Los viajes ilustran,
los viajes a la cdmx deslechan.
Ok, ok, también ilustran.
Un viaje relámpago me llevó a la ciudad de los palacios que tanto amo. Visité lugares que frecuento, saludé a gente que conozco, conocí gente que no conocía y visité lugares que quería conocer. Todo bien. Uno de esos lugares que me llamaba era el famoso club antifaz, pero no los del centro, ya ve usted que tiene varias sucursales y en todas ellas me han tratado muy bien. No, esta vez quería conocer uno que está alejado del centro, conocido como Universidad, bautizado así porque está en los dominios de la UNAM y muy cerca de la estación del metro de homónimo apelativo.
Entro, pago, me indican unas escaleras. Público escaso, en la
segunda planta un tipo en pelotas se entretiene con una tablet viendo porno y
chupando cerveza, no se ve mucho más que chupar. Me siento a otear el ambiente.
Una pareja, ésta totalmente vestida, se toman una cheve supongo que la
calentura ya pasó. Pierdo tiempo mientras me aclimato. Lo burdo y clandestino
tiene un poder afrodisíaco bien cabrón sobre mí, se me alborota el paquete.
Timbro, abren la cerradura, empujo la puerta, me quedo
esperando mientras lo veo y lo invito a pasar.
Vente.
El tipo que cobra me ve sacado de onda pero comprende todo cuando
le digo ”cóbrame dos”.
Le doy un tour de force
por el tugurio tiroleado. Ve que no hay mucho qué ver pero noto su tensión, ya
sabes dónde. Y, si seré cabrón, sé exactamente a dónde dirigirlo. Ya no hay
gente a la vista pero sí al oído. Afortunadamente ambas parejitas se metieron a
sus respectivas cabinas, ¿recuerdas? Bueno, lo meto en una cabina vacía que
queda justo en medio de las dos ocupadas. Le hago la seña de que escuche. Y
escucha mientras me ve desabrocharme lentamente el pantalón. Son los gemidos de
dos pasivos provocados por dos disimiles activos bastante activos. Los gemidos
nos calientan. Le tomo la mano y la acerco a mi verga dura. La toma con temor
pero sólo al principio. Después agarra confianza y velocidad, lo dejo hacer.
Mientras le sobo el paquetito y confirmo lo que ya sabía: este niño está
ardiendo. No me detengo ahí y le sobo las nalgas, se deja.
En uno de los cubiles vecinos los gemidos del pasivo
arrecian, en el otro los topes contra las paredes de triplay. Lo hinco. Se
hinca. La ve encantado, le abro la boca con mi pulgar, no se resiste, le empujo
la nuca a mi tranca y traga. Es todo, efebo, qué te costaba. El prescindir de
la vista no te priva de excitarte con el resto de tus sentidos, aquí todo es
cachondo: el aire viciado del putero, el aroma a semen y sudor, su boca
caliente en mis bolas, los sonidos de unas megacogidas vecinas, la vista de su
carita bien entretenida dándome una mamada. Lo dejo hacer y soy feliz cuando,
sin que yo lo espere me regala un inocente “¿Me quieres coger?” ¿Qué respondes
a eso? Nada, las palabras saldrían sobrando. Lo tomo de los cabellos y lo jalo
para que se ponga de pie, le desabrocho el pantalón mientras le doy un beso y percibo
el sabor de mi propio pito en su boca; le bajo la trusa llena de precum, le
sobo los testiculitos. “Vente” le ordeno mientras lo hinco en la banquita de
cuero falso. La escasa luz me deja ver la forma de un culo redondo de nalguitas
paradas y hoyo delicioso. Mi sentido del gusto me lo confirma, mi sentido del
olfato me la pone más dura. Le olfateo las nalgas, el culo, las bolitas de
carne, el falito húmedo. “Vente” Le ordeno mientras lo jalo de la cintura y le
arrimo mi herramienta. Ya se quitó el pantalón y la ropa interior. Otro
gemidito brota cuando su culo se topa con mi verga como cuando mi lengua se
encontró con su ano. Para estos casos siempre carga tus sobrecitos de
lubricante, baña tu falo, regálale algo en su hoyo y dale. Un “Ah” profundo me
indica que estoy entrando, siento deslizar su funda en mi rifle, lento, largo,
profundo, sí, profundo. Lo dejo que se acople mientras los vecinos siguen en la
faena. Sus manitas recargadas en la pared de la cabina se relajan un poco y eso
me da la señal de que ya puedo empezar a hacer mi jale. Y lo hago. Las metidas
son cada vez más rápidas y acompasadas con las de los vecinos. El muchachito se
aguanta de gemir pero le digo que si quiere gemir lo haga. Y lo hace. Eso me
prende más, y sospecho que a mis vecinos activos también porque arrecian el
ritmo y la fuerza y los respectivos gemidos de sus pasivos. Unos grititos
afeminados acompañados de unos bufidos de macho en brama, por un lado; en el
otro sólo son unos “Ah” profundos del pasivo y unos “ay, que rico, cabrón” de
su machito alfa. Acá los quejidos son quedito por lo que lo abrazo del cuello y
le acerco mi cara a su nuca para oírlo mejor y clavarlo más duro. Funciona. El
activo de una de las cabinas explota. Un “ay, papi” del pasivo recién preñado.
Antes del orgasmo de la otra cabina gritan de la planta alta “nos vamos en diez”.
La frecuencia de los compañeros arrecia hasta el éxtasis. “Ay, cabrón, ay,
cabrón”. Quedamos él y yo. Inician nuestros aplausos para llegar al acto final.
Me recuesto sobre el morro y ordeno mientras le aprieto la base del pene “Vente”,
se lo digo justo en el oído con la voz más varonil que me inspira esa
circunstancia. Creo que la voz funcionó porque chorros de su semen embarran la
sucia cabina. Los espasmos en su ano me invitan a hacer lo propio y exploto.
Leche escurriendo por cada oscuro rincón mientras le dedico los últimos
empellones. Me voy a salir, aviso para que relaje. Mi respiración trata de
normalizarse mientras nos damos cuenta que tenemos público. Las dos parejitas
se asomaron a ver en qué terminaba nuestro fornicio. Creo que les gustó. Putos,
por andar de mojigatos.
Salimos al aire frío. Todo mundo agarra rumbos diferentes.
El nene se queda un momento y le digo lo que él me dijo: Hasta que nos volvamos
a encontrar.
Ceterro
1/nov/22

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes algo que decir....
ceterro@hotmail.com