. Así vayas en auto a sesenta kilómetros por hora en las vías rápidas de la ciudad, digamos… Morones Prieto. Si prestas atención verás gente esperando su camión o algún acomedido aventón. Paso demasiado rápido pero lo veo: pelo lacio, mochila al hombro, cara de cachondito que bien vale la pena dar la vuelta en “U” y pasarle por segunda vez más despacio. Hay más gente en la misma parada, nos veríamos muy putos si sólo me detengo y él se sube. Segunda vuelta tercera pasada. Es listo y ha captado perfectamente, se ha puesto más adelante de la gente, con toda la disposición en la mirada y espero que en el culo también.
Va a la prepa 2 así que me queda de paso, aprovecharé el camino para hacer la invitación que, oh, sorpresa (la primera), es aceptada sin ambages. Vamos a mi nueva oficina casi en el centro. No hay más muebles que un abandonado sofá que dejaron los inquilinos anteriores. Eso servirá. De hecho ya sé que sí sirve.
La oficina está junto a una constructora, es viernes por la tarde y muchos trabajadores hacen fila esperando su paga. Se cruzan por la puerta de mi oficina y tenemos que pasar entre ellos para poder entrar. A mí me vale y paso, al niño le vale y pasa. Algunas miradas curiosas y divertidas entre la fila de albañiles musculosos y sudorosos. Hemos llegado.
Me pide el baño y le indico donde está. Ha dejado su mochila en el suelo, hace calor porque aún no he instalado el clima, es pleno verano y tiene días cerradas la oficina. No sé que vaya a pasar pero por lo pronto pienso que podremos coger en este segundo cuarto sin que nos vean por la ventana que está junto a la puerta la fila de trabajadores. Las persianas son viejas y tienen huecos, pero tal vez no pase nada.
Me parece que ya lleva demasiado tiempo en el cuarto de baño, me pregunto si le dio miedo o ya no quiere hacer nada; voy y toco discretamente la puerta, el barullo de la calle se escucha por la ventana. No me contesta. Le hablo y veo que la puerta no está cerrada por dentro, la empujo lentamente y lo veo totalmente desnudo dando la espalda a la puerta pero sonriéndome por el espejo: “Me gusta dar sorpresas”. Y vaya que es toda una sorpresa ver su pelo cubriéndole el cuello, su espalda piel de durazno marcada por el ejercicio, sus nalgas con vellos finos, redondas y muy apetecibles, sus muslos y pantorrillas de futbolista y sus calcetines con motivos de Bob esponja. Sí, me ha sorprendido y esa sonrisa me embeleza. Le pido con la cabeza que me siga al sofá.
Hemos cruzado el vano de la inexistente puerta que da a la ventana, no sé si alguien nos vio pero en este momento es lo que menos me llama la atención; es su pene totalmente erecto, cubierto de una suave piel hasta la punta del falo, y unas bolitas de carne colgando bajo él lo que me han hipnotizado. Me dice “Sorpréndeme” y empiezo a hacerle show. Mis brazos cruzados ante mí toman la parte baja de mi playera polo y la elevan lenta y suavemente sobre mi cabeza. He quedado con una camiseta interior negra de tirantes que dejan ver mis trabajados hombros y mis marcados bíceps sin quitármela aún. “Me encantan esas camisetas” me dice con la voz y con un endurecimiento notorio en su pene, una gotita de precum para enfatizar. La camiseta vuela también y se hinca ante mi, besándaome el abdomen, metiendo su lengua en mi ombligo, alzando sus brazos para acariciarme los pezones. Con los dientes desabrocha mi cinturón, le ayudo a abrir los botones del pantalón pero con algo de violencia retira mis manos dándome a entender que todo lo que cargo es sólo para él. El pantalón pasa las nalgas y se queda suspendido de mis muslos, sus manos recorren los vellos de mis piernas, me aprieta las nalgas, me muerde la carpa de circo. Creo que está gratamente sorprendido. Suspira.
Lo tomo del cabello y se atraganta con mi carne, decide probarlo sin tela y la deja en libertad. Es bella, hay que reconocerlo y dejar la modestia en algún lado que no sea este caliente despacho, mientras desde mi punto de vista observo la forma definida de mi glande, que él aspira cual dulce a punto de devorar, más dura no la pudo traer. Juega y pasa su respiración por mi falo, por mis huevos, por la parte interior de mis muslos. Un toque de la punta de su lengua en mi escroto inicia el camino al cielo. Sabe lo que hace este niño. Se prende con hambre de sexo y lo obtiene, sube, baja, bucea en mis testículos, un pequeño rozón cerca del ano. Acaricio su sedosa cabellera, lo tomo de la base del cuello, le doy de beber y bebe.
Me tiene tan caliente que decido que la ropa estorba y mis pantalones, zapatos y ropa interior vuela. Estoy, estamos desnudos, lo jalo del cabello para poenrlo de pie, se para de puntas para poder besarme, los abrazo con fuerza, le saco el aire, pero quiero meterle otra cosa, me hinco y le regreso el favor, lo disfruta pero sabe muy bien lo que quiere, se gira y sube una de sus piernas al sofá. Su culo me queda al alcance pero decido reiniciar mi exploración lingüística por ese parecito de bolas que cuelgan en el espacio. Vuelve a gemir, nado entre la hendidura que separa sus bolitas de carne, subo y bajo por la sartén, sí, ahí justo donde se estrellan los huevos cuando coges con los pies al aire, hasta que finalmente llego al premio mayor. Se vuelve loco. Se acaricia solo, se jala el pelo, se aprieta los muslos. Sí, sé que lo hago bien. Un escupitajo que esparzo con la lengua le calienta su ya de por sí ardiente hoyito. Cógeme, ha dicho la palabra mágica.
Lo empino en el sofá y lo penetro sin misericordia, un grito leve, pero bastante audible me hace recordar la fila de pelados que está allá afuera, ignoro si se escucha pero el calor de su ano me regresa a la orilla del sofá. Se le ha ido toda y pide más, empiezo el bamboleo y él se acompasa a mi ritmo. Sabe, sabe muy bien lo que hace. Sorpresa tras sorpresa. Le doy un rato así y lo soporta todo, lo hago que de ponga de pie y levanta los brazos para alzacanzar mi cabeza y acariciarme los cabellos. Le paso las manos por el torso, por el pecho, por sus tetillas, está ardiendo. Se mueve más.
Decido girarnos y sentarme en el sofá sin salirme de él, se da sus buenos sentones, más dura no la puedo traer ¿o sí? Me lo cojo deliciosamente cachondo. Me recuesto un poco y lo hago recostarse sobre mí, apoyo mi cabeza en el respaldo del sofá y él su espalda sudada sobre mi torso. Pone sus talones en mis rodillas y el subeybaja de su pelvis me masturba como pocas veces lo he sentido. Se clava hasta el fondo y sube despacio, se deja caer y sus caderas chocan con las mías. Lo mastrubo y después de un momento me pide que pare o se viene. Yo paso por lo mismo. El calor es endemoniado, un contraste terrible de este infernal ambiente con lo celestial de su culo apretado. Sudamos a chorros y nos vale madre, él me moja con su espalda, le escurre el sudor por entre las nalgas llega a mojar mi verga cada vez que se levanta, siento los huevos escurriendo. Mi pecho empapado que le restriego en la espalda. Sudor de machos. Por lo menos el mío.
Dice que ya se quiere venir pero me pide que lo baje, que lo hinque en el suelo y que él me avisa cuando explotará. Le doy de perrito hincado en el piso, lo tomo de la cintura y lo manejo a mi antojo. Dos o tres empujones hasta el fondo me indican que está listo, se endereza repentinamente y con un brazo levantado me acaricia la cabeza, con el otro se masturba. Cuatro, cinco disparos con su consecuente apretón de culo y las manchas en la pared, ocho, nueve y un chorrito. Una sorpresa más: Su leche ha volado mínimamente dos metros y medio hasta alcanzar la puerta del baño. Pocas veces he visto esa fuerza al expulsar el semen. Gratamente sorprendido. Sigo yo y le pregunto dónde. La mitad adentro pide. Y complazco, los primeros tres chorros le quedan en el culo, se sale rápido, mi glande protesta, se gira y me masturba para completar el baño de leche en su abdomen. Uff. Vaciados.
El calor y la humedad siguen siendo insoportables y ahora se hace más notorio, entra al baño por su ropa, se enjuaga cualquier cosa, nos vestimos y salimos apurados. La gente se mueve de la puerta y nos deja pasar, no sé si sea mi imaginación pero me parece ver algunas sonrisas discretas. Nosotros bañados en sudor subimos al carro que está estacionado en batería, un tipo recargado en él se mueve, doy de reversa, mientras prendo el clima. No, no fui yo, está vez estoy seguro que el tipo que se movió del auto me levanta el pulgar en señal de que algo le gustó. Sonrío y le hago la misma seña. Sorpresas le pinta el dedo y le saca la lengua. Envidioso, dice.
Un helado y quince minutos después, ya más refrescados por el clima del auto y los barquillos de chocolate, Sorpresas se despide apretándome el paquete. Gracias por la nieve, dice, y por la leche, agrega.
Sorpresa, me dejo su teléfono en el asiento del auto.
13/sep/11

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