
No soy una señora de una conducta intachable
Melissa.
Andar de cabrón te deja conocer mundo. Y culos varios. Y a cada puto personaje… Melisso, por ejemplo.
De esos días en que no piensas en nada en lo absoluto, manejas tu coche cual zombi enajenado en piloto automático cuando, sin esperarlo mucho, a eso de las once de la noche que estás detenido en un semáforo un peladito de muy buen ver atraviesa la calle.
Pantalón que entalla unos agarrables fuertes muslos, sus primeros veintitantos, roturas en las nalgas que deja adivinar boxers apretados y no carpas matapasiones, tenis convers, playera negra rockerita, bíceps presumibles, cuello firme, cara de machín, gorra inefable, sin bigote ni barba, pelito que le cubre la nuca. Yo sí le daba… no, no, no, esa frase es de gente con poca autoconfianza: Yo sí le doy.
Y sí, le doy la vuelta a la derecha para pasarle lento por su costado, la mirada retadora, el retrovisor comunicativo. Segunda vuelta el mismo procedimiento con la mirada a las pupilas y estacionamiento bajo un árbol que me cubre de la luz mercurial. Cuando alguien se dirija a ti con un “¿Qué pedo?” la respuesta más efectiva es “Pues el que me tires, wey” quien quita y te tiren algunos peditos en situaciones más íntimas.
Para ver el resto de la conversación subepeatonescachondos favor de dirigirse a los relatos en este mismo blog que tienen el tag “sexo, calle, raid” infalible, inevitable e invariable. Una vez pasada esa etapa estoy reclinado en el asiento haciéndole los honores. Dice “no” y se recuesta más. Dice “quítate” y me toca las anginas. Dice “no soy puto” pero se ve que lo disfruta. Este niño entra en la categoría de mayate-por-media hora. Dice “nos van a cachar” y lo invito a un hotel. Dice “no mames” y yo digo lo mismo. Doscientos pesos por un cuarto apestoso con una cama más aguada que la de mi abuela con la única ventaja que sólo viajé dos calles para llegar.
El problema con los mayates de calle es que batallas para desnudarlos. Al principio. Lo típico es que se dejan mamar pero sólo si no se desnudan Y ahí lo tenía: recostado con la playera apenas levantada y el ziper abierto. Buen trozo pero para eso prefiero los glory holes.
Unas buenas fanfis profundas, húmedas y profesionales le quitan la ropa. Está hundido en el colchón, aclaro: no es metáfora, y le abro las piernas, le acerco el pene y masturbo ambos trozos de carne. Le gusta. Le tomo la mano indicándole que es su turno de menear el guiso. Lo hace por caliente pero lo deja de hacer por machín. No, we, yo no soy puto. Yo no agarro vergas. Ajá.
Habiendo tantos gays aceptados por la real academia de la putería ¿por qué tengo que levantar mayates? Por el pinche placer de voltearlos. Aunque no sea en la primera vez. ¿Apuestas?
Desnudos me ordena que se la siga mamando, le doy la falsa sensación de que él conduce. Pero yo manejo. Le “sugiero” qué hacer y lo hace. Después de rehusarse, un poco tarde por cierto, a sentir mi lengua en su anillo hemos terminado de la siguiente manera: yo acostado sobre la cama, mi cabeza colgando en el borde de la misma, con mi mano izquierda tomo de la base mi pene erecto moviéndolo para que lo vea. Y sí, lo ve, el juego de espejos en las paredes me deja apreciar su cara en esta peculiar posición y se encuentra sumamente atento al meno de mi verga a punto de estallar. Él está de pie a la orilla de la cama, su largo pene alcanza mis anginas, mi nariz se embriaga del olor de sus testículos, y mi hábil mano derecha soba esas musculosas nalgas. Me doy por bien servido si este oral termina en mi boca. Sus gemidos empiezan a anunciarlo, su bamboleo no lo desmiente, me preparo para esa leve sensación de ahogo y lo que viene me sorprende.
Los gemidos han subido de frecuencia y de tono, sí un tono agudo y femenino. Pero ahí no terminan las sorpresas. Repentinamente levanta su musculosa pierna derecha y coloca su pie sobre la cama, eso libera su verga de mi boca y sus huevos colgando ante mí me dan una inmejorable perspectiva de su culo: un hoyito limpio, con vellitos apenas visibles, lacios y delgados, ese asterisco tan bien delineado y con un aroma tan íntimo y delicioso. Apenas quiero poner en acción el siguiente de mis sentidos y la yema de mi dedo índice se ve sorpresivamente empujada por el bajón que da a su culo el cual termina, como bien has de adivinar, justo en mi cara, mi lengua se erecta al contacto y empieza a hacer por instinto un trabajo que jamás había hecho: Comer culo.
Supongo que para ser primerizo no lo hago tan mal. Los gemidos suben de tono, se masturba frenéticamente. Como, devoro, entro. Sí, lo hago bien, lo gozo y quiero pensar que él también. Sus gritos lo han transformado en… en… toda una señora. No, no me malinterpretes, no se le cayó el pito y le salió una paparrucha. No es el caso de que sea alérgico a la papaya ni que estemos en una historia de realismo mágico. Si cierro los ojos y abro sólo mis oídos escucharé a una señora excitadísima gemir a punto del orgasmo. Su voz, sus gemidos, su grititos son de una señora en brama. No mames, si sigue así me la va a bajar. Ah, Oh, Ah, Así, Más, y todo el consabido y profundo diálogo de cualquier pelì hetero tres equis. ¿Qué pedo?
Siento sus testículos contraerse, está a punto, creo que se va a venir y… un corte de edición más frenético que en película de acción me regresa a la realidad. Se retira, con el boxer se limpia mi saliva de la cola, en menos de lo que yo me enderezo en el colchón él está completamente vestido. Y con una voz tan profunda y varonil que me estremece: “Ya, wey. Ya me voy”. El tipo sale del cuarto dejando la puerta abierta y a mí desnudo y erecto. ¿Qué pedo?
Jamás me he vestido tan rápido, bueno, aunque pensándolo bien, tal vez sólo la vez de Bellota en su casa. Con los calzones y el lubricante en la mano salgo del hotel. Volteo para ambos lados y lo veo casi al final de la calle. No. No lo alcancé. ¿Qué puto pedo?
Final feliz. ¿Por qué? Simplemente que como vivimos por el mismo rumbo cada vez que Melisso me topa, y anda cachondo, se sube y vamos a mi casa. ¿Su progreso? Bueno, digamos que ya se deja penetrar; sigue gimiendo como toda una dama en celo; ya no me la bajan sus grititos; y ya falta poco para que me deje terminar adentro sin que se vaya corriendo antes de que le gane la culpa buga. Ni hablar, ano es ano.
Dejando mis sueños
En el cuarto de cualquier Motel
Con la cara cubierta
Con la vida revuelta
Sigue diciendo la tal Melissa.
Me he encontrado a varios así. El asunto problemático viene cuando de verdad se sienten tan señoras que pretenden ponerlo todo en regla.
ResponderEliminarMe escapo y le dejo desnudo si alguna vez intentan hacérmelo.