Vente


Los viajes ilustran,
los viajes a la cdmx deslechan.
Ok, ok, también ilustran.

Un viaje relámpago me llevó a la ciudad de los palacios que tanto amo. Visité lugares que frecuento, saludé a gente que conozco, conocí gente que no conocía y visité lugares que quería conocer. Todo bien. Uno de esos lugares que me llamaba era el famoso club antifaz, pero no los del centro, ya ve usted que tiene varias sucursales y en todas ellas me han tratado muy bien. No, esta vez quería conocer uno que está alejado del centro, conocido como Universidad, bautizado así porque está en los dominios de la UNAM y muy cerca de la estación del metro de homónimo apelativo.


Me lancé a aquellas tierras ignotas en metro, no me gustan los autos de alquiler amén de que tienes más posibilidades de que te soben el paquetito feliz en la cajita ídem. Así que ya tarde me lancé con más intención de aprenderme el caminito que cualquier otra cachonda cosa. Sí, ajá.

No es muy difícil dar si tienes afilado el instinto de la putería y las cuentas adecuadas en tu twiter. Última estación de la línea tres, bajas al paradero del lado contrario al que venías, caminas unos cuantos metros y walá: una casita con la marca de la casa: un antifaz, no hay falla. El rumbo estaba medio solitario, medio iluminado, con riesgo de que medio te metan un susto u otras cosas. Me excita el puto peligro.

Entro, pago, me indican unas escaleras. Público escaso, en la segunda planta un tipo en pelotas se entretiene con una tablet viendo porno y chupando cerveza, no se ve mucho más que chupar. Me siento a otear el ambiente. Una pareja, ésta totalmente vestida, se toman una cheve supongo que la calentura ya pasó. Pierdo tiempo mientras me aclimato. Lo burdo y clandestino tiene un poder afrodisíaco bien cabrón sobre mí, se me alborota el paquete.

Bajo unas escaleras diferentes a las que subí para llegar aquí, es el área de cabinas, el piso chicloso me indica que la fiesta se puso mejor hace horas. Las recorro lento con paso de macho alfa, realmente poca gente. Al fondo de algo que podría funcionar como cuarto oscuro, si estuviera oscuro, un gordito le rinde honores a un tipo buenón y machín. No lo culpo. Me paro a ver el show mientras desato a la bestia. Lo reconozco, mi espíritu vouyeur se la pasa bien en estos tugurios. Alguien más se arrima a ver el espectáculo, un tipo de barbita, apuesto que es pasivo y mi radar pocas veces me falla. Se le queda viendo con miradas ansiosas al tipo que usufructúa el felatio, se hacen ojitos, aquel se para dejando al gordito con ganas de más carne y se jala al otro a una cabina. Baia baia. Sorry, gordis, sólo ando viendo. Me retiro.

Sigo los gemidos y las nalgadas, al fondo del pasillo una cabina con la puerta abierta me indica que ahí es y sí, ahí es: un morrito chaparro se le monta a un tipo mayor dándole duro todo lo que se carga. Supongo que ese espectáculo no ha de ser raro por estos lares, universitarios calientes viene a deslecharse en culos mayores ansiosos de colágeno o en su caso, yo creo, que este apenas da yogurt. Muy cachondo el show, me la paran firme, me arrimo a ofrecérsela al activo porque al pasivo no lo alcanzo. El activín me hace los honores y se prende cual becerro. Ellos desnudos, yo tan vestido como erecto. Va. Creo que el chavito no es multitask porque mamar hace que pierda el ritmo, el pasivo se da cuenta y no le agrada, se lo lleva a otra cabina, cierra la puerta y espera que ahora sí su colágeno sea concentrado. Bien, no hay tos. Yo sólo ando viendo.

Desando el camino que me trajo a estos cotos del pecado, subo de nuevo las escaleras, el primer gordito está dándole duro a las manualidades y la cheve. La parejita sigue platicando muy agustirri. Como a estos antros no suelo cargar ni celular ni cartera, ya sabes, echando a perder se aprende, ignoro la hora. Decido que el objetivo estaba cumplido, conocer el camintio para visitarlo posteriormente en horarios más concurridos, así que me enfilo a la salida, pregunto la hora y me dicen que aún le quedan unos cuarenta minutos al escaso desmadre. Agradezco y me despido. Ya vendré con más tiempo, amenazo. Bai, bai.

¿Y ya? ¿Fue todo? Espera, tranquilo que el relato aún no se termina aunque como lo dije anteriormente, yo me retiraba satisfecho. Y caliente con el pito ensalivado.

Justo al cerrar la puerta me encamino a la estación del metro y alguien me saca de mis planes perversos para mañana y me pregunta una voz de efebo: “¿se pone bueno?” Ah, cabrón, qué pedo, pienso pero no lo digo.

 —¿El lugar ahí adentro? —pregunto haciéndome wey.
—Sí —el monosílabo tímido. De aquí soy.
—Pues hay poca gente en realidad, supongo que otros días o en otros horarios ha de estar mejor. ¿Quieres entrar?
—No sé —amo su inocencia.
—Deberías, para que no te cuenten —le digo mientras me agarro el paquete que se está volviendo a alborotar —, y mejor de una vez que ya van a cerrar.
—No sé. ¿Cogiste? —amos sus errores.
Creo que este wey está más interesado de lo que trata de demostrar.
—No —le respondo remarcando la erección en mi short aguado—. Nomas me la mamaron.
—Qué rico —amo sus hormonas.
—¿Quieres entrar? —le arrimo mi 1.84.
—Mejor otro día —Culea. Amo su culeada.
—¿Cuándo? —presiono la situación y mi verga erecta que no deja de llamar su atención.
—Otro día que nos volvamos a encontrar —amo sus mamadas. Bueno, esa no tanto, ponte listo que se te va el pichón.
—¿Volvernos a encontrar tú y yo en esta megalópolis de más de diez millones de habitantes? No abuses de nuestra suerte. Estoy en hotel. ¿Quieres ir? —presiona como lobo a venadito.
Pausa pensativa, son mis últimas cartas y ya me quiero ir.
—¿En dónde es? —amo su calentura.
—Por Balderas.
—No, está muy lejos.
Si fuera otro  ya lo hubiera mandando al chorizo pero como no tengo nada que perder… —Estás muy chulito, ¿Cuántos años tienes?
—Gracias. Diecinueve —lo veo mejor mientras pienso cómo llevarme el premio mayor, esta adrenalina no se desperdicia: bajito, en realidad chulo, trae un arete, sólo uno, algo largo, gorra, mochilita, cubrebocas que se bajó, pantaloncito de mezclilla que le quiero bajar. Ya sé.
—Vente —le digo mientras me doy media vuelta y me encamino de nuevo a la puerta —. Yo te lo pago.

Timbro, abren la cerradura, empujo la puerta, me quedo esperando mientras lo veo y lo invito a pasar.

Vente.

El tipo que cobra me ve sacado de onda pero comprende todo cuando le digo ”cóbrame dos”.

Le doy un tour de force por el tugurio tiroleado. Ve que no hay mucho qué ver pero noto su tensión, ya sabes dónde. Y, si seré cabrón, sé exactamente a dónde dirigirlo. Ya no hay gente a la vista pero sí al oído. Afortunadamente ambas parejitas se metieron a sus respectivas cabinas, ¿recuerdas? Bueno, lo meto en una cabina vacía que queda justo en medio de las dos ocupadas. Le hago la seña de que escuche. Y escucha mientras me ve desabrocharme lentamente el pantalón. Son los gemidos de dos pasivos provocados por dos disimiles activos bastante activos. Los gemidos nos calientan. Le tomo la mano y la acerco a mi verga dura. La toma con temor pero sólo al principio. Después agarra confianza y velocidad, lo dejo hacer. Mientras le sobo el paquetito y confirmo lo que ya sabía: este niño está ardiendo. No me detengo ahí y le sobo las nalgas, se deja.

En uno de los cubiles vecinos los gemidos del pasivo arrecian, en el otro los topes contra las paredes de triplay. Lo hinco. Se hinca. La ve encantado, le abro la boca con mi pulgar, no se resiste, le empujo la nuca a mi tranca y traga. Es todo, efebo, qué te costaba. El prescindir de la vista no te priva de excitarte con el resto de tus sentidos, aquí todo es cachondo: el aire viciado del putero, el aroma a semen y sudor, su boca caliente en mis bolas, los sonidos de unas megacogidas vecinas, la vista de su carita bien entretenida dándome una mamada. Lo dejo hacer y soy feliz cuando, sin que yo lo espere me regala un inocente “¿Me quieres coger?” ¿Qué respondes a eso? Nada, las palabras saldrían sobrando. Lo tomo de los cabellos y lo jalo para que se ponga de pie, le desabrocho el pantalón mientras le doy un beso y percibo el sabor de mi propio pito en su boca; le bajo la trusa llena de precum, le sobo los testiculitos. “Vente” le ordeno mientras lo hinco en la banquita de cuero falso. La escasa luz me deja ver la forma de un culo redondo de nalguitas paradas y hoyo delicioso. Mi sentido del gusto me lo confirma, mi sentido del olfato me la pone más dura. Le olfateo las nalgas, el culo, las bolitas de carne, el falito húmedo. “Vente” Le ordeno mientras lo jalo de la cintura y le arrimo mi herramienta. Ya se quitó el pantalón y la ropa interior. Otro gemidito brota cuando su culo se topa con mi verga como cuando mi lengua se encontró con su ano. Para estos casos siempre carga tus sobrecitos de lubricante, baña tu falo, regálale algo en su hoyo y dale. Un “Ah” profundo me indica que estoy entrando, siento deslizar su funda en mi rifle, lento, largo, profundo, sí, profundo. Lo dejo que se acople mientras los vecinos siguen en la faena. Sus manitas recargadas en la pared de la cabina se relajan un poco y eso me da la señal de que ya puedo empezar a hacer mi jale. Y lo hago. Las metidas son cada vez más rápidas y acompasadas con las de los vecinos. El muchachito se aguanta de gemir pero le digo que si quiere gemir lo haga. Y lo hace. Eso me prende más, y sospecho que a mis vecinos activos también porque arrecian el ritmo y la fuerza y los respectivos gemidos de sus pasivos. Unos grititos afeminados acompañados de unos bufidos de macho en brama, por un lado; en el otro sólo son unos “Ah” profundos del pasivo y unos “ay, que rico, cabrón” de su machito alfa. Acá los quejidos son quedito por lo que lo abrazo del cuello y le acerco mi cara a su nuca para oírlo mejor y clavarlo más duro. Funciona. El activo de una de las cabinas explota. Un “ay, papi” del pasivo recién preñado. Antes del orgasmo de la otra cabina gritan de la planta alta “nos vamos en diez”. La frecuencia de los compañeros arrecia hasta el éxtasis. “Ay, cabrón, ay, cabrón”. Quedamos él y yo. Inician nuestros aplausos para llegar al acto final. Me recuesto sobre el morro y ordeno mientras le aprieto la base del pene “Vente”, se lo digo justo en el oído con la voz más varonil que me inspira esa circunstancia. Creo que la voz funcionó porque chorros de su semen embarran la sucia cabina. Los espasmos en su ano me invitan a hacer lo propio y exploto. Leche escurriendo por cada oscuro rincón mientras le dedico los últimos empellones. Me voy a salir, aviso para que relaje. Mi respiración trata de normalizarse mientras nos damos cuenta que tenemos público. Las dos parejitas se asomaron a ver en qué terminaba nuestro fornicio. Creo que les gustó. Putos, por andar de mojigatos.

Salimos al aire frío. Todo mundo agarra rumbos diferentes. El nene se queda un momento y le digo lo que él me dijo: Hasta que nos volvamos a encontrar.

Sonríe y se pierde en la noche como yo me perdí en su culo.

La ciudad de México debería ser eterna.

 

Ceterro
1/nov/22