Regalo Adelantado


No soy grinch, simplemente me cagan las navidades.

Los días antes de Navidad son días de tumultos, abrazos semi forzosos, llamadas innecesarias, caridad fingida e hipocresías genuinas.


Andaba en el centro por el mero placer de andar un domingo por la mañana; tenía deseos de ir a un mercado popular a buscar libros usados y, siendo popular, decidí no irme en coche, en democrático camión. El lugar abarrotado de olores, colores, gente. Igual que los sanitarios. Me dieron ganas de hacer de la chorra así que estaba haciendo lo mío cubierto por las chaparras paredes de los cubículos. Una mirada coqueta me sonríe al lado. Aquí hay pedo supuse y no por los olores sino por los glory holes practicados en las paredes.

El tipo usa el pelo corto, es cachetón, simpático y sí, definitivamente algo quiere, se me figura que pudiera ser un soldadito así que lo bautizo con el mote de Sardito. Cosa rara, no traigo ganas, bueno no de que me la chupen oliendo mierda. Elijo pasar por alto la oportunidad. Él no.

Cerca de tres calles lejos del mercado, una vez que he decidido ir a un tianguis “cultural” en el Barrio Antiguo me percato de que Sardito me alcanza y me dedica otra sonrisa. Con mi más buga expresión digo ¿Qué pedo? Creo que sonó tan varonil y agresivamente heterosexual que a Sardito se le hace agua la cola. Me sigue las restantes veinte cuadras que debo caminar para llegar al punto.

Escojo calles menos transitadas, me caga el gentío, amén de que así Sardito podrá ir papaloteando a gusto sus manos mientras me desengaña de su profesión: Es maestro de baile de “ritmos ligeros”, originario de la ciudad vecina de Saltillo, no acostumbra ir a esos baños de ambiente, jura, viste una agradable camisa de cuadros de colores claros que desentona horriblemente con un pantalón azul marino que le cubre más arriba del ombligo y le descubre más arriba de los tobillos dejando ver sus zapatos color hueso puntiagudo que a todo mundo le llaman la atención.

Pregunta mi destino y le informo que voy a la casa de un amiguito a coger con él. Se punta. Vaya confianza. No asiento ni accedo pero él me sigue por esas calles. Pregunto si ha hecho tríos y dice que no. Para qué quiero un novato en tríos si voy a cogerme uno de mis culos favoritos. Lo siento, la llevas de perder, Sardito. Aprovecho para preguntarle por los lugares de ambiente de Saltillo y en particular por un cine porno. Dice que sí lo conoce pero que no ha ido, A-ja, que existía otro más mejor, así dijo, lo juro; que en ese lugar lo acondicionaron con jacuzzi, barra, bebidas, privados y todo lo que necesites para hacer más cómoda la permanencia voluntaria en un cine porno. No sé si creerle, la idea me encanta y él presume que ahí lo hizo con cuatro al mismo tiempo. “Pero no me gusta que me penetren” ¿Entonces a qué chingados fuiste a regalar tu dinero? Me cuestiono viéndole la cara delatora de pasivos que se carga. Este Sardito ha de ser hijo de Guepeto.

Recorre conmigo el mercado, me ve tirarle los perros y hacer sonrojar a más de tres jovenzuelos que atienden sus respetivos puestos de pinturas, fotografías y tatuajes. Tan sencillo que es alagar a la gente. Sardito no tiene pinta de querer irse y me pregunta por mi amigo. En realidad cree que ya se metió a la cama conmigo y mi amiguín. Una llamada me convence de que no me meteré a la cama, al menos con mi culito favorito. Sus papás han decidido que hoy no se quedará solo en casa. Se lo llevarán con ellos y no lo podré ver. Perra suerte.

Sardito sugiere ir a mi casa. No, gracias. Sugiere ir a un hotel pero no trae dinero. No gracias, yo no pago. ¿Qué jodidos me pasa que no quiero aprovechar este buen culo? Tal vez porque ya me hacía probando uno mejor. “Vamos al ciber de cabinas” Es una frase que me cambia el paradigma. Ese famoso y céntrico ciber lo había oído mencionar y aparecer en experiencias cachondonas que me habían llegado por medios virtuales. Teniendo lugar nunca tuve necesidad de ir a conocer. Tal vez, me dice mi semierección, es tiempo de ir a conocerlos.

Sardito dice que había ido hace como dos años y que no recuerda dónde está el ciber. Invertimos media hora buscando entre el mar de gente hasta que finalmente, a punto de darnos por vencidos, encontramos un letrero a mitad de la calle “Cabinas con Internet. Quince pesos los primeros quince minutos”. Eureka y mi erección se completa.

Pensé que tendríamos que rentar dos computadoras, pero el jotito que atiende sabe su negocio, no pegunta nada y nos dice “Cabina treinta y dos. Por allá” e indica una puerta de cristal al lado contrario de otra donde se ve que hay más movimiento de tipos cambiando de puertas y dedicando miradas hambrientas de leche. Quién diría.

Llegamos a la hilera de puertas de madera y justo en la primera cabina está un tipo sentado en la compu y dos más haciéndole compañía. Son un par de señores y un muchacho, pero no es lo que ya cachondamente te estás imaginando. El joven les ayudaba a hacer algún trámite o algo así. Pensando que eran vigilantes y llegando a a la conclusión de que no slo son, despreocupadamente ocupamos nuestra cabina y cierro la puerta. Todo se escucha.

Un sillón cómodo frente a una repisa que sostiene el CPU y su monitor plano; Le digo a Sardito que tome asiento y alzo la voz para despistar que me la va a chupar. Las voces de los tipos entran por la parte superior de las mamparas. Reviso y a la altura del asiento está un hoyo glorioso. Sardito lo tapa con el papel sanitario que trae de los baños del mercado. Quiere privacidad. Le pido que teclee cualquier tontería para seguir guardando las apariencias, inicio una plática banal y risas fuertes. Las paredes están decoradas con hilos de leche. Más de doce venidas conté en las paredes laterales, la puerta e inclusive un par en la pared detrás del monitor. No veo bote de basura así que me asomo detrás de la pantalla. Lo supuse. Encuentro papel higiénico, es un decir, endurecido por el engrudo. Alguien más desesperado usó una hoja de mica transparente para dejar ahí sus proyectos de hijos. Mi erección es reconfortada por la mano de Sardito. Las voces ajenas siguen allá afuera.

Le pido que busque material porno para completar la calentura. Todo ternurita, entra a you tube y teclea “morenos gays”. No puede ser, tendré que desvirginarlo, también, en el uso de la red. Su boca se posa en mi erección cubierta con mezclilla. Las voces siguen. Entro a mi perfil de Man Hunt y pregunta que si lo que ve en la pantalla es lo que esconde mi pantalón. Los chats y mensajes no se hacen esperar. Esa presentación que dice “Esta noche un culo ha de sangrar” tiene su encanto. Se soba su verga.

Salgo de ahí y encuentro sitios porno a gusto de los dos: jovencitos con maduros. Perfecto, esto nos pone como rocas y decido mostrarle lo que tanto desea. La ve con delicia, la huele con ternura, sus ojos cerrados me cuentan que está encantado, sus labios calientes me hacen el honor. Le doy de beber. Las voces afuera han disminuido. Se prende. Nuestro silencio supongo que nos ha de delatar un poco. Me vale verga.

Él, sentado en el sillón con mi verga a la altura exacta de su boca, me hace una mamada deliciosa, sabe lo que hace. Mi playera cruza mi cabeza y descubro mi torso, sus ojos delatan su grata sorpresa, sus manos terminan por disfrutar. Mi pantalón de mezclilla viaja por mis muslos, no llevo ropa interior, se prende de las columnas de carne, y ataca con su boca ardiente mi falo erecto. No lo sabe pero yo me he dado cuenta: el tapón de papel que había puesto en el glory hole yace ahora en el suelo. Una pupila devora lo que pasa en esta cabina. Las voces ya se fueron.

Mi vista recorre el techo y repara en la ventila del inexistente aire acondicionado. Busco cámaras escondidas. Sí, me encantaría que me filmaran. Sardito se ha sacado su herramienta y vaya que la tiene sabrosa, capullo rosado, uncut, caliente, de buen tamaño. Empieza a masturbarse mientras continúa mamando cual becerrito. El hoyo en la pared me enseña una lengua.

He decidido que el sillón sobra y mientras levanto a Pinocho lo recorro a un lado tapando el agujero de la pared. Me vale, quiero coger. Ambos falos se encuentran, los tomo con una mano, masturbo ambos, mis vellos contrastan con su pubis rasurado. Le gusta. Giro a Sardito, le bajo los pantalones y su ropa interior, le separo las piernas, escupo en mi mano, le mojo el culo y se la doy a desear. Unos leves toques en la pared me hacen saber que el vouyeur está desesperado. Sardito dice que no con la cabeza. Mi verga me dice que sí con lo mismo. Empujo leve. Gime. Le cubro la boca. Se abre. Empujo. Se dilata. Me tiene dentro y mi palma recibe sus quejidos. Una vez acostumbrado a mi tronco se decide por disfrutarlo. Esa carne caliente me abraza el falo. Agarro mi ritmo y la cabeza de Sardito termina sobre el teclado. Riquísimo.

Sus manos toman mis nalgas, acarician mis piernas. Las mías su espalda, no le puedo jalar su corto cabello. Dirijo mi mirada al techo y me topo con una cara sorprendida. El vecinito de cabina no quiso perder su dote de placer visual y se ha de haber trepado en la silla, supongo, ya que se asoma sobre la mampara. No creo que tenga más de diescisiete. Le cierro un ojo. Lo disfruta casi tanto como yo. Decido calentarle el palo lo mas que pueda, así que lentamente echo mi torso hacia atrás mientras saco completamente mi falo de aquel culo apretado, sí, aquel que decía no le gustaba que lo penetraran, mi carne apunta el cielo y vecinito se trepa para verlo mejor. Muy lentamente empiezo a entrar en esa cálida cavidad y Sardito, sin darse cuenta de nada, gime de placer.

Retomo el ritmo y me olvido del vecino, mi cogido se endereza repentinamente y alzando sus brazos acaricia mis hombros cubiertos por mi playera, mi pelo corto, mi barba de días. Sus disparos cruzan sobre el monitor y van a dar al lado del decorado anterior. Una cuantas gotas manchan la pantalla. Me salgo y lo hago que se siente en la silla, le abro la camisa, le levanto la camiseta. Mi leche lo baña incluyendo a la silla de alto respaldo y algunas gotas ayudan a decorar la pared.

Ut.

Después de un rato, recuperados los alientos, limpiamos nuestros cuerpos pero no la pared. Los papeles húmedos terminan, también, detrás del monitor. Nos disponemos a salir, abro despacio la puerta. Las voces hace rato que se marcharon. Empezamos a caminar y le pido que espere. Me regreso a recorrer las cabinas que están algunas vacías, otras en acción. Entro a la de al lado. Una mancha de espeso semen está a la altura de mis ojos. La silla con huellas de tenis en su asiento. Lo dicho. El vecinito se vino mientras nos observaba. Ja.

Entro a otras cabinas y el mismo decorado. El olor delata lo que ahí ha pasado y seguirá pasando. Salimos, pago, el encargado se nos queda viendo con envidia. No lo puedo creer. Sólo nos cobró quince pesos. El hotel más barato del centro de Monterrey donde me adelantaron mi regalo de Navidad.

Por cierto el próximo domingo nos volveremos a ver.

2 comentarios:

  1. Seguí la pista. Buen bulto. Cuando estés en D.F. hay culos de bienvenida. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. q fastidio, ese tipo, yo q tu lo dejaba por ahi
    y esa cabina jajajaja xq aqui tambien hay algunas asi jajaja

    ResponderEliminar

Si tienes algo que decir....
ceterro@hotmail.com