Metro Sexual.



Qua pro quo
Tu culito por mi culito
Traducción libre.


Me gusta mucho andar en el metro. Alto, delgado, cara triste, gorra de trailero, mirada afuera del vagón. Eso me pone a centímetros de la acción. Se baja en mi estación. Suerte que hoy no traigo carro. Suerte que aún espera su camión.

Me hago wey, como si batallara, y pretendo esperar mi transporte, aprovecho para observarlo mejor, es casi tan alto como yo, se le adivina un buen culo debajo de esos pantalones aguados, la playera verde sin chiste y con letreros gringos, pinta de bugita, cara de niño, pelito largo en la nuca. ¿Se convertirá en mi sueño húmedo cuando suba a su camión y yo me dirija a mi casa? No lo sé, pero sí es así quiero llevarme su rostro bien grabado en la memoria para dedicarle la pajita de las buenas noches. Me coloco hacia donde él mira en busca de su transporte, miro hacia el lado contrario y nuestras miradas se cruzan como perritos en celo. Pasa su camión y decide no abordarlo. La señora gorda que también lo esperaba sí se va. My move.

¿Qué onda? ¿Qué onda? Nada que nos delate con esos tonos neutros en la voz.
         ¿Qué camión esperas? El 21. Ambos lo sabemos: acaba de pasar. Sonrisa interna.
Si el anzuelo no hace escapar al pez tienes altas probabilidades de que pique o piques o piquen. Caminamos unas cuatas calles a la parada siguiente, charlamos de nada y de todo: la novia lo acaba de cortar, él quería que fuera una noche especial, lo mandó a la verga, hay que consolarlo. A lo que respondo mentalmente en ese orden: Suertudo yo, aún puede ser una noche especial y más si te mandó a la verga, la mía claro, para consolarte. ¿Llegamos al hotel? Va.

El hotel está cerca de la estación de Alfonso Reyes y se llama, sí, adivinaste: El metro. No tiene estrellas pero cobran barato. Antes era una clínica, ahora una funeraria, ya sabes por aquello de los entierros. Ciento cincuenta me parece demasiado para una camota vieja, una regadera con agua tibia y una tele sin cable. ¿Y a quién le importa si venimos a coger? Me digo.

Los preámbulos son útiles porque te quitan la ropa, completan tu erección y definen los roles. Casi siempre. Soy activo me dice. Utamadre. ¿Espadazos? No mames, me tiene calientísimo con una verga más allá de mis posibilidades, mama rico y ya se dejó chupar el culo. Negociemos. Veamos, yo quiero tronarme a este activito pero el precio que me pone es que me convierta en inter. No es que nunca lo haya hecho pero no es mi platillo favorito. Él primero, yo después. Lo peor que puede pasar, lo digo por experiencia porque después me rajo al hacer estos tratos, es que se raje. Ese par de nalgas bien vale el riesgo. Me la arrima.

Claro que me la arrima, ¿Qué te piensas que las negociaciones son sentados en una mesa totalmente vestidos? Claro que no, es un juego de poder, lo dejo que me dé arrimones, pero lo giro y le hago lo propio, hacemos un 69 y pasamos de las vergas a los culos, de las lenguas a los dedos, de los gemidos a los pujiditos, esto está sumamente cachondo y uno de los dos será el primero de la tarde/noche. Me decido antes de perder más del poco tiempo que nos queda: Va, primero tú me coges a mí y después yo a ti. Joto si te rajas. Va.

El mundo se mira según la posición que ocupes. Siempre lo he visto de la posición dominante, cabrona, top, dura y tosca del activo. Ver el mundo desde el lado contrario es toda una experiencia. Escribirlo, más.

Lo dejo ganar la batalla, está sobre mi espalda y yo entre él y el colchón. Lo sé dispuesto, la dureza de su erección entre mis nalgas me lo deja saber. Empuja sin sentido, lo supongo novato o, al menos, falto de práctica. Tranquilo, le digo en un gemido ahogando el dolor. Le acaricio las nalgas, lo guío despacio, sigue tosco. Sin lubricante no hay paraíso. Por eso en mi mochila siempre cargo la parafernalia requerida. Me espera hincado en la cama con su bella erección apuntando al cielo, su glande despejado por la piel retraída, es delgado por lo que el condón corre con facilidad, lo visto para la ocasión, le recorro con mis palmas el abdomen plano e incluso levemente marcadito antes que mis manos se cubran de lubricante y con ellas su buen falo. Antes de recostarme estoy, lo mismo que él, hincado, me abraza por la espalda besándome la nuca, se arrima y lo siento, sí, dispuesto. Está listo y recobro mi posición, como no veo iniciativa me lubrico por mi parte mi ídem.

Nuevamente hemos terminado en misión. Me dejo llevar llevándolo. Está sobre mí, siento el peso justo de su cuerpo, instintivamente, no encuentro otra palabra, mis caderas se elevan junto con mis nalgas y el tesoro que escoltan. Se pasea por la entrada, busca, encuentra y empuja. Duele. Le pido –¿cuándo he pedido yo?–  que lo haga despacio –ouch–, nuevamente lo guío para que no presione donde no es, para que resbale –duele– por donde sí es –respiro hondo–, lo retengo un momento de sus caderas –preparo–, está ansioso y muy rígido –gimo–, entra despacio –muerdo–, más, –exhalo–, muy duro. Mucho. Una vez acoplados en tamaños, acoplamos los ritmos, realmente las erecciones de grado pueden ser dolorosas. Mi admiración para los pasivos. Lo único que veo son sus palmas al  lado de la almohada haciendo lagartijas. Nadie dijo que fuera fácil. Sus pies separan los míos, se clava en lo que hace y lo dejo hacer. Hay que reconocerlo, después del dolor llega el placer. Me giro y terminamos de lado, su mano busca mi verga, siente que está igual de dura que la suya y lo siento endurecerse más, mi cabeza hacia atrás, su lengua encuentra mi oído, abrazo invertido de piernas y brazos, más juntos no podemos entrar pero lo sigue intentando. Fondo. Trago saliva, su exhalación en mi cuello, sus cabellos largos y lacios que al quitarse la gorra cubrían la mitad de su cara ahora los estiran mis puños. Duele rico. Vuelcos sobre el colchón, aprieto su verga con mi culo, está es una cogida en toda forma y no sé quién esta poniendo qué, pero me vale madre mientras nos sigamos poniendo así. Lucha de cuerpos. Su ritmo –cardiaco, respiratorio y sexual– se ha incrementado, mi pene tomado con su mano de la base está a punto de estallar. Se viene, no sé cómo describirlo pero todo mi ser lo siente, mi leche vuela al piso y sobre las sábanas. Uf.

El tiempo se detiene con una penetración profunda sobretodo si no cede aún quince minutos después de eyacular, me abraza de cucharita y me parece sumamente tierno recibir el abrazo y no darlo como tan frecuentemente me toca hacer.

Los toquidos avisan de los restantes diez minutos. Mierda. No hay más dinero, no hay más tiempo, no habrá más culo. Se da cuenta de mi frustración. Me planta un profundo y tierno beso en la boca y me dice “Qua pro quo, te veo mañana y lo pago yo. Y lo pongo yo.”

Cumplió.


Laurel


Hay tríos como el Tri: Fallidos.

Mi amigo de aventuras y desventuras, Beto, de vez en cuando viene a mi casa y se pone a chatear en busca de acción. Sin mi permiso ofrece tríos y no falta quien se anime a invitarnos a su lugar o quiera venir al nuestro.

Ofrece: Trío con dos pelados varoniles, 19 y 39 años. Ambos: Buen cuerpo, no feos (es algo modesto), buena verga, bien calientes y con lugar. El de 19: 1.75, delgado, complaciente, pelo en picos de gel, buen culo, varonil, muy V-E-R-S-A-T-I-L. El de 39: 1.84, cuerpo de nadador, pelo negro, barba de tres días, MUY varonil y MUY A-C-T-I-V-O.
Por supuesto que las contraofertas son, en su mayoría, pasivitas putitas que quieren ser cogidas por dos pelados vergones y varoniles sin esforzarse demasiado, en sus mejores sueños húmedos, nel. Le siguen los cabrones maduros que quieren cenar pollito, sin saber lo qué significa hacer trío, ya pasamos por ahí, next. Después están los curiosos que jamás han hecho trío, descartados por ineptos, nop. Los maniacos o, bueno, digámosles… exóticos, avanzados o fuera del promedio que ofrecen zoofilia, fisting, faciales, rosarios, poppers, sadomasoquismo con máscaras y látigos incluidos y/o lluvia dorada, algunos todo eso en combo. Queremos algo más… menos… bien, tú entiendes.

Después de muchos descartes y puestas sin admisión uno de los finalistas es Laurel. Claro que en ese momento no era Laurel, sino sólo una promesa, según el tipo, de: una estatura de 1.87, cuerpo mar-ca-do, buena verga, varonil, inter, experto en tríos, bien parecido. Vaya, promete y premete. A Beto se le hace agua la cola, a mí la verga y a Laurel todo lo demás. Va. Vente y nos venimos.

Él está entre nuestras edades, nuestros pesos y nuestras expectativas, según lo que se describió. Llegó manejando a nuestro lugar una caribe roja de un modelo más antiguo que Beto; vale, no nos llevará a pasear. Tiene el pelo demasiado delgadito y algo escaso; no importa, no lo vamos a peluquear. Tiene una pancita caguamera que, ciertamente, está marcada pero por el cinturón que usa en su apretado pantalón; suspiro y pienso, va, no importa, no lo vamos a cargar ni a poner a modelar. No es tan bien parecido pero para eso está el interruptor de la luz. Sé que nosotros superamos sus expectativas cuando entra a la sala y me encuentra con el torso desnudo y a aquel con sólo una tanguita amarilla. Abre la boca y lo de varonil queda en entredicho; Ya está aquí, ya qué chigados. Veremos y diremos.


Si esperar nada Betito se le arrima y le besa la boca, yo me le paro por atrás y le hago sentir el rigor sobre su pantalón de mezclilla, le busco la nuca. Mis ojos se topan con los de Beto y por ellos me doy cuenta inmediatamente que a Laurel le ruge la buchaca. Quién te manda adelantarte, amiguito. Los besos en la boca quedan descartados.
Se ve que la predilección de Laurel es sobre el menor. No me importa demasiado porque no se me antoja tanto. El invitado goza lo indecible a pesar que no me ha prestado demasiada atención. Ya me la cobraré. Sigo de guardaespaldas.

Hemos puesto a Laurel en… bueno, digamos que en indescriptible ropa interior. Se ve su erección que no es la gran cosa, literalmente. Betito baja a hacer su trabajo, no dura mucho y se eleva de nuevo. Ya me imagino. Y con lo sensible que es mi compañero para eso. Decidimos seguir el viaje navegando por un apasionado faje en el sofá de la sala recostados los tres en un mar de brazos,  piernas y torsos desnudos. Yo de frente a él, Betito a espaldas de Laurel. Todo marcha, por lo menos sabe succionar pezones que fue donde terminó cuando le rehusé el beso apasionado con que me amenazaba. Aquel le muerde la espalada y sus gemiditos empiezan a prenderme. Me sacrificaré y tendré que decir: Yo sí le doy. Digo, para esos son los tríos ¿no? Las manitas de mi amigo surcan la espalda del invitado, se topan con las mías a la altura de la cintura del agraciado, las rebasan y llegan al destino. Un súbito paro en las maniobras de Beto, me hace buscarle, extrañado, la mirada. Laurel perdido entre nosotros dos no se da cuenta de nada. Esos ojos me dan risa por la sorpresa que proyectan e inquiero con la vista. No se puede zafar ya que esta atrapado entre nosotros y el respaldo del sillón. Me toma de la mano, Laurel sigue entretenido en mis pectorales masajeándome el paquete. Mi mano viaja guiada por la mano de mi amigo. Pasamos la espalda baja. Me muerde más fuerte. Le estira la… digámosle trusa. Suspira y jadea queriendo bajar a mi abdomen. Aquel me guía entre  sus nalgas y le busca el tesorito. Y vaya que ese mote le queda porque ha de haber estado enterrado durante buen tiempo. Toco algo y mis ojos adquieren, supongo yo, una expresión parecida a la de mi amigo. Laurel, se retuerce sin extrañarse de nuestra aparente inactividad turística. ¿Qué jodidos es esto?

Vamos, hay culos que tiene vellitos, otros lampiños, otros tienen una selva; algunos vienen con verruguitas o estrías, enfrentémoslo; otros, lunares; algunos más requieren del pase de alguna toallita húmeda. Sexo, sudor o lágrimas, o semen, da igual. Pero… ¿una hoja de laurel? De esas que hay en la alacena de la cocina de tu abuela. ¡No mames! Es decir ¿cómo? ¿Se sentó en la alameda haciendo nudismo? ¿Se le antojó ir a defecar, agarró monte y se limpió con la primera planta que encontró? Me quiere ganar la risa y a mi amigo sí le gana. Repega su cara en la espalda para evitar la sonora carcajada. Laurel, ahora ya sabes porqué el nombre, se prende más porque cree que Beto se está prendiendo. Esa mirada de diablo traviesa en la cara de mi socio me indica que toda la libido se ha ido por el caño. Me empieza a ganar la risa y se va perdiendo la erección. Así no se puede.

         No, no recuerdo cómo nos libramos de él, tal vez lo mandamos a bañar a su casa o algo así. Lo que sí recuerdo es que mi amigo y yo terminamos cogiendo después del ataque de risa.

 Pobre Laurel.