Regalo Adelantado


No soy grinch, simplemente me cagan las navidades.

Los días antes de Navidad son días de tumultos, abrazos semi forzosos, llamadas innecesarias, caridad fingida e hipocresías genuinas.


Andaba en el centro por el mero placer de andar un domingo por la mañana; tenía deseos de ir a un mercado popular a buscar libros usados y, siendo popular, decidí no irme en coche, en democrático camión. El lugar abarrotado de olores, colores, gente. Igual que los sanitarios. Me dieron ganas de hacer de la chorra así que estaba haciendo lo mío cubierto por las chaparras paredes de los cubículos. Una mirada coqueta me sonríe al lado. Aquí hay pedo supuse y no por los olores sino por los glory holes practicados en las paredes.

El tipo usa el pelo corto, es cachetón, simpático y sí, definitivamente algo quiere, se me figura que pudiera ser un soldadito así que lo bautizo con el mote de Sardito. Cosa rara, no traigo ganas, bueno no de que me la chupen oliendo mierda. Elijo pasar por alto la oportunidad. Él no.

Cerca de tres calles lejos del mercado, una vez que he decidido ir a un tianguis “cultural” en el Barrio Antiguo me percato de que Sardito me alcanza y me dedica otra sonrisa. Con mi más buga expresión digo ¿Qué pedo? Creo que sonó tan varonil y agresivamente heterosexual que a Sardito se le hace agua la cola. Me sigue las restantes veinte cuadras que debo caminar para llegar al punto.

Escojo calles menos transitadas, me caga el gentío, amén de que así Sardito podrá ir papaloteando a gusto sus manos mientras me desengaña de su profesión: Es maestro de baile de “ritmos ligeros”, originario de la ciudad vecina de Saltillo, no acostumbra ir a esos baños de ambiente, jura, viste una agradable camisa de cuadros de colores claros que desentona horriblemente con un pantalón azul marino que le cubre más arriba del ombligo y le descubre más arriba de los tobillos dejando ver sus zapatos color hueso puntiagudo que a todo mundo le llaman la atención.

Pregunta mi destino y le informo que voy a la casa de un amiguito a coger con él. Se punta. Vaya confianza. No asiento ni accedo pero él me sigue por esas calles. Pregunto si ha hecho tríos y dice que no. Para qué quiero un novato en tríos si voy a cogerme uno de mis culos favoritos. Lo siento, la llevas de perder, Sardito. Aprovecho para preguntarle por los lugares de ambiente de Saltillo y en particular por un cine porno. Dice que sí lo conoce pero que no ha ido, A-ja, que existía otro más mejor, así dijo, lo juro; que en ese lugar lo acondicionaron con jacuzzi, barra, bebidas, privados y todo lo que necesites para hacer más cómoda la permanencia voluntaria en un cine porno. No sé si creerle, la idea me encanta y él presume que ahí lo hizo con cuatro al mismo tiempo. “Pero no me gusta que me penetren” ¿Entonces a qué chingados fuiste a regalar tu dinero? Me cuestiono viéndole la cara delatora de pasivos que se carga. Este Sardito ha de ser hijo de Guepeto.

Recorre conmigo el mercado, me ve tirarle los perros y hacer sonrojar a más de tres jovenzuelos que atienden sus respetivos puestos de pinturas, fotografías y tatuajes. Tan sencillo que es alagar a la gente. Sardito no tiene pinta de querer irse y me pregunta por mi amigo. En realidad cree que ya se metió a la cama conmigo y mi amiguín. Una llamada me convence de que no me meteré a la cama, al menos con mi culito favorito. Sus papás han decidido que hoy no se quedará solo en casa. Se lo llevarán con ellos y no lo podré ver. Perra suerte.

Sardito sugiere ir a mi casa. No, gracias. Sugiere ir a un hotel pero no trae dinero. No gracias, yo no pago. ¿Qué jodidos me pasa que no quiero aprovechar este buen culo? Tal vez porque ya me hacía probando uno mejor. “Vamos al ciber de cabinas” Es una frase que me cambia el paradigma. Ese famoso y céntrico ciber lo había oído mencionar y aparecer en experiencias cachondonas que me habían llegado por medios virtuales. Teniendo lugar nunca tuve necesidad de ir a conocer. Tal vez, me dice mi semierección, es tiempo de ir a conocerlos.

Sardito dice que había ido hace como dos años y que no recuerda dónde está el ciber. Invertimos media hora buscando entre el mar de gente hasta que finalmente, a punto de darnos por vencidos, encontramos un letrero a mitad de la calle “Cabinas con Internet. Quince pesos los primeros quince minutos”. Eureka y mi erección se completa.

Pensé que tendríamos que rentar dos computadoras, pero el jotito que atiende sabe su negocio, no pegunta nada y nos dice “Cabina treinta y dos. Por allá” e indica una puerta de cristal al lado contrario de otra donde se ve que hay más movimiento de tipos cambiando de puertas y dedicando miradas hambrientas de leche. Quién diría.

Llegamos a la hilera de puertas de madera y justo en la primera cabina está un tipo sentado en la compu y dos más haciéndole compañía. Son un par de señores y un muchacho, pero no es lo que ya cachondamente te estás imaginando. El joven les ayudaba a hacer algún trámite o algo así. Pensando que eran vigilantes y llegando a a la conclusión de que no slo son, despreocupadamente ocupamos nuestra cabina y cierro la puerta. Todo se escucha.

Un sillón cómodo frente a una repisa que sostiene el CPU y su monitor plano; Le digo a Sardito que tome asiento y alzo la voz para despistar que me la va a chupar. Las voces de los tipos entran por la parte superior de las mamparas. Reviso y a la altura del asiento está un hoyo glorioso. Sardito lo tapa con el papel sanitario que trae de los baños del mercado. Quiere privacidad. Le pido que teclee cualquier tontería para seguir guardando las apariencias, inicio una plática banal y risas fuertes. Las paredes están decoradas con hilos de leche. Más de doce venidas conté en las paredes laterales, la puerta e inclusive un par en la pared detrás del monitor. No veo bote de basura así que me asomo detrás de la pantalla. Lo supuse. Encuentro papel higiénico, es un decir, endurecido por el engrudo. Alguien más desesperado usó una hoja de mica transparente para dejar ahí sus proyectos de hijos. Mi erección es reconfortada por la mano de Sardito. Las voces ajenas siguen allá afuera.

Le pido que busque material porno para completar la calentura. Todo ternurita, entra a you tube y teclea “morenos gays”. No puede ser, tendré que desvirginarlo, también, en el uso de la red. Su boca se posa en mi erección cubierta con mezclilla. Las voces siguen. Entro a mi perfil de Man Hunt y pregunta que si lo que ve en la pantalla es lo que esconde mi pantalón. Los chats y mensajes no se hacen esperar. Esa presentación que dice “Esta noche un culo ha de sangrar” tiene su encanto. Se soba su verga.

Salgo de ahí y encuentro sitios porno a gusto de los dos: jovencitos con maduros. Perfecto, esto nos pone como rocas y decido mostrarle lo que tanto desea. La ve con delicia, la huele con ternura, sus ojos cerrados me cuentan que está encantado, sus labios calientes me hacen el honor. Le doy de beber. Las voces afuera han disminuido. Se prende. Nuestro silencio supongo que nos ha de delatar un poco. Me vale verga.

Él, sentado en el sillón con mi verga a la altura exacta de su boca, me hace una mamada deliciosa, sabe lo que hace. Mi playera cruza mi cabeza y descubro mi torso, sus ojos delatan su grata sorpresa, sus manos terminan por disfrutar. Mi pantalón de mezclilla viaja por mis muslos, no llevo ropa interior, se prende de las columnas de carne, y ataca con su boca ardiente mi falo erecto. No lo sabe pero yo me he dado cuenta: el tapón de papel que había puesto en el glory hole yace ahora en el suelo. Una pupila devora lo que pasa en esta cabina. Las voces ya se fueron.

Mi vista recorre el techo y repara en la ventila del inexistente aire acondicionado. Busco cámaras escondidas. Sí, me encantaría que me filmaran. Sardito se ha sacado su herramienta y vaya que la tiene sabrosa, capullo rosado, uncut, caliente, de buen tamaño. Empieza a masturbarse mientras continúa mamando cual becerrito. El hoyo en la pared me enseña una lengua.

He decidido que el sillón sobra y mientras levanto a Pinocho lo recorro a un lado tapando el agujero de la pared. Me vale, quiero coger. Ambos falos se encuentran, los tomo con una mano, masturbo ambos, mis vellos contrastan con su pubis rasurado. Le gusta. Giro a Sardito, le bajo los pantalones y su ropa interior, le separo las piernas, escupo en mi mano, le mojo el culo y se la doy a desear. Unos leves toques en la pared me hacen saber que el vouyeur está desesperado. Sardito dice que no con la cabeza. Mi verga me dice que sí con lo mismo. Empujo leve. Gime. Le cubro la boca. Se abre. Empujo. Se dilata. Me tiene dentro y mi palma recibe sus quejidos. Una vez acostumbrado a mi tronco se decide por disfrutarlo. Esa carne caliente me abraza el falo. Agarro mi ritmo y la cabeza de Sardito termina sobre el teclado. Riquísimo.

Sus manos toman mis nalgas, acarician mis piernas. Las mías su espalda, no le puedo jalar su corto cabello. Dirijo mi mirada al techo y me topo con una cara sorprendida. El vecinito de cabina no quiso perder su dote de placer visual y se ha de haber trepado en la silla, supongo, ya que se asoma sobre la mampara. No creo que tenga más de diescisiete. Le cierro un ojo. Lo disfruta casi tanto como yo. Decido calentarle el palo lo mas que pueda, así que lentamente echo mi torso hacia atrás mientras saco completamente mi falo de aquel culo apretado, sí, aquel que decía no le gustaba que lo penetraran, mi carne apunta el cielo y vecinito se trepa para verlo mejor. Muy lentamente empiezo a entrar en esa cálida cavidad y Sardito, sin darse cuenta de nada, gime de placer.

Retomo el ritmo y me olvido del vecino, mi cogido se endereza repentinamente y alzando sus brazos acaricia mis hombros cubiertos por mi playera, mi pelo corto, mi barba de días. Sus disparos cruzan sobre el monitor y van a dar al lado del decorado anterior. Una cuantas gotas manchan la pantalla. Me salgo y lo hago que se siente en la silla, le abro la camisa, le levanto la camiseta. Mi leche lo baña incluyendo a la silla de alto respaldo y algunas gotas ayudan a decorar la pared.

Ut.

Después de un rato, recuperados los alientos, limpiamos nuestros cuerpos pero no la pared. Los papeles húmedos terminan, también, detrás del monitor. Nos disponemos a salir, abro despacio la puerta. Las voces hace rato que se marcharon. Empezamos a caminar y le pido que espere. Me regreso a recorrer las cabinas que están algunas vacías, otras en acción. Entro a la de al lado. Una mancha de espeso semen está a la altura de mis ojos. La silla con huellas de tenis en su asiento. Lo dicho. El vecinito se vino mientras nos observaba. Ja.

Entro a otras cabinas y el mismo decorado. El olor delata lo que ahí ha pasado y seguirá pasando. Salimos, pago, el encargado se nos queda viendo con envidia. No lo puedo creer. Sólo nos cobró quince pesos. El hotel más barato del centro de Monterrey donde me adelantaron mi regalo de Navidad.

Por cierto el próximo domingo nos volveremos a ver.

Dallas

Jamás me han gustado los Estados Unidos. Pero me encanta lo que tienen. Crisol de razas. Y por ende de vergas.

Ir a trabajar de mojado estrenando mis veinte años es una aventura; aclaro que no me mojé la espalda aunque finalmente sí otras partes de mi cuerpo. Ser un maldito nerd que sabe manejar a una velocidad endemoniada el, en aquel entonces, novedoso dibujo por computadora me ganó una invitación, boleto de avión incluido, para trabajar por seis meses en Dallas.

Mi amigo Héctor, mayor que yo por cuatro años, tenía ya tiempo instalado en esa ciudad, se fue con su pareja con quien compartía departamento y relación hacía ya un lustro. Yo sabía de él sus gustos exquisitos, él no de mí. El arreglo al que llegué con mi contratante fue que me hospedaría con mi amigo y él de todos modos me pagaría viáticos. Le convenía: le salía más barato que un hotel, me rentaba coche y le servía de chofer para recogerlo en su casa y llevarlo al trabajo. Dinero extra para mi anfitrión. Todos aceptamos.

Me daba morbo pensar cómo se la pasaría mi amigo con su pareja; era la primera vez que estaba en un lugar donde abiertamente había material pornográfico gay: películas vhs, revistas, gente; no, internet aún no existía. Una cama matrimonial para ellos, el sofá de la sala para mí. Mis primeras puñetas fueron un fin de semana en que ambos trabajaban y me puse a ver las pelis todo el domingo. Santas exprimidas, Batman.

El tiempo transcurrió aburridamente fuera de la novedad. Trabajo, casa, casa-trabajo. Así hasta la nausea es la vida del mojado, y como ellos no sabían de mis gustos sólo me llevaban a antros heteros en el downtown cuando sus múltiples empleos se los permitía. West End. Me aprendí el caminito de memoria y como traía coche, porque claro que allá sin coche te mueres, aproveché los fines de semana para conocer antros de ambiente yo solito. La comparación ni al caso viene. En Monterrey vas al antro y mucha gente forma parte de los activos fijos, y no hablo en términos sexuales sino contables: parecen parte del mobiliario. Siempre los ves ahí. En cambio en Dallas, fuera de la gente que no tenía manera de saber si siempre era la misma, los antros son deslumbrantes, amplios, limpios, cómodos, y llenos de delicatessen. Nada que ver con las narcobodegas de estos lares.

Allá babeaba por negros sin camisa, rubios con perfiles griegos, latinos musculosos, enigmáticos mediorientales, leathers de peluche y exóticos asiáticos. Se me hacía agua la boca y, hay que reconocerlo, la cola también. Miraba como niño gay en juguetería sexual. Todo lo quería pero no sabía cómo moverme en esa tierra ignota, a dónde llevarlo, cómo entendernos, cómo ligarnos. Por supuesto, las paradojas de la vida te ayudan: Lo más claro en esas circunstancias eran los cuartos oscuros. Fajes furtivos sin adivinar colores, cuidando la hora y la cartera. Regreso a casa cual Cenicienta en la carroza vacía. Atrás no había dejado zapatillas, sólo condones.

De todo el buffet lo que más se me antojaba probar era el sushi. Esas cabelleras lacias, aquellos ojos rasgados, los cuerpos delicados, las miradas calientes. Mis puñetas de fin de semana se pintaban de amarillo. Los suspiros se quedaban en el aire. Los mecos en la pared.

Cerca del penúltimo mes mi jefe, que siempre me llamaba “amigow”, me indicó que tendría un nuevo compañero de trabajo, Kento. No lo podía creer. Un nerd venido de oriente. Era sobrino de un cuñado suyo que vivía en California, o algo así quise entender con mi mocho inglés y su chapucero español. El tipo era tan bellamente exótico que inmediatamente mi falo se endureció. Tenía justo mi edad. Lo desnudaba con la mirada y alucinaba con lo que encontraría debajo de la ropa, piel suave y amarilla, pene flácido, chiquito y casi lampiño. Lo sé, yo y mis mamadas. Ponte a jalar, me autoaconsejaba.

Meses de practicar mi inglés británico (sí, es sarcasmo) me permitieron comunicarme con Kento y a él conmigo. Al escucharlo hablar con su inglés embarrado de sonidos raros se me quitó todo asomo de pena al hablar con mi acento de Speedy Gonzáles. Yepayepa. A él le pagaban un cuarto de hotel y se aburría horrores. Le propuse, primero contando con mi amigo Héctor, que podría quedarse conmigo si pagaba algo de alquiler. Estuvo encantado y yo feliz.

Kento era bello sin llegar a deslumbrar, es de ese tipo de asiáticos que cautivan por su sonrisa, sus ojos esbozados y su cabello de niña. Me parecía bastante encamable. Pero ignoraba sus preferencias, lo suponía hetero porque me mostraba fotos de su girlfriend. Ya instalados él sabía, porque se lo había adelantado, que dormiríamos en el mismo sofá-cama. No hizo pedo. Le dije que yo dormido abrazaba, no me entendió y dijo “No hay pelo” y se reía cerrando aún más sus ojos de alcancía. Sus clases de lenguas progresaban. Perfecto. Después de aburrirnos del Final del Oeste y el Six Flags montando diez veces la montaña rusa el mismo día (la ventaja de ir en invierno), un sábado gélido de febrero decidimos pasarnos el fin de semana en casa. Mis amigos tenían fiesta gay en Arllington así que el departamento sería nuestro por lo menos hasta que llegaran. El tequila también.

Platicamos entre caballitos de cosas del trabajo, de las tetas de las chavas del Hooters, de lo racista de la cliente negra del K-Mart, de más caballitos, de su casa y de la mía. La peda junto con la botella casi vacía y mi semierección me hicieron recordar: “Los hombres son como los zapatos nuevos: con alcohol aflojan” frase de una amiga. Sabia, por cierto. Ya sabes, si algo pasa siempre puedes culpar a la bebida. Si no pasa eres un pendejo. Y ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿Que se regresara a su hotel? ¿Que me hiciera un escándalo ahora que mis amigos ya dormían en su recámara? ¿Que le contara a Richard? ¿Que me la mamara? ¿Que me lo cogiera? Me empecé a erectar. Él pretendía dormir a mi lado izquierdo dándome la espalda, las piernas encogidas, el culo apuntando hacia mí. Habíamos agotado la plática/botella que incluyó una inteligible referencia a que en la habitación de mis amigos sólo había una cama. Captaste, japo. Un cabeceo somnoliento zanjó el tema. Él en pijama, yo en boxers. Estaba duro yo. Me puse de lado, me acerqué lentamente, le atine al hoyo, me mantuve quieto, se movió un poco, puse mi mano sobre su cintura, no hizo “pelo”, empujé con un poco más de fuerza y vi que movió repentinamente su brazo libre…

Lo que pasó a continuación fue tan inesperado como grato: Pensé que me iba a empujar para que me quitara pero dirigió su mano directamente a mi falo, lo tocó como cerciorándose que estuviera suficientemente duro. Fue muy rápido, muy caliente, muy breve. Regresó a su posición pero empujó sus nalgas hacia mí. El toque fue electrizante. Estaba más duro que nunca, empuje más y gimió entre brumas de alcohol, sueño y testosterona.

Bajó mi bóxer liberando mi verga tumefacta, jalé su pijama sólo lo justo para dejar al aire su trasero. El sofá gemía. Me hizo una seña para que no hiciéramos ruido. Entendí. Me repegaba en su espalda mientras levantaba su playera y bajaba la parte frontal de su pantalón. Estaba erecto pero no tenía gran cosa que mostrar. En cambio, una vez que bajó un poco más mi bóxer apretado, su mano se regodeaba manipulando mi falo, sintiendo mi glande caliente y a punto de explotar. Su mano me soltó, no supe qué hizo hasta que regresó y sentí el calor y la textura característica de la saliva. Quería palo. Me lo ensalivó de tal forma que casi me vengo. Aguanté.

La luz del cuarto de mi amigo se encendió y fuimos estatuas de sal. Yo erecto y ambos aguantando la respiración. El reto de coger sin ser descubiertos. Aquella pausa me hizo conciente de la suavidad de su espalda recargada en mi torso, del calor de sus nalgas abrazando mi verga, del aroma de su cabello lacio, sedoso y nuestros alientos a tequila, del sonido de nuestras respiraciones en stand by. De la firmeza de su erección. La luz se apagó y esperamos un momento así, yo me deslizaba un poco y me sentía en la entrada del paraíso, negaba con la cabeza pero asentía con el culo. Puse mi cuota de saliva en su ano y en mi glande. Le tapaba la boca para atenuar sus gemidos.

El empujón firme y decisivo, el quejido lo suficientemente fuerte para que lo escucharan en la otra habitación si la puerta hubiera estado abierta o la televisión apagada. Afortunadamente nada de eso fue. Cada empellón me dejaba profanar, más, un poco más, más; Él gemía y lo que más me agradaba era escuchar mi nombre en ese acento tan extraño. Sus manos buscaban mis nalgas y pedían que empujara con más fuerza, él marcaba el ritmo. Mi nombre de nuevo en medio de palabras ajenas. Gemidos. Dureza. Abrazo candente que nos compenetraba como pocas veces había estado. Sudábamos a pesar del invierno. Cogíamos a pesar de todo y de la luz de la habitación cerrada que se volvió a encender. Me movía más fuerte y aprisionaba su boca para callar los grititos. Su pelvis se acompasó a la mía, su respiración, los resortes de la cama, sus espasmos anales, su leche. La mía.

La luz se apagó.

El amanecer del domingo y mi amigo nos sorprendieron abrazados tal y como habíamos terminado: Exhaustos, dormidos, crudos, calientes, vaciados. A lo lejos escuché su auto arrancar. Me valió y seguí abrazado a aquel cuerpo que fue mío. Fingí dormir.

El último mes, después de un severo regaño de parte de Héctor por no avisar antes de nuestros gustos exquisitos, nos llevaron a Kento y a mí a antros que yo ya conocía. La luna de miel duró lo mismo que el contrato. Kento regresó a California, yo a Monterrey con mi fantasía cumplida por primera vez: Follar y ser follado por carne tártara.

Kento: 健人 saludable, sano, vigoroso.

Me consta.

Elección


La vida está llena de elecciones. Sobre todo en la adolescencia. Sobre todo si eres asiático.

Hay tríos espontáneos, planeados, perversos, malos, perfectos y algunos como eso que llaman la santísima trinidad: caídos del cielo.

El viaje es largo: desde el final del poniente de la ciudad hasta donde empieza el oriente de la misma. La promesa de re-probar un culito apretado que estrené con un riesgoso mañanero, digo, llegar a las siete de la mañana, con sus hermanos dormidos y ahogado quejidos con su cabeza en la almohada no es precisamente muy cómodo. Pero sí bastante perverso. Y lo perverso por su propia naturaleza es excitante.

Bueno, hoy es vespertino, sábado pero de la misma manera debo ir por él: Amiguito. Para ahorrar tiempo, razono. Mientras viajo recuerdo aquel palito, sonrío y me erecto. Mando mensaje para avisarle que estoy en el punto acordado. Diez minutos después se me aparece en la ventanilla del copiloto, sonríe y desparpajadamente aborda la nave que lo llevará al cielo.

-- Oye, invité un amigo, ¿no hay problema? –pregunta con cara de inocencia.

-- ¿Quién es?, Amiguito.

-- Mira, ahí está, justo en la esquina.

Y sí, me hace saber que lo contactó por chat, ya tenían mucho tiempo queriendo coger pero no coincidían sus horarios así que se atrevió a invitarlo sin consultarme antes. Creo que me tiene en un concepto bastante pirujo porque nunca consideró la posibilidad de que le dijera que no. Acertó.

El invitado se monta en el asiento trasero, lo observo por el retrovisor, tiene los ojos rasgados, casi no habla, le pregunto que si ya ha tenido sexo, dice que a sus diecinueve años lo más lejos que ha llegado es con un vecino a darle una mamada. ¿Y de eso a un trío? Me pregunto; genial, me respondo; los niños digitales avanzan a cogidas agigantadas.

El largo camino y su acento me dejan saber de su ascendencia asiática, próxima fantasía mía en vías de cumplirse; que estudia prepa porque va retrasado en sus estudios; que sólo ha mamado porque va retrasado en sus experiencias; que cree que es pasivo y que anda bien caliente. Su pantalón deportivo no miente y lo confirma. Amiguito está tranquilo, nada de celos, creo que también es su primer trío y le excita la idea. Toco. Sí, le excita la idea.

Hacer un trío tiene algo de arte, para que salga bien necesitas entender que la acción de cada uno debe dar placer a dos, no sólo al que te gusta más. Si eres muy culero el tercero en discordia podría preguntar “oigan, ¿y en los tríos siempre a alguien le toca esperar en el baño?”. No, no soy culero, aprecio los tríos y casi siempre funcionan solos. Aquí la duda es con dos novatos en mi cama. Vénganos tu trío.

Me recuesto en mi cama totalmente vestido y los invito a hacer lo propio. Hace un poco de frío, es otoño casi invierno, así que Amiguito se recuesta en el centro del tálamo, Chinito a su lado. Me queda muy lejos. Ellos empiezan la acción con besos tiernos. Los dejo que suban la temperatura, sólo observo, el pants como carpa de circo, la mezclilla aprisionando ese monstruito que ya conozco, bastante bien proporcionado para sus veinte años. Amiguito me queda cerca y le arrimo lo que ya conoce, le levanto la playera, acaricio ese abdomen plano y lampiño. Siguen con sus besitos de primaria. Vean, aflojen, sientan y aprendan.

He decidido ser la tapa del sándwich pero he elegido dejar la carne fresca, la que no he probado, en medio. Me coloco al lado contrario de la cama y quien goza ahora el arrimón es Chinito. Suspira al sentir el rigor. Meto mano bajo la playera y me sorprenden sus abductores marcados. Sorpresa inesperada. La ropa empieza a volar y en menos de lo que lo escribo tres renglones tres cuerpos desnudos siguen un plácido faje. Va lento pero bien.

Chinito se inclina sobre Amiguito y hace lo que sabe: un oral. Lo envido, Amiguito se carga un muy buen falo. Está prendido como cachorrito. Unos cuantos arrimones más y yo estoy listo para la acción pero no presiono más que mi falo entre sus nalgas. Besos a Amiguito, caricias a Chinito, el trío marcha. Con la mirada cuestiono al wawisufructuario que si se lo quiere coger. Niega con la cabeza y con lo mismo me indica que me deja el camino libre. Bueno, ¿a quién le dan culo que llore? Lo sé, a ti, pasivota.

Supongo que si el cachorrito está entretenido con su mamila yo le entretendré el culo con mi lengua. Esa tensión en los muslos me hace saber que es sensación nueva. Gime lo que el trozo en su boca lo deja y eso me pone a mil. Hago uso de mi maestría y surte efecto, abre las piernas, separa las nalgas, mama más fuerte. De cuando en cuando cuestiono a Amiguito para ver si coopera más pero se decide por pegarle al mayate: cruza los brazos sobre su nuca y se deja mamar. Le ayudo a Chinito para probar otra cosa que culo.

Un rato después y le doy a mamar al mamado, Amiguito se prende de mi verga como aquella primera vez que me lo cogí en su minicama. Sabe lo que hace, tomo de los cabellos a Chinito y hago que deje su caramelo y pruebe uno más grande. Tener dos lenguas en tus genitales es una experiencia que te recomiendo pruebes alguna vez. La sensación de dominio va por partida doble, el calor repartido entre tu glande y los huevos, entre un lado y otro de tu tronco, esa esgrima de pedacitos de carne húmeda justo en la punta del falo. No mames, hazlo.

Después de un rato Chinito vuelve a la posición original pero ha levantado un poco más el culo, está de perrito vulnerable. Ha hecho su elección, quiere que yo me lo coja. Nuevamente invito a Amiguito a hacerle los honores y se niega. Creo que seré el suertudo. Conste, yo le convidé. Unas cuantas lengüeteadas para dejar la saliva suficiente y dilatar lo justo. Me pongo en posición y Amiguito nos come con la mirada, creo que sí le excita mirar cómo me cojo a alguien. Voy.

Chinito es virgen pero ansioso, eso me facilita la entrada, lenta, firme, al fondo. Me recibe sin dejar de mamar, se acomoda para sentirme mejor, lo tomo de las caderas, no me muevo, le dejo gozar de mi erección antes de comenzar el bamboleo. Amiguito lo toma de la nuca y le clava su verga hasta la garganta, con un pulgar levantado me da a entender que el acto está hecho y que su palo está al cien. No mames, se requiere de una firmeza de erección para poder horadar cualquier cavidad corporal, eso estaba hecho, pero el calor de aquel culo, la inmovilidad de ambos, el resbalar de mi saliva por mis huevos, todo eso me permite sentir lo firme de mi carne, la tibieza de lo que lo rodea y toda mi longitud abrazada, y abrasada, por carne virgen. Palpita y un suspirito me hace saber que me siente. Insisto, no mames, el cielo es tener la verga como la tengo en este momento o como la tienes tú al llegar a esta línea del relato. ¿No?

El vaivén comienza lento y Chinito acompasa el movimiento de su cabeza sobre aquel palo ardiente al ritmo que le imprimo a su desquintada. Suave, clavándolo hasta el fondo, deslizándolo lento hacia afuera justo al borde y de nuevo hasta tocar su próstata. La siento. La mirada de Amiguito se clava en mis ojos, me recorre desnudo, lo sé, ve cómo me muevo. Nuevamente le inquiero si gusta cambiar de puesto. Niega con sus pupilas en mis ojos y me hace saber, o así lo interpreto, que él siente al verme clavar como si él también se estuviera follando al huerco pasivo.

La cogida aumenta de ritmo, Chinto no para de mamar, pero tampoco de recibirme. Arrecio y repentinamente mi falo está al aire, se ha salido apuntando al cielo, me encanta cómo se ve: gruesa, palpitante, cabezona pidiendo acción, las venas dibujadas, hasta a mí se me antoja; la firmeza de mi acero inolvidable no requiere que la tome para volver a encontrar el camino, el movimiento de mi caderas, aunadas a la cooperación de Chinto, me dejan colocar la punta en el culito que empieza a cerrase, no lo dejo, un empujón firme me clava en sus entrañas y el rito sigue.

Amiguito está levantando las caderas y yo casi, casi, violando al pasivo. Lo monto violentamente, lo abrazo, le respiro en la nuca, me convida del falo que mama, estamos a punto de reventar y siento uno, dos, varios apretones en la base de mi verga, Chinito ha terminado bañando las piernas de Amiguito. La leche de este empieza a volar, los inesperados primeros disparos terminan en el respaldo de mi cama y en su cara, los siguientes los atrapa aquella boca hambrienta. Dos de tres. Sigo. Mis últimos estoques inspirados por aquellas venidotas me hacen inundar esa cavidad de chorros imparables de leche, a cada arremetida una nueva entrega, los últimos empellones sacan el exceso de semen que ya escurre entre sus nalgas y mis huevos exprimidos.

Me he dejado caer sobre los dos, nos fundimos en carnes húmedas y exhaustas, un abrazo cachondo y yo sin sacarle la verga, sonrisas, pellizcos, agarradas de nalga, probaditas de semen. Eso es un trío y no mamadas. Aunque las incluya. Aborrezco la publicidad pero hoy coincido: Haz sándwich.

El camino de regreso bordeado de sonrisas cansadas. Chinito vive en el fin del mundo, ignoro si lo volveré a ver. Me encantaría. A Amiguito lo dejo después, le agradezco la idea y me confiesa que siempre alucinaba con verme coger a alguien. Esa empieza a ser fantasía recurrente entre varios de mis cogidos. Y de mis lectores.

Ya veremos.

Despedida de Soltero

Para ser cabrón se requiere alguien que te complemente.
Pocas veces falta ese alguien.


Carlitos era un viejo conocido, no por la edad sino por el tiempo que llevábamos saliendo juntos de excursión. Él tenía quince ahora tiene veinte y una boda por delante. No, no tiene que casarse, lo hace porque está enamorado, tiene con quien y ese conquien no le afloja si no hay matrimonio de por medio. De buenas costumbres y algo tímido decide que es la mejor manera de hacer las cosas. Cositas.

Buga en todo el sentido de la palabra jamás se me ocurrió atreverme a tener algo con él. El antojo siempre estuvo, la amistad por delante aunque una que otra masturbada se la dediqué regresando de alguna excursión.

Sin aviso previo toca a mi puerta un sofocante viernes por la tarde, me trae la invitación y gratos recuerdos. Saco unas cervezas del refri, el calor y la ocasión lo ameritan. Recuerdos vagos, confesiones leves e ideas raras. Está más alto, más fornido, más encamable, más cogibele, pues. No, no debo. ¿O si?

Pregunto si ya le hicieron su despedida de soltero, se sonroja y dice que no, anda apurado con los preparativos, entre broma y en serio le pregunto si quiere le organice una así en caliente.
— Pero tendría que ser aquí, el coche no anda muy bien –miento–, ¿Qué dices? ¿Las pedimos?
— ¿Y cómo o qué?
— Pues hablo a las que se anuncian el en periódico, pido dos y pruebas dos. Claro, yo también, finalmente yo pago.
Le brillan los ojitos, a mí otra cosa. ¿Debo?

Salimos a un teléfono público porque el mío no funciona –miento de nuevo–, marco y pido dos. Pasamos por más cerveza y regresamos al depa. Un six después las féminas no llegan. Regresamos al teléfono y me dicen algo que yo ya sabía: si no tienes número local no hay servicio. ¿Debería?

Es más noche, le pregunto que si terminamos de chuparnos, las cervezas, claro. No vamos a un congal porque ya tomé bastante -sí, vuelvo a mentir-. Y accede. Creo que sí debo.

— Aguàntame deja me doy un baño, hace un chingo de calor.
Y me espera en el sofá de la sala viendo un periódico aburrido.
Salgo sólo en toalla, mi pecho desnudo y marcado le sorprende, masculinamente tomo una cerveza la abro y la vacío de un trago. Al terminar, levanto la lata y brindo: Por el novio… virgen.
Ríe nervioso pero abre otras dos cerveza.
Me siento a su lado, sigo sólo con la toalla. Hay tensión pero más alcohol. Sí, seré un cabrón.

Bebe y por el rabillo de ojo me ve la pierna que sobresale de la toalla a muy temprana altura. Separo las piernas, me agarro el paquete cual buga vestido de vaquero. Paso el brazo por el respalado del sillón y hablo de viejas, cogidas, orgías y cosas así de cachondas. Se inquieta. Va bien.

Es tarde, se quiere ir, le digo que ya no hay camiones, que se quede, pone de pretexto a su madre, que le marque, su trabajo, yo lo llevo, el espacio, sobra piso. Accede. Le presto un shorts lo más aguado posible, se fue a bañar y ahora está a mi lado.

Más cerveza y un colchón inflable nos hace cómoda la noche. Más plática cachonda y marcha mejor de lo que imaginaba. Ya sabes, él termina diciendo: Neee, chúpame esta, wey. Y no espera por respuesta un seguro, firme y retador: Te rajas.

Se hace un silencio tenso que rompo con un leve roce de mi perna con la suya. El contacto está hecho, falta lo demás.

— ¿A poco si me la chuparías? —la voz nerviosa incrédula pero ansiosa.
— Si te dejas sí
— ¿A poco te gustan los vatos?
— Sí, los vatos también —un roce más firme y la piel se siente caliente—. Yo agarro parejo.
— ¿A poco sí?
Un apretón de webos es la respuesta y no sé por qué no me extraña que el niño ya esté erecto. La tensión, la plática, el deseo, las cervezas, sus ganas de probar, mis ganas de coger, la suave cama, el duro falo.

Trato de bajar el short pero repentinamente me detiene, me advierte: No soy como todos. Yo tampoco, le aseguro. Sólo tengo uno. No importa, funciona igual. Y ciertamente, tener sólo un testículo no evita gozar erecciones ni te hace tener hijos a medias. Se calma mientras siente el calor de mi boca, lo relajo y todo fluye. Es raro probar uno donde debería haber dos, pero como dice alguien: no porque tengas la lengua más grande la comida te sabe mejor. Eso no aplica a otras partes del cuerpo.

Lo ha gozado bien y disfrutado mejor, le pido que se ponga en pie y le hago reverencia, no está muy dotado pero es su despedida de soltero. Se sienta en el sillón y lo saborea, le pido que se gire y me obedece, se expone a mi lengua y lo disfruta. Por unos momentos… Segundos después él y la situación dan un giro inesperado.

— Eres un puto maricón. ¿Quieres que te coja o qué? —el tono, la fuerza de su voz y de su puño apretando mi antebrazo me sorprende. Me ha puesto en pie.
— ¿Quieres, cabrón, quieres que te coja? ¿Quieres que te parta tu madre? —su otra mano sujeta mi garganta con fuerza, me voltea y me pone contra el sillón, me tuerce un brazo, me acerca su erección y empuja con fuerza. Si me dejo no sería violación, pero no me gusta el asunto. Se está poniendo demasiado violento y esto puede pasar a más.
— Empínate, puto, empínate para que te la meta ¿eso es lo que quieres? ¿eh, cabrón, eh?
— Eh, wey, bájale de webos, que los vecinos pueden escuchar.
— Pinche maricón de mierda —el empujón lo atajo con fuerza y va de regreso, le tengo que demostrar que conmigo se chinga. Le sujeto las muñecas por sobre su cabeza, lo recargo contra la pared, su respiración agitada, los ojos de ebrio, su cuerpo bañado en sudor, mi aliento cerca de su cara, mi erección rozando la suya. Sin palabras el contacto de los cuerpos le calma el coraje pero no la lívido. Lo froto, le gusta, le suelto una muñeca y se queda quieto, le acaricio el pecho, el cuello, lo disfruta, le bajo la otra muñeca y lo guío a mi verga caliente, se resiste pero finalmente la toma, siente su firmeza y su calor, con la otra mano y con más timidez busca mis testículos, los acaricia, se pregunta que se sentirá tener dos, ahora él lo sabe. Los tiene en su mano. Si vas a hacer algo malo por lo menos hazlo bien. Le empujo suave la nuca hasta ponerlo de rodillas, lo hace, su boca caliente me parece un sueño, un premio bien ganado después del cirquito de hace un momento. Me besa las bolas con cariño, me acaricia los muslos velludos, me está prendiendo. Es mi turno, con fuerza lo volteo y lo pongo en el sillón, está listo pero no sé si aguante: me vale madre, se la acerco erecta, y busco sus honduras, gime, se tensa, me vale, escupo en mi mano y la saliva vuela a la cabeza y a su ano, con fuerza lo penetro, se quiere sacar pero un jalón de cabellos lo mantiene en su lugar y en esa pose. Estoy adentro, hay culos calientes pero este se lleva el premio, me aguanta y empiezo a empujar, gime muy fuerte –mentí, no hay vecinos– me encantan las combinaciones imposibles: adoro cogerme hombres, amo la virginidad. Dudo que esto sea un sueño etílico o una encabronada realidad. Está de perrito en el sillón, estiro mis brazos y los meto entre los suyos y su torso, mis manos acaban en la base de su nuca y lo jalo hacía mí, una vez en pose mis manos lo toman por los hombros, no lo dejo que se retire y eso hace mi penetración más firme. Él baja jalado por mí, yo lo empujo hacia arriba. Una llave de luchadores sudorosos y erectos, la pose me prende, la violencia y sus gemidos más. Esto es una reverenda cogida, si él se estuviera resistiendo sería una violación en toda forma. Aprieta genial, nunca me había cogido a un primerizo de esta manera pero pienso que para todo hay una primera vez. Nos venimos juntos.

A media madrugada me despiertan sus violentos reclamos, sus empujones, sus golpes más certeros. Habrá moretones pero habrán valido la pena. No, ya no hay engaño, es la señal que quiere su segundo round.

El amanecer me sorprende llevándolo a un parque industrial a las afueras de la ciudad. Le aseguro que si no quiere que nada de eso vuelva a pasar no pasará. Podemos quedar como amigos si quiere o no vernos más. Nuevos reclamos y gritos y trancazos. Un fellatio en el auto a las afueras de la planta donde trabaja es la sabrosa despedida. Me pide que no falte a su boda.

No, no falté.

Empiezo a pensar que si soy un poco cabrón.

Relato precoz.

Ser eyaculador precoz o eyaculador tardío

es como ser impuntual: jamás llegas a tiempo.


Su auto se quedó frente a la prepa nueve, el punto de encuentro con mi adolescencia de tan gratos y cachondos recuerdos. Media noche y la cacería virtual rindió sus frutos. Muchachito novato y cachondo, en teoría, buena combinación.

Bajo del coche sólo para saludarlo, mostrarle mi uno ochenta y cuatro, mi buen bulto y la barba de cuatro días. Su uno sesenta y siete me saluda con timidez, su cara lampiña y su culo dibujado bajo la mezclilla me dicen que está dispuesto a aflojarme las nalgas. Lo siento, ando demasiado cachondo, encabronadamente erecto. Súbete, nos vamos en mi carro.

Mi casa en el centro o un hotel a las afueras la disyuntiva, la segunda su elección. Pero no traigo dinero, me dice. No te preocupes, no te voy a cobrar, se ríe. Está bien, yo pago, se tranquiliza; Ese culo inocente amerita con urgencia que haga todo lo que esté a mi alcance por cambiarlo de estado. Te voy a coger. Sonríe.

Pasada la entrada y cubierto el pago por evento sin miramientos le quito la playera que me descubre una ligera pancita chelera, un caminito de vellitos bajo el ombligo y un pezón extra. Yo y mi suerte rara. Ya estoy desnudo, erecto ni para que aclararlo y más puesto que condón en orgía. A él lo he dejado en trusitas apretadas con monitos de Disney, lo giro y admiro ese trasero de ensueño con poco kilometraje recorrido; meto mis brazos bajo sus axilas, acaricio esos pechos de niñita puberta (es el precio de vivir en el país de los obesos); No hay queja, quiero coger y no pintar un cuadro; me hinco y bajo esa inocente ropa interior, nalgas perfectas, un culo precioso, pelitos nacientes, lengua perversa.

Ceno culo como hace tiempo no probaba, sus gemiditos contenidos, innecesariamente, me prenden, quiero destrozarle el hoyo. Calma y nos acoplamos. Él de perrito en la cama yo de pie. Momento, o hace tiempo no venía a este hotel o definitivamente cambié de estatura. Me queda demasiado arriba. No alcanzo más que hacerle sentir la punta de mi verga caliente. El calor de su entrada hace corto circuito a cada rozón. Gime. No alcanzo, puta madre, ¿qué pedo con este colchón?

Ordeno y obtengo lo que pido: nueva pose de perro en el sofá, huele a cementerio: el entierro está cerca. Vista inmejorable, pero quiero probar su boca, se la doy a desear y sí, la desea; abre su boquita con hambre, cierra los ojos con ternura. Cómetela, así, toda, hasta dejarme tocar tus anginas, carraspea, aguanta, sigue. Bien, becerrito, bien. Nuevamente en posición, ¡no otra vez! Me queda demasiado abajo, no pinchesmames ¿Qué puto marciano deforme decoró estas habitaciones? “Ya cógeme, por favor”. Ese por favor me hace estar seguro que este niño sí tiene educación sexual. Por favor, ja. Va. Resbala, no entra, gime y piensa que es parte del juego previo. Oso.

Ordeno: a la cama de nuevo; no, así no; pone cara de estúpido, eso me prende más porque seré quien le enseñe cómo. Bocarriba, levanta el culo, le meto la almohada, acomodo sus plantas en mis pectorales, no sin haberle pasado la lengua cual lubricante ergonómico, caliente y apasionante. Uno, dos, tres rozones, está en el cielo. A lo que te ruje, Chencha.

Entrar en cualquier culo es como una caja de chocolates, nunca sabes lo que te vas a encontrar, lo que te vas a topar, lo que vas a desquintar, lo que vas a hacer sangrar o de lo que te la van a embarrar. No importa, cual si el tiempo se hubiera relentizado, tras varios rozones calientes la cabezota de mi pene se abre paso por ese tibio esfínter, lo abre lenta pero firmemente, separa las paredes en todas las direcciones, resbalo fácil pero muy lento, mi lengua y saliva hicieron buen jale. Siento aún el calor y la humedad de mis babas, gime. Me detengo un poco en su entrada, un bombeo de sangre a mi pene lo hace hincharse más, aumentar de diámetro y expandir ese culo unos milímetros extra. Abre los ojos asombrado pero gozoso. Un leve empujón de mi cadera hace que el borde de mi glande cruce esa dulce barrera. Ya entró, me anuncia como si yo estuviera al otro lado de un teclado. Pendejito. Mi cabeza se ha coronado, la tiene dentro. Su ano abraza mi tronco, lo siento en la base del glande. Ahora es cuestión de irme deslizando poco a poco, que su carne se acomode a mi trozo, que lo reciba con esa delicada resistencia. Cero brusquedades, sus dientes mordiendo su labio inferior. Lo sé, lo estás gozando con los ojos cerrados. Lento tomándolo de la cintura. Entro más, poco a poco le dejo ir cada centímetro de lo que resta de mis diecinueve descontando el glande. Esto es un viaje al cielo, siento las paredes de su recto aferrándose a mi carne trémula. Intercambiamos calor. Empujo firme, entra suave, me quedan un par de centímetros por meter, su esfínter aprieta, mi pene responde endureciéndose más, él gira la cabeza en el colchón, mantengo el suspenso. Sólo dos centímetros más y mis vellos púbicos tocaran sus huevitos lampiños, la punta de mi palo su próstata, aguanta. Sigo lento, veo lo que queda de mi pene fuera de él: nada. Ahora lo que sigue es gozo puro, saco lento, meto igual, una, dos, la tercera es la venida.

¡Puta madre! Él lo dijo, yo lo pensé. Un chorro incontrolable de semen le empieza a cubrir el cuello, uno más un pezón, el plexo, otro pezón, el abdomen, el ombligo, sus vellitos, el pubis, gotea. Con su antebrazo se cubre el rostro, alcanzo a ver sus mejillas que han igualado el tono sonrojado de su pecho. Me he detenido a disfrutar los espasmos residuales de aquella venidota. Varios masajes a mi verga erecta y aún clavada en aquel culo caliente me hacen esperar la continuación de tan cachonda escena. Quiero seguir el bombeo pero delicadamente se retira, mi glande cabezón brinca a la salida de aquel ano dilatado. Ya no, we, ya me vine. Suelto la carcajada tan fácil como solté la lana para entrar a este puto deforme cuarto de hotel.

Sale del baño completamente vestido. Ya es tarde, vámonos. Mi cara de incredulidad lo cuestiona a lo que responde “tú tuviste la culpa, we, me calentaste un chingo con esos rozones de tu verga en mi culo; No mames, nunca había sentido eso”

Yo sí pero no por eso me vengo tan rápido, lo pienso pero no lo digo. Emprendemos la marcha y silenciosamente me reprocho mi jodido gusto por los primerizos. El cuarto de hotel más desperdiciado de mi hotelera historia.

De cualquier manera, terminó enculado.

Y dándome material para este precoz blog.

La Guerra de los Clones

"Si uno quiere saber el gran misterio de la fuerza,

la debe estudiar desde todos sus lados"

Palpatine

Episodio I

No necesitas ver los hechos para deducir la historia. Arturo, diecicéis, heterosexual, la casa sola, su propia: camioneta, novia y juego de llaves. Papá en el trabajo, mamá en el suyo, hermano mayor en la escuela, hermana en la propia y Jorge, su hermano gemelo, seguramente puteando en el centro, se nota que es gay. Estoy estacionado frente a mi casa esperando que se termine alguna noticia en el radio del coche, llega la camioneta de Arturo pero no desciende nadie. Hace calor y los vidrios polarizados no me dejan ver quién conduce. Se desespera y decide que no va a posponer más esa deliciosa tarde, baja sin saludar, apenado, y por detrás de su vehículo aparece noviecita, buenos pechos, mirada cachonda, pasos ansiosos. Que bien te las vas a pasar hoy, Arturo.

Finalmente desciendo y me instalo en mi casa, es media tarde así que me ducho, enciendo el clima y me tiro en la cama a ver tv. Y como nunca falta ese cliché, alguien toca el timbre. Voy a la puerta envuelto en una toalla y ya en confianza al saber de quién se trata le abro la puerta.

— Hola, Jorge —lo saludo.

Claro que lo dejé pasar a esperar que su hermano gemelo termine de cogerse a su noviecita. Estamos en mi recámara yo recostado en la cama vistiendo toalla bulto incluido, tatuaje nuevo a la vista de mi cadera y él sentado, muy propio, en el sofá viendo el discoverychanel. Lo observo. Es muy lindo de su cara, pelo crespo profundamente negro, tez muy blanca, playera sin mangas, brazos marcaditos, pantalones largos de basquetbolista, pantorrillas peludas, tobilleras cortas, tenis grandes. Ojos a mí. Sintió mi mirada que le sostengo más de lo que puede soportar, regresa a la pantalla. Un extraño baño de adrenalina recorre mi vientre. Creo que aquí habrá acción.


Episodio II

Creo que aquí habrá acción. Otra vez. Hoy, como hace dos meses, Arturo se coge a su novia y yo me cojo a Jorge. Quiere un tatuaje, sabe que a eso me dedico.

Hoy, como hace dos meses, estoy en toalla y el en el sofá, en la tele no está el discovery sino una porno, y no buga como la segunda vez que vino, sino gay como tanto le gustan a él. No viste sino lo mismo que yo, una toalla. Lo mismo que yo, erecto, lo mismo que yo, caliente.

Hoy, como hace dos meses, empieza a sobar el visible paquete que deja ver el pedazo de tela que me cubre, su pedazo de carne tieso se dibuja levantando su toalla, de un leve tirón esta está en el suelo, de un delicado jalón ha descubierto mi tesoro. Hincado en el piso se prende cual becerrito hambriento. Se ha superado, ya no mete los dientes, sabe aprovechar su lengua caliente, no se olvida de mis testículos, lo hace bien sin llegar a ser genial. Ya llegará. Le digo que piense bien lo del tatuaje.

Hoy, como hace dos meses, le pido que se trepe a la cama sin dejar su tarea, obedece y me pone el culo en la cara, lo admiro pero no por mucho tiempo, paso a deleitarnos, ese gemidito inesperado me la endurece más y toco sus anginas. Se ve, sabe, se siente, huele, hasta se oye, delicioso ese esfínter, pronto será mío. Mientras mi lengua nos da gusto. A él. A mí. Le sugiero que pruebe con uno de henna.

Hoy, como hace dos meses, le enseñaré una pose nueva. Le he pedido que se recueste en el sofá, exacto, así, con el culo al borde del mismo y las piernas al aire. Sigo saboreando ese precioso y aún apretado orificio. El angelito está donde pertenece, en el cielo. Sus ojitos cerrados, ese esfínter abriéndose y cerrándose me cuentan que está más que listo para lo que ya sabe que sigue. Solo estira el brazo y me pasa lubricante y condón. Solo guía mi falo erecto a la entrada de su ser. Juntos hacemos el amor y me recibe con placer. Gime leve, aguanta los embates, se retuerce mostrándome el botoncito de su ombligo en medio de un torso lampiño, me pide más fuerza, más velocidad, incluso, pienso, más violencia. A mi niño lo que pida. Me pide un beso, me agacho a dárselo y se cuelga de mi cuello, me dice en voz muy bajita “cárgame” y su peso es nada cuando lo tengo penetrado, me señala con su cabeza el espejo, quiere ver como es cogido. Camino con el montado, me abraza con piernas y brazos, su boca succiona la mía, su culo mi falo. Nos vemos cogiendo en el espejo, es tan excitante. Yo se lo haré.

Episodio III

Hoy, no como hace tres meses, hemos cogido más que de costumbre, cuatro. Y queremos más. Platicamos. Quiere otro tatuaje, el anterior ya se borró, le advertí que no se lo mojara. Lo abrazo por la espalda. Nuevamente se los haré. Me cuenta que es bisexual, me empiezo a erectar; dice que su hermano gemelo, Arturo, le da chance de cogerse a sus chavas, me acomoda entre sus nalgas; Los tatuaré a él y a su hermano, si no las tipas se darían cuenta. Ellas no notan la diferencia por lo parecido que son, empujo leve; y cogen, suspira; Los tatuajes ayudan. Idénticos. Cada martes se las coge él, empujo más; cada jueves su hermano, entra la punta; y como hoy es jueves Jorge viene conmigo, estira sus brazos me acaricia el cuello; Le gustan mucho las niñas, entra toda; nunca dejará de venir conmigo, promete, se estira y aprieta mis antebrazos; Pregunto si Arturo… grita quedito; niega, se mueve él solo; “te lo quieres coger” ríe, me monto sobre él; “¿jala?” pregunto, me muevo más aprisa; muerde la almohada mientras niega con la cabeza “es buga, nomás con viejas”, de nuevo de lado. Me doy cuenta que se ha venido. Duerme. Empiezo el tatuaje en su espalda baja. Con un agregado especial. Sólo para él. Henna.


Episodio IV

Jueves sin romper mi rutina se rompe la de ellos, llegan ambos a su casa, juntos sin la novia de Arturo. Diez minutos más tarde se abre la puerta de mi casa, Jorge sabe que está abierta, y se encamina al sofá. Saluda, se desviste, me desviste, se arrellana en un extremo del sillón y me pide que sea su espejo. El tatuaje en su cadera compite por mi atención hacia su falo. “Sígueme”, pide. Obedezco. Se masturba con la izquierda yo con la derecha. Reflejo. Tocamos nuestras plantas, nos la jalamos al mismo ritmo, separa sus rodillas, me muestra el culo, me pide lo propio, lo sigo, se prende al ver mi tesoro, se masturba con fuerza, me pide que yo mande ahora, lo hago y pongo mi ritmo, me pico el culo y hace lo propio, cierra los ojos, me acaricio los pectorales, me estiro los vellos púbicos. Reflejo. Las erecciones no pueden estar más duras ni más dispuestas, cruzo el cristal, me acerco, lo abrazo, me besa, nos fajamos, lo volteo y le paseo mi verga entre sus nalgas le recorro el trasero sobando su ano, me percato de algo sin decir nada. Seguimos. Lo penetro de perrito en el sofá, lo goza con gritos, le jalo el cabello y pregunto “¿Te gusta, Arturo?” Asiente, gime, se viene, explota. Duerme.


Episodio V

Tomo su celular y envío un mensaje de texto “¿Puedes venir? Ya nos descubrió. Quiere 3. Puerta Abierta”

Empieza a anochecer apenas hay luz. Entra Jorge. Sí estoy seguro que es Jorge porque a Arturo me lo acabo de coger, no tenía la marca extra que le hice a Jorge. Sigo el juego y le hago una señal para que no despierte a su hermano. Lo beso y se prende, su ropa desaparece faje a cien. Nuevamente el sofá es mi aliado. Lo tengo empinado y enculado. A oscuras mis embestidas mueven la cama. El soñador despierta con cara de asombro, le hago la misma seña, su hermano no se ha dado cuenta que él ha despertado. Le pido que se acerque, me besa, lo acaricia, se prende. Arturo se pone en pie y se une a la batalla de las lenguas. Faje, caricias, doble de cuerpo. Suertudo yo. Ambos en el sofá, penetro a uno, se besan, se la saco y penetro al otro, se siguen besando. Me los cojo en forma a los dos. Finalmente uno de ellos quiere aprovechar mi vulnerabilidad. Cojo de lado. Sí. Me penetra. Me coje de lado. Normalmente no me dejo coger. O no me lo piden. Pero en esta lujuriosa cama me vale reverendamente madre todo. Aparte de que se mueve genial. Ambos.


Episodio VI

El trío más perverso que haya hecho en mi vida termina con todo mundo penetrado. Incluyéndome. Incluyéndolos. Entre ellos también. Ver a dos gemelos cogiéndose entre sí es una sensación de estar tras el espejo de Alicia viéndolos coger como conejos. Los tres cansados en mi cama.

Antes de despedirse:

— Sigues sin saber quien es quién

— Tengo manera. Te dije Arturo y no me corregiste.

Sonríe maliciosamente y agrega— ¿Apuestas?

Seguro de ganar les digo que si se empinan ambos en el sofá sabré distinguirlos. A Jorge le puse una manchita de henna justo abajito del culo.

“Va” Dicen mientras sonríen y se bajan las bermudas empinándose nuevamente sobre el sofá. La luz no los deja mentir. Ninguno de los dos trae la manchita. Ya me perdí. Nunca sabré quien es quién. De seguro se la borró intencionalmente. Nunca sabré desde cuando me cojo a los dos.

“La guerra de los clones también se da en casa. Cuando quieras venir” Uno me cierra el ojo y el otro me sonríe.

Los envidio. Jamás les falta a quien coger.

Putos.

Lluvia

La lluvia pone triste a mucha gente.
Ayer a mí me puso feliz.


Eran como las ocho de la noche, las calles oscuras por la lluvia y los charcos pero iluminada por una cara angelical al refugio de una parada de camión. El cabello empapado, la ropa mojada y algo inusual: estaba descalzo con unos tenis que parecían nuevos en la mano. Pies pálidos y delicados.


El consabido ritual. Una vuelta despacio en mi carro y las miradas escrutadoras, una segunda vuelta y lo aseguras, la tercera ya está arriba.


--¿A dónde vas? -- A mi casa (Suertudo yo)

--¿Quieres un raid? --No sé. (Ya chingué)

-- Súbete te llevo, voy para allá. --Bueno. (Suertudo él)

-- ¿Qué edad tienes? --Dieciocho (Juras, para mí es igual. O mejor…)


En realidad tiene frío, está temblando pero con los tenis en la mano; son nuevos y no quería que se le mojaran, los camiones no lo querían llevar descalzo, le ofrezco una toalla de mi mochila de natación, la acepta pero sigue titiritando, le sugiero ir a la casa por ropa seca, lo piensa, le digo que mi casa está más cerca que la suya y acepta. Va bien.


Entramos a mi depa y no finge, le castañean los dientes. Le digo que se saque la playera y le doy una toalla grande, seca y tibia. Se calma un poco. Le pregunto si le incomoda que me desvista delante de él y no contesta. Eso lo tomo como un “no”. Me quedo en boxers apretaditos, se me ve bien el bulto y lo nota; se sienta en la cama y le toco el pantalón, está empapado. Le digo que se lo quite y se meta entre las sábanas mientras se seca su ropa; me pide que no lo vea (ja), se acuesta a mi lado y su trusa mojada me toca la pierna. Está helado. Le sugiero lo obvio y acepta.


Ha quedado desnudo en mi cama temblando la mitad de frío y la mitad de nervios. La sola idea me pone erecto. Le pregunto, de nuevo, si le molesta que yo quede igual que él, desnudo, y me dice que no sabe. Acepto.


Con toda la ternura ofrezco abrazarlo para quitarle el frío, tiembla más pero ahora ya no puedo asegurar por qué, accede y se acurruca en mis brazos, lo envuelvo con un abrazo tierno y lleno de tibieza. Recarga su cabeza en mi pecho y posa una mano en él cerca de su cara. Siente mis pectorales y yo su respiración, él mi enhiesta erección y yo su incipiente reacción. No puedo evitarlo. Se da cuenta y se repega más. Todo es lento y tibio, el calentador eléctrico ayuda a caldear la fría habitación.

No pronunciamos palabra mientras lo abrazo y siento que deja de temblar, tímidamente roza mi pezón y eso me pone más duro, su buen trozo de carne caliente se ha puesto como roca, la acomoda entre mis piernas. Ni una palabra, sólo respiraciones profundas, pausadas, tibias. No puedo terminar de creer mi buena suerte mientras observo aquel niño en mis brazos, su cabello lacio ya seco y sedoso. Sus labios rozando mi pecho, mis dedos deslizándose en su espalda.

La temperatura ha subido: la de él, la de las sábanas, la mía, el cuarto entero, nos estorba el cobertor, lo lanzo al piso, el resplandor del calentador apenas ilumina su cuerpo delgado y lampiño, su pubis pide atención que no tardo en darle con toda inocencia deslizo mi lengua por sus vellitos sin estrenar y su espalda se arquea mientras eleva un gemido de placer que me hace ansiar lo que nos espera.


Me calmo a mí mismo, un platillo delicioso no lo debes comer con prisa, debes saborear cada textura –sus testículos suaves–, cada aroma –el tesoro entre sus nalgas–, cada sabor –su miembro a punto–, cada sonido –sus gemidos apenas audibles–, cada color –de su piel bronceada donde da el sol a la más clara donde no– y ahí es justo donde más me entretengo, su pene, sus pedacitos de carne, el corto camino a su ano tapizado de suaves vellitos, mi lengua horadando ese tesoro, sus gemidos más fuertes, ya no soporto, mi pene pide calor, le elevo las piernas exponiéndolo todo a mí.


Le pido que ruede, que se agache, se hinque, se abra, que mame, que se exponga, que me acepte. Todo, todo lo obedece y esa sumisión me pone ardiendo, no se niega ni se queja, mi erección entre sus suaves nalgas se da gusto recorriendo el camino pero sin macular su inocencia. Me pongo de pie al lado de la cama, él de perrito y yo he lubricado, dilatado y cachondeado su tesoro con mi lengua, lo siento listo, le doy un leve empujón y ese gemido me enloquece. Calma, es nuevo, sus manos arrugando las sábanas me lo dicen. Muy a mi pesar saco un condón y el lubricante, le debo facilitar las cosas en correspondencia a que me está facilitando todo lo demás.


Lo penetro firme pero muy, muy suave y despacio, gime y se tensa, me detengo mientras siento su culo aprisionando la base de mi glande, respira hondo y se relaja, me da paso, empujo suave, lento, muy caliente, me deja entrar, me ha aceptado todo, me sorprende el grosor de la base de mi verga sobresaliendo de su culito apretado, se relaja pero siento su virginidad a lo largo de todo mi tronco, empiezo despacio el movimiento de vaivén, se acopla, me recibe, lo goza, más rápido y siento su erección. Gime suave.


Un rato así y me dejo caer sobre él, siente mi peso aprisionándolo contra el colchón, empujo y toco sus entrañas, lo tomo de los hombros, gime, gime, gime, lo pongo de lado y le levanto una pierna, entro completo y me resbalo hacia afuera, arremeto de nuevo y a cada embestida su correspondiente gemidito. Más erecto no puedo estar. En esa posición siento en mis brazos que lo aprisionan la sorpresa de su orgasmo, él no lo sintió venir y yo me percaté de ello con mis humedecidos antebrazos y mi sofocado pene.


Pocas veces me vengo en un condón pero esto lo ameritaba, chorro tras chorro, lo siento llenarse, a él, al preservativo. Después. Ambos respiramos tranquilos mientras mi erección se pierde entre sus carnes lo mismo que su virginidad entre las sábanas. Un abrazo tan tierno como interminable. Acaricia mis brazos sin liberarse de mi abrazo, respira suave y suspira. Me besa las manos y yo su nuca, me estoy erectando de nuevo y lo siente, lanza sus brazos hacia atras y me acarica el cabello, extiende su torso y me presiona con su espalda. No me muevo pero él sí. Aprende rápido.


He quedado mirando el techo y él, a horcajadas, me monta dándome la espalda, lento pero con ritmo, lo hago que se gire, me ve de frente y uno de sus mechones acaricia mi frente, sus ojos entrecerrados me cuentan de su placer, su boca entreabierta mezcla su aliento con el mío. Más. A cada empujón lo elevo al cielo, lo agradece con una sonrisa tan linda y cachonda. Su pelo. Me enderezo hasta quedar sentado y nos fundimos en un abrazo de besos, brazos, piernas, miradas y erecciones. Me inunda el abdomen y el preservativo soporta. Nos fundimos.


Lo he dejado a una calle de su casa, tú sabes, los vecinos; me dice: lo que más le ha gustado de todo es que me preocupé por hacérselo con protección. Bendito condón repleto. Dice que jamás lo había hecho, pretendo creerle, pregunto si se repite y me da su correo en una hoja de papel. Lo guardo y llegando a la casa sonrío por suponerme tan inocente.


Jamás lo agregué, jamás lo he vuelto a ver. bartsimpson@hotmail.com. Ja.


Me encanta ver nubes en el cielo.