Autorregalo.




“Y beben y beben y vuelven a beber.”
Jotillos pedos en una posada.

      Veintitres de diciembre me sorprende buscando regalos. Sé lo que busco pero no creo que lo vaya encontrar, un mundo de gente apurada tirando a lo pendejo su dinero llenan las calles del centro de Monterrey. Los pastores a Belén corren presurosos, llevan de tanto correr los zapatos rotos. Pendejos. Sé dónde buscar: En Matamoros. Las horas álgidas han pasado y las calles se empiezan a vaciar. Doy una cuantas vueltas caminando mientras busco en los aparadores. En una esquina un tipo alto tirándole a flaco se agarra el paquete diciéndome que está listo para llevar o para coger aquí. No, por desesperado.




Una nueva vuelta me lleva hacia Cuahutémoc, a media calle el autorregalo me ve acercarme, supongo que le inspira precaución mi unochentaycuatro con una sudadera con gorra que me hace parecer jedi o malandro. Se cruza precavidamente a la acera de enfrente. Me cercioro de que no vengan patrullas con luces navideña y yo también me cruzo. Qué onda, qué haces. Nada, aquí de rol, y tú. También, qué dices si nos vamos de rol a mi casa. En dónde está tu casa. Por la plaza de toros, cerca. Y qué vamos a hacer. Camínale y te platico. Sí sabes que onda aquí. Más de lo que te imaginas. Y sí sabes que se cobra. Lo sé, y cuánto cobras. Pues la mayoría cobra quinientos. Y tú eres como la mayoría. Cómo. Que si tú también cobras quinientos. Sí. Qué incluyen los quinientos. Oral, penetración en varias poses y así. Y así. Sí, en qué andas. En carro pero lo dejo acá por si las moscas o los chotas, odio los cuatros. Mira que listo. Y que incluye si el precio es trescientos. Mmmmh, lo mismo. Acepto y sonrío.
Algo así como eso es una transacción en cualquier carnicería, aprende.



Mi intención no era comprar carne, en realidad iba a buscarle un regalito a un amiguín al que llevé a conocer el circo un día antes, mi amiguín es pasivo y quiere probar de activo así que fuimos a ver la carne mientras nos preparabamos para un frustrado trío que ya te contaré en otro relato. Le gustó un chichifito de lentes pero hoy no lo encontré, le preguntaré a Autorregalo a ver si lo conoce y, oh sorpresa, él estaba con el chichifín de lentes la noche de ayer. Nos vió pasar. ¿Y por qué se sordearon? Le cuestiono. Porque pensamos que eran papá e hijo. Ja, me hace reír a carcajadas y le presumo lo incestuoso que fui ayer. Sí, se excita en el auto.

Hemos llegado a la guarida del grinch, pido que abra mi regalo y entiende a la perfección. Fuera chamarra, sweter, camisa, camiseta, hace frío y sus pezones lo delatan, fuera pantalón y me encantan sus sexys trusas apretaditas. Me pide que apague la luz y accedo una vez que a simple vista no se carga ninguna ETS escandalosa. Del resto no respondo, vivan los deportes extremos. La TV nos acompañará.



Me desnudo y, contrario a mi cachonda costumbre, lo dejo hacer, que desquite sus emolumentos. Empieza con lo que le queda al alcance de su boca: mis pezones. Bien, lo hace bien, mientras lame y mordizquea el izquierdo acaricia con su mano el derecho dibujando mi pectoral. Lo dejo trabajar pero le doy leves instrucciones, empujo uno de sus hombros lentamente hacia abajo pero sin dejarlo que se baje totalmente, lo hago que recorra el caminito de vellos de mi abdomen, lento hasta llegar a mi caramelo. Le gusta, y se prende. Bien, muy bien.

Lo jalo de los cabellos y hago que me bese el cuello mientras le agarro las nalgas, ay, las tienes frías, protesta a lo que respondo: me vale madre, te aguantas, yo pago. La piel de gallina en sus nalguitas me confirman del frío pero no protesta más. Me tiro en la cama con un almohadón de respaldo y mi falo apuntando al techo. Préndete, putito. Sí, cuando pago me da por ser cabrón. Más. Se prende. Creo que no se esperaba tamaña delicia y lo hace con maestría. Fuerte, tal vez con la intención de que me venga rápido y poder decir “easy money”.  No, mi niño, el del control es el mismo tipo que el de la lana: Yo. Da unas cuantas violentas chupadas y se detiene sólo para agarrar aire, varias veces hasta que se convence de que, o soy anorgásmico o que no lo hace tan rico como pensaba para hacerme venir pronto. No, shiquito, lo haces muy rico pero me controlo mejor. Hago que baje el ritmo y chupe lento, que lo saboree lo mismo que yo, lo jalo de los cabellos, eso se llama dominio, y lo guío a mis esferitas navideñas, lo hace con ternura y busca mi mirada, en castigo a su atrevimiento lo agarro a vergazos en la cara. No, con los puños no si sabes lo que quiero decir. Mamadas y más megamamadas, si fuera otro con eso me habria dado por satisfecho pero debes sacarle hasta el último chisguete de semen a tu dinero. Ven.




      Saco de mi cajón condón y lubricante. Ábrelo, ordeno con huevos, y obedece con ansias. De perrito le digo mientras me visto para la ocasión. Esa postal navideña debe terminar en algun relato de Dickens me digo mientras admiro su trasero bien formado, lampiño y a mi total disposición. No puedo dejar de pasar las oportunidad de posar mi lengua en esas esferitas de carne y recorrerla hasta la estrella de Belén. Ah, un tierno gemido me dice que la noche buena se acerca. Pero calro, no estás aquí para que yo te de placer, mocoso, estás para que yo me de placer con tu culo. Nuevos vergazos en las nalgas, roces entre sus carnes, cancos bien acomodados pero sin dejársela ir hasta que... ¡Ah! Y campana sobre campana, sólo los badajos quedaron afuera. Delicioso entrar en una cueva tan tibia como ajustada sin permiso, sin ternura, sin pedir posada. Embisto con singular alegría y más me prenden sus quejidos. Dale, dale, dale, no pierdas el tino. Lo tomo de su delicada cintura y me deleito viendo como se pierde mi carne en sus entrañas, salgo lo más que puedo y me dejo caer hasta el cómodo fondo de su ser. Bien.




Como el contrato verbal lo especificó, incluye varias posiciones, le digo que me saldré despacio, para que veas que no soy tan culero, y despacio hago pasar en reversa mi glande por su esfinter, creo que lo siente más en esa dirección que en la contraria. Y como buena noche de sorpresas el condón viene con regalo. Estaría en todo mi derecho de hacer un pancho porque me caguen el palo, literalmente, y más si estoy pagando, pero lo usaré para jugar a mi favor. Se lo hago saber y se apena, me desvito y le ordeno que me pase otro condón, le digo que no hay pedo aunque si otras cosas escatológicas, (alguna vez un amigo me contó que conoció un activo para el cual ese hecho era su fetiche, buscaba la manera de lograrlo si no no se venía, curiosidades de la sexualidad humana, qué quieres; pobres pasivos experimentados), ahora le pido que eleve sus talones al cielo mientras le clavo el almohadón en las caderas para poder clavarle otras cosas en otras partes. El palo de la piñata está al cien y busca su colación, la acaricio con la punta sólo para mostrarle el camino y dejarme caer. Duro con el niño del tambor, Rompo pom, pom, rompo pom, pom... Supongo que los gemidos no iban incluidos en el precio, han de ser cortesía de la casa, su mirada, sus manos en mis dibujados pectorales, todo me hace pensar que cojemos por amor, por amor a la cojedera, claro. Qué te pensabas, ñoño. La carita pasa del placer a la incomodidad, lo detecto. Qué pasa. Salte. Soy culero o no soy culero, he ahí la cuestión diría Hamlet enculado. Okey, va, despacio. Me explica que lo que pasó con el condón anterior lo hace sentir incómodo y que va a hacer lo conducente. Lo espero mientras me cambió de traje navideño y espero erecto viendo en la tele a mi Pobre Angelito.



Unos instantes depués regresa y  me dice, ya listo y sin más se pone exactamente en la misma posición dónde interrumpimos el coito patitas al aire incluidas. Haciéndome pendejo pregunto ¿en qué nos quedamos? E indica su estrellita de Belén con una sonrisa entre traviesa y cachonda. Voy. El acto sube de tono, de frecuencia y de temperatura, sus chamorros en mis oídos, mi verga en su culo, mis pupilas en las suyas, sus manos una en mi pectoral, otra en mi nalga empujándome más adentro. Los villancicos podrían llamar la atención de los vecinos así que le subo a la tele. Dale, dale, dale. El frió se ha olvidado y el calor humano se ha instalado en mi cama. Reduzco el ritmo y me pregunta que si ya me vine. Ja, claro que no. Ah, bueno, dale. Ja, claro que sí. Y seguimos con las posadas que nos sabemos.




Checo la hora y se acercan los sesenta minutos reglamentarios, por supuesto que yo no voy a decir nada, si él se acuerda qué él diga. Culero. Cambio de pose, ya para venirme le digo. Okey, dice despeinado, excitado y dilatado. De perrito nuevamente. Va. Arre, borriquito, arre, burro, arre. Me siento como payaso de rodeo aumentando la velocidad al final de la canción todo para llenar la botita de la chimenea. Ufffffff. Me he venido pero supongo que él no lo sabe porque no se me baja y aparte lo sigo penetrando a un ritmo más lento pero sin dejar de hacerlo. Lo empujo para subirme a la cama y quedar hincado tras él. Sigo empujando erecto. Lo hago que se tienda sin salirme, me toma una mano y me la aprieta al mismo ritmo que estrecha su esfinter a cada empujoncito y siente todo mi peso sobre su espalda. Genial soplar nucas. Después de un rato decido girarlo y ponerlo de ladito, abrazo de tamal, seguimos unidos, sigo erecto, sigue caliente, el tiempo sigue perdido, lo siento Proust, sigue empujando su trasero contra mi vientre, sus brazos buscan mi cabello, mi lengua su cuello, mis manos su pubis y todo se convierte en un encuentro de las mil una poses, besitos tiernos incluidos. Un segundo orgasmo me hace rellenar el condón cual churro de la basílica. Más leche y mi respiración se relaja lo mismo que su esfínter y nos quedamos así por unas cuantas travesuras más de Macaulay Culkin.




Le digo que sacaré mi semierecto falo y lo hago con delicadeza, no, no soy tan culero después de todo. El condón vuela al piso y él a mis brazos. Sigue embelezado con mi pecho y yo con su cabello. Las manos buscan piel y no batallan en encontrarla, las dermis se recrean en las palmas, y su boca busca la mía, esos besos fuera de contrato son bien recibidos, tiernos al principio, mordaces después, besos, muchos besos, manos, muchas manos. Busca mi pene semierecto y todo el asunto termina  por ponerlo duro. Correspondo y su pene corresponde. Nos masturbamos en medio de sábanas y besos destendidos, mi pecho, su abdomen, sus nalgas, mis muslos. Me recuesta bocarriba y me obsequia una mamada maestra, mis muslos lo abrazan y lo atraen, hago que repegue su erección contra mis culo, le digo que no sueñe con penetrarme, no llegará más lejos de lo que lo he dejado llegar, sonríe y se contenta, empuja y noto su excitación. Después de un rato se endereza y recorre, primero con sus pupilas, después con sus manos desde los hombros hasta mis webos tentando cada pedazo de carne que se deja tentar. Haces gym. No te voy a pagar más por eso pero no, no hago gym, me encanta nadar. Sus dientes en sus labios me levantan el ego y el pito también para qué lo voy a negar. Empieza a manipular mis testículos con ansia y mi verga con fruición. Un dedillo travieso empieza a explorar territorio vírgen, no te rías, lo dejo hacer hasta que no me resulta cómodo y eso es apartir de su huella dactilar. Se decide por terminar sus manualidades. Le pido que se la jale al mismo tiempo, ya sabes cómo, las dos carnes en el abrazo de una sola mano. La leche fluye en mí por tercera vez, en él por primera, por lo menos en mi cama. Por el resto de su jornada laboral no respondo. Pos ah.




 Nos damos cuenta de la hora y no hay reclamos ni pago de horas extras. Me ofrezco a llevarlo aunque lo dejaría lejos del lugar del crímen. Decide bajarse antes por lo que me ofrezco a dejarlo en su casa. Acepta. Platicamos, reímos, me dice de dónde es, jugamos, promete contactarme con el chichifín de lentes, me quiere dar su celular. Le doy el mío para que marque el suyo. Y cómo lo guardo. Autorregalo. Pero no tienes otro Autorregalo en tu celular. Bueno, ponle Autorregalo de Matamoros. Pero yo te dije que soy de Reynosa. Sí pero hablo de la calle, no de la ciudad. Entiende, se ríe, se despide y me deja una sonrisota que no desentonó nada con la noche buena.



“Ese precioso niño, yo me muero por él, sus ojitos me encantan, su boquita también".

Queiro Santa:



Ojitos Tapatíos.



Me visto por convención social.
Por mí andaría en pelotas.

No me gusta vestirme formalmente, amo mi mezclilla empaquetada o los shorts aguados o mi traje de baño que deja asomar los vellitos púbicos. Pero una boda es una boda y hay que ir: formal.

            La recepción en Guadalajara fue estupenda, la primer sonrisa que me recibe bajando del avión es un guardia jovencito extremadamente chulo y simpático. Vaya, este viaje promete. Y yo pre-meto, pensé.

            No me iba a comprar un traje para una boda, no iba a rentar un traje en Monterrey e irlo cargando todo el viaje. Decidí rentarlo en un local ídem. Llego, digo qué quiero y me pasan a la segunda planta a que me tomen medidas. El negocio es amplio, fino, elegante y con dos jovencitos que te toman las medidas del saco mientras yo les saco el precio.

A uno de ellos, el que me empezó a atender lo mandan llamar en la planta baja. Mientras, me deleito viendo al otro niño. Es delgadito, con carita que me grita “penétrame” con esas miraditas furtivas y se ve tan guapo con su pantalón negro que resalta sus nalguitas, su camisa blanca y muy bien ajustada, encorbatado, bien peinado y esos ojos  tapatíos profundos como su... espero.

Está atendiendo a un tipo maduro, de buen ver, calvo. Sale el tipo del vestidor y el dependiente le ajusta la corbata y le revisa el resto del atuendo. Se ve perverso y me empiezo a erizar: un tipo mayor siendo vestido por un jovencito. Lo sé, soy un perverso cabrón o un cabrón perverso, como prefieras.

Finalmente viene el otro niño a sacarme las medidas a mí. No es feo pero entre Ojitos Tapatíos y yo no dejan de escurrirse miradas furtivas ya sean directamente o através de los espejos. Los juegos del hambre han empezado. Los juegos del hambre de hombre, claro. Mi dependiente, llamémosle Monjito en Potencia (una muy incipiente falta de cabello en la coronilla me cuenta el probable futuro  de este niño) es efectivo y me despacha pronto. Quedo en pasar a recoger el traje al día siguiente. Vengo a cerca de la hora de la comida, digo a espaldas de Monjito pero viendo directamente a Ojitos.

Sí, es la hora de la comida del día siguiente y como acertadamente supuse, el negocio está casi vacio, recepcionista, cajera y demás fauna de la planta baja se turnaron para comer y no hay mucha gente. Anuncia al segudo nivel que iré a recoger el traje “suba si gusta” me dice quien no quisiera que me dijera eso. Subo. Está Monjito adormilado y Ojitos muy despierto. Monjito no da pie con bola y se pierde entre montones de sacos y ganchos y pantalones buscando el mío. Ojitos al fondo sólo sonríe. El tiempo pasa y no te quiero olvidar dice alguna canción. Monjito empieza a lucir desesperado, hambreado y apenado. Ojitos amablemente le ofrece que se vaya a comer y que él me atiende. Sonreímos y Monjito se va encantado de la vida.

            Listo el chamaco, saca el traje de un lugar que Monjito jamás buscó. Supongo que Ojitos lo guardó ahí con toda la alevosía. Cabrón.
Si gusta probárselo. Claro que gusto y si a cabrones vamos hazte para allá que ahí te voy. Entro al probador y no cierro completamente la puerta. Me desvisto dándo la espalda pero viendo todo por el espejo. Claro, tengo público. Ojitos se clava viendo lo que la puerta entreabierta y mi ropa interior le dejan ver. Ve mis piernas, creo que le agradan. Me visto con parsimonia y salgo con pantalón y camisa. Ojitos me ve de arriba a abajo y me pregunta por los accesorios. Sorpréndeme, se ve que tienes buen gusto, entre otras cosas buenas, digo bajito. Sonríe y va a trar las otras mamadas que lleva el traje. ¿Me ayudas? Le digo de cerca sin dejar de notar un sabroso bultito en su suave pantalón de vestir.

El morbo es cabrón, mucha gente me ha desvestido pero muy poca me ha puesto la ropa, él lo hace con gracia, con seguridad y sintiéndose cómodo con la diferencia de estatura y de edades. Lo supuse desde ayer, le llama la experiencia acumulada. Lo vi con el pelón, ahora lo siento conmigo. Me pasa las manos por el cuello pero tiene que estirar los brazos para alcanzarme, su cara cerca de la mía casi en un abrazo, le respiro fuerte en el cuello, veo su estremecimiento. Me hago pendejo diciéndole que no me sé anudar la corbata, se ofrece a hacerlo. Bien, cabrón, bien.

Me pide que me ponga los zapatos y el pantalón me queda un poco largo. Va por la cinta de medir, se agacha y me pide que separe las piernas. Se ve tan tierno hincado frente a mí. Toma la cinta y mide de la cintura al piso, ordena, no pide, que separe un poco las piernas, sigue inclinado. Sin mediar palabra pone la cinta en mi entrepierna, a la altura de mis huevos para que no quede duda, y extiende la cinta y mi verga. Sus leves roces en mis bolas con la suave tela del pantalón y el flojo boxer han hecho su trabajo, me empiezo a erectar. Se da cuenta y entretiene su mano más de lo necesario en el área vulnerable. Lo disfrutamos en silencio y con las respiraciones tensas. Las vergas también.
Bien, ya tengo la medida si gusta quitarse el traje. Sus mejillas sonrojaditas me cuentan de la tensión sexual que no creo que por su iniciativa se atrava a cruzar. Le ayudo preguntádole ¿Me ayudas? El suave nacimiento de su sonrisa es su “sí”. Me guía tocándome por la cintura hacia el vestidor. Entra conmigo y cierra la puerta. Lo dejo hacer. Sí, sí me han desvestido muchas veces de muchas formas pero nunca en un vestidor que se supone es para vestir.

Todo lo hace lento, rodeando con sus brazos mi cuerpo cuando es necesario, rozando con su aliento aunque no lo sea. Fuera saco, lento, lento desabrocha la corbata, me desabotona la camisa, me abre el pantalón. La respiración se afila con el miedo de ser descubiertos, con el descubrimiento de hasta donde llegaremos. Los pantalones de vestir suelen caer con una finura y delicadeza que no tiene la mezclilla. Mis boxer como nosotros: tensos. Decido dejar esa actitud pasiva y comportarme como lo que soy: el activo. Sin permiso ni pregunta mis manos agarran su trasero, esa respiración contenida se suelta en un gemido de sorpresa. Las tiene firmes, su boca húmeda ha chocado con la mía. Ese abrazo de yo casi en pelotas y él totalmente vestido nos erecta sobremanera. Pero la ropa puesta le dura poco. Mis habilidades encueratorias me hacen que en menos de dos gemidos su camisa y pantalosnes acompañen a los míos a nivel de cancha. Usa unas trusitas Calvin Klein ajustadas que aprisionan un sabroso paquetito con un leve asomo de humedad. Besos de lengua, sus manos desesperadas en mis pectorales. Besos, besos, besos, un camino de besos acompañan su acto de ponerse hincado. El jalón al boxer le deja al descubierto y al alcance de su boca lo que tanto se imaginó desde que me fisgó por la puerta entreabierta del probador. Come con maestría, con hambre, con lujuria. Lo disfruto mientras lo considero conveniente y mientras, me doy cuenta de dónde estamos. Lo jalo de los cabellos y nos comemos los alientos. Abrazos fuertes, estrujamiento de piel, le levanto una pierna y libera su pantalón, lo cargo y queda en trusas. Lo disfruta tanto como yo.

    Estos encuentros fugaces no deben morir en un faje, en un calentón. Lo bajo al piso y lo mismo hago con su ropa interior, ha quedado tan desnudo como erecto, una leve probada de mis dotes mamatorias bastan para hacerlo gemir más fuerte de lo que debiera, se cubre la boca con una mano mientras aprieta la otra en un puño compacto. Lo giro intempestivamente, sus palmas se apoyan en el espejo, mi lengua en su culo. Después de toques magistrales me doy tiempo de ver su cara en los dominios de Alicia, lo sé, se siente en el país de las maravillas, pero hay que llegar a la capital. Me pongo de pie y sus ojos tapatíos se abren, me pide que no, me acomodo, me detiene un poco, empujo otro tanto, no, la tienes muy gruesa es lo último que le entiendo mientras lo clavo con pasión. Un gritito con los ojos cerrados y las palmas en el cristal me dicen que “sí”, se muerde un puño, pero se relaja un chingo. Se empina más y empieza a ayudar, se mueve a mi ritmo y lo dejo hacer. Nos vemos en los espejos de un café decía una ñoña canción ochentera. Sí, el espejo me deja pensar que me lo cojo de frente y me deja apreciar cada cerradita de ojos, cada gestito de su fina boca, cada empañadita al cristal. Más. Más. Más. Dice con todos los lenguajes que conoce empezando por el corporal. Accedo y estoy de acuerdo. Más adentro. Más duro. Más fuerte. Más rápido. Más leche en el espejo y en su culo. Se agacha pero lo jalo del cabello para apreciar completo su orgasmo. El mío. El de los dos. Un abrazo de su oso y un beso ensalivado, mi barba acariciando su cuello. Las respiraciones se estabilizan y la ropa vuelve a su sitio. Lo mismo que el otro dependiente.
¿Todo bien? Me pregunta Monjito mientras Ojitos se marcha sonriendo atrás del mostrador.
Sí, todo muy bien.
Enseguida se lo entrega mi compañero.
Sí, aquí espero a que me lo entregue... otra vez.




Enfermerito.


Muchas veces me dicen que me hago del rogar. Nada más lejos de la verdad. Me encanta coger, ¿cómo sería posible eso si me encanta coger? Simplemente mis horarios raros y ser freelancer en múltiples aspectos, como en el sexo por ejemplo, me impiden coger tanto como yo quisiera. Pero cuando se presenta finalmente la oportunidad hay que aprovecharla. Y así fue con Enfermerito, despúes de una serie de intentos fallidos inesperadamente quedamos en que pasaré por él a su trabajo, un hospital muy reconocido de la localidad, al terminar su turno. Y así lo hago, acudo al hospital sin sentirme enfermo salvo por una incipiente calentura que me abulta el paquete.


Me está esperando a la salida de un supersiete frente a su centro de trabajo al cual le sé varios secretos, como los gustos exquisitos de algunos de sus altos directivos que contratan sólo niños bonitos como asistentes. Se sube a mi auto chupando una paleta, es lindo de prestañas largas, delgado y de sangre ligera. “Me encanta como la chupas” le digo, sonríe, no es de los que se dejan intimidar o le pegan al inocente, “quisiera que tú estuvieras chupando”. Genial, claro que yo menos me dejo intimidar bajo esas cachondas indirectas. “Acepto” le digo sin el menor pudor. Sonríe y todo parce marchar suavemente.

Hemos llegado a mi echadero y después de pláticas ligeras lo invito al lugar de los hechos y poniéndole enfrente mi unochentaycuatro le cuestiono “¿De qué tienes antojo?” “Ya te dije en el carro” contesta. Perfecto. Eso de las chupadas se me da muy bien. Hablando en cualquier sentido.
 




       Lo recuesto en la cama y me vuelvo el dueño de la situación, lo hago que se deje querer, lo relajo, le beso el ombligo, le desabrocho el pantalón, suelta gemidos, y lo que te espera, veo su ropa interior y lo que trata de contener, una erección más que incipiente; trata de ver mis maniobaras alzando el cuello y hago que recueste su cabeza y me deje trabajar. Sigo hasta llegar con lo prometido: su paleta. Es linda y muy sabrosa, hago lo mío y sus gemidos me dicen que lo hago bien. Suave, sin prisa, disfrutando de ese cuerpo delgado y exquisito. Prenda a prenda nos prendemos y desprendemos de ellas, fuera zapatos, pantalón, calcetines, trusa, camisa, playera y la meta alcanzada de tenerlo desnudo en mi cama.



Las erecciones son imposibles de mentir, es su ventaja de ser hombre, joven y cachondo. Aquellos pedacitos de carne complementan el buffet pero aún me falta llegar al postre. No hace falta dar instrucciones, leves roces en sus piernas bastan para que queden al aire exponiendo la cereza del pastel. Voy por ella y gime más. Lo dicho, me encanta chupar.



La ventaja de no tener prisa es que puedes disfrutar con todos los sentidos, regodearte con la temperatura de su piel, la tesitura de sus textículos y su voz, el sabor de su anillo. Pido que se gire y se ponga de perrito, sigo mi trabajo con todo lo que tengo a mí alcance, es decir: todo lo que le da placer. Trabajo largo y tendido y creo que quiere algo similar ya que me hace una pregunta que me pone a cien “¿tienes condones?”. Ese mantra me hace encaminarme al nirvana, lo tomo como un eufemismo para “¿me quieres coger?, quiero que me cojas, ¿me vas a coger?, métemela ya, ¿Qué chingados estás esperando?” Cualquiera de esas opciones o, ¿por qué no?, todas juntas. A lo que le respendo obviamente que sí, a cualquiera que haya querido usar. “Estira la mano y abre el cajón, ahí hay un chingo y alcánzame el lubricante”. La escena que sigue es parte de la perversión más que de la diversión. Le pido que abra el condón mientras está empinadito en cuatro y en ese lapso aprovecho para libricarle, sí, más, el culito con el lubricante con base en agua, ya sabes, no queremos que el cglobito se rompa con riesgo de situaciones embarazosas. Finalmente me da el condón y con el culito listo se vuelve a poner en esa pose tan invitadora a que me lo coja. Me encondono con el recurrente esfuerzo de hacer pasar el preservativo por la parte más ancha de mi glande, a veces envidio a quienes tienen el pito delgado. Bueno, sólo en ese momento, en el resto no. Como en el siguiente momento en el cual me coloco en posición para entrar en Enfermerito, con un esfuerzo menor al que usé para vestirme de plástico entro en él. Despacio, firme y en medio de gemiditos cachondos. Mi cabeza a traspasado la frontera, el resto es coser y silvar o, para ser más exactos, detener y empujar.




Lo sujeto de su delicada cintura jalándolo hacia mí, recibe cada centímetro, lento, duro hasta llegar al tope. Una vez ahí y ya que se ha acostumbrado a las tres dimensiones vamos por la cuarta, el tiempo, sí el tiempo del pompeo que empezamos perfectamente sincronizados.  Estando yo de pie a la orilla de la cama puedo ver perfectamente su delicada espalda, mis manos en su cintura, sus nalguitas paradas y mi trozo de carne entrando y saliendo. Genial.



Me tiene a cien y me he hincado en la cama, el sigue empinadito apoyando la cabeza en el colchón. Empujo duro y adentro, veo que se la jala mientras me recibe. Lo disfruto tanto como larga fue la espera. Ha valido la pena esperar por él. Veo su codito con un movimiento rítmico. Buen pasivo. Me anuncia que se quiere venir, supongo que lo hace por consideración a no ensuciar la sobrecama, le alcanzo una de mis playeras sin salirme de él. Seguimos para alcanzar su clímax. Leche y más leche. Yo sigo duro haciendo lo mío, me pregunta si me falta mucho y le digo que tanto como él quiera. Me dice ya. Y, complaciente como soy, me retiro de su interior. Erecto aún.



Tiempo de irme, anuncia. Acepto admirando su cuerpo definido recién fornicado. Se viste, tomas sus cosas y antes de salir le pregunto si no ha dejado nada , su virginidad por ejemplo. Una carcajada me dice que no la trajo. Lo voy a dejar a su casa, me ha caido bastante bien. Al regresar me doy cuenta que no me dejo la virginidad pero si un muy buen recuerdo que terminó en este blog. Y un celular que terminó encima de mi buró. Eso del autorretrato es algo bastante entretenido. 


Ya regresará por él. 
Y espero que por algo más.