Lluvia

La lluvia pone triste a mucha gente.
Ayer a mí me puso feliz.


Eran como las ocho de la noche, las calles oscuras por la lluvia y los charcos pero iluminada por una cara angelical al refugio de una parada de camión. El cabello empapado, la ropa mojada y algo inusual: estaba descalzo con unos tenis que parecían nuevos en la mano. Pies pálidos y delicados.


El consabido ritual. Una vuelta despacio en mi carro y las miradas escrutadoras, una segunda vuelta y lo aseguras, la tercera ya está arriba.


--¿A dónde vas? -- A mi casa (Suertudo yo)

--¿Quieres un raid? --No sé. (Ya chingué)

-- Súbete te llevo, voy para allá. --Bueno. (Suertudo él)

-- ¿Qué edad tienes? --Dieciocho (Juras, para mí es igual. O mejor…)


En realidad tiene frío, está temblando pero con los tenis en la mano; son nuevos y no quería que se le mojaran, los camiones no lo querían llevar descalzo, le ofrezco una toalla de mi mochila de natación, la acepta pero sigue titiritando, le sugiero ir a la casa por ropa seca, lo piensa, le digo que mi casa está más cerca que la suya y acepta. Va bien.


Entramos a mi depa y no finge, le castañean los dientes. Le digo que se saque la playera y le doy una toalla grande, seca y tibia. Se calma un poco. Le pregunto si le incomoda que me desvista delante de él y no contesta. Eso lo tomo como un “no”. Me quedo en boxers apretaditos, se me ve bien el bulto y lo nota; se sienta en la cama y le toco el pantalón, está empapado. Le digo que se lo quite y se meta entre las sábanas mientras se seca su ropa; me pide que no lo vea (ja), se acuesta a mi lado y su trusa mojada me toca la pierna. Está helado. Le sugiero lo obvio y acepta.


Ha quedado desnudo en mi cama temblando la mitad de frío y la mitad de nervios. La sola idea me pone erecto. Le pregunto, de nuevo, si le molesta que yo quede igual que él, desnudo, y me dice que no sabe. Acepto.


Con toda la ternura ofrezco abrazarlo para quitarle el frío, tiembla más pero ahora ya no puedo asegurar por qué, accede y se acurruca en mis brazos, lo envuelvo con un abrazo tierno y lleno de tibieza. Recarga su cabeza en mi pecho y posa una mano en él cerca de su cara. Siente mis pectorales y yo su respiración, él mi enhiesta erección y yo su incipiente reacción. No puedo evitarlo. Se da cuenta y se repega más. Todo es lento y tibio, el calentador eléctrico ayuda a caldear la fría habitación.

No pronunciamos palabra mientras lo abrazo y siento que deja de temblar, tímidamente roza mi pezón y eso me pone más duro, su buen trozo de carne caliente se ha puesto como roca, la acomoda entre mis piernas. Ni una palabra, sólo respiraciones profundas, pausadas, tibias. No puedo terminar de creer mi buena suerte mientras observo aquel niño en mis brazos, su cabello lacio ya seco y sedoso. Sus labios rozando mi pecho, mis dedos deslizándose en su espalda.

La temperatura ha subido: la de él, la de las sábanas, la mía, el cuarto entero, nos estorba el cobertor, lo lanzo al piso, el resplandor del calentador apenas ilumina su cuerpo delgado y lampiño, su pubis pide atención que no tardo en darle con toda inocencia deslizo mi lengua por sus vellitos sin estrenar y su espalda se arquea mientras eleva un gemido de placer que me hace ansiar lo que nos espera.


Me calmo a mí mismo, un platillo delicioso no lo debes comer con prisa, debes saborear cada textura –sus testículos suaves–, cada aroma –el tesoro entre sus nalgas–, cada sabor –su miembro a punto–, cada sonido –sus gemidos apenas audibles–, cada color –de su piel bronceada donde da el sol a la más clara donde no– y ahí es justo donde más me entretengo, su pene, sus pedacitos de carne, el corto camino a su ano tapizado de suaves vellitos, mi lengua horadando ese tesoro, sus gemidos más fuertes, ya no soporto, mi pene pide calor, le elevo las piernas exponiéndolo todo a mí.


Le pido que ruede, que se agache, se hinque, se abra, que mame, que se exponga, que me acepte. Todo, todo lo obedece y esa sumisión me pone ardiendo, no se niega ni se queja, mi erección entre sus suaves nalgas se da gusto recorriendo el camino pero sin macular su inocencia. Me pongo de pie al lado de la cama, él de perrito y yo he lubricado, dilatado y cachondeado su tesoro con mi lengua, lo siento listo, le doy un leve empujón y ese gemido me enloquece. Calma, es nuevo, sus manos arrugando las sábanas me lo dicen. Muy a mi pesar saco un condón y el lubricante, le debo facilitar las cosas en correspondencia a que me está facilitando todo lo demás.


Lo penetro firme pero muy, muy suave y despacio, gime y se tensa, me detengo mientras siento su culo aprisionando la base de mi glande, respira hondo y se relaja, me da paso, empujo suave, lento, muy caliente, me deja entrar, me ha aceptado todo, me sorprende el grosor de la base de mi verga sobresaliendo de su culito apretado, se relaja pero siento su virginidad a lo largo de todo mi tronco, empiezo despacio el movimiento de vaivén, se acopla, me recibe, lo goza, más rápido y siento su erección. Gime suave.


Un rato así y me dejo caer sobre él, siente mi peso aprisionándolo contra el colchón, empujo y toco sus entrañas, lo tomo de los hombros, gime, gime, gime, lo pongo de lado y le levanto una pierna, entro completo y me resbalo hacia afuera, arremeto de nuevo y a cada embestida su correspondiente gemidito. Más erecto no puedo estar. En esa posición siento en mis brazos que lo aprisionan la sorpresa de su orgasmo, él no lo sintió venir y yo me percaté de ello con mis humedecidos antebrazos y mi sofocado pene.


Pocas veces me vengo en un condón pero esto lo ameritaba, chorro tras chorro, lo siento llenarse, a él, al preservativo. Después. Ambos respiramos tranquilos mientras mi erección se pierde entre sus carnes lo mismo que su virginidad entre las sábanas. Un abrazo tan tierno como interminable. Acaricia mis brazos sin liberarse de mi abrazo, respira suave y suspira. Me besa las manos y yo su nuca, me estoy erectando de nuevo y lo siente, lanza sus brazos hacia atras y me acarica el cabello, extiende su torso y me presiona con su espalda. No me muevo pero él sí. Aprende rápido.


He quedado mirando el techo y él, a horcajadas, me monta dándome la espalda, lento pero con ritmo, lo hago que se gire, me ve de frente y uno de sus mechones acaricia mi frente, sus ojos entrecerrados me cuentan de su placer, su boca entreabierta mezcla su aliento con el mío. Más. A cada empujón lo elevo al cielo, lo agradece con una sonrisa tan linda y cachonda. Su pelo. Me enderezo hasta quedar sentado y nos fundimos en un abrazo de besos, brazos, piernas, miradas y erecciones. Me inunda el abdomen y el preservativo soporta. Nos fundimos.


Lo he dejado a una calle de su casa, tú sabes, los vecinos; me dice: lo que más le ha gustado de todo es que me preocupé por hacérselo con protección. Bendito condón repleto. Dice que jamás lo había hecho, pretendo creerle, pregunto si se repite y me da su correo en una hoja de papel. Lo guardo y llegando a la casa sonrío por suponerme tan inocente.


Jamás lo agregué, jamás lo he vuelto a ver. bartsimpson@hotmail.com. Ja.


Me encanta ver nubes en el cielo.






3 comentarios:

  1. A mí esos NarcoBloqueos no me duermen...tampoco me duerme creer que este relato ya es pasado.

    Un saludo. Y no pretenda engañar a este Sith.

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  2. Etiquetas: calle, reciclado, sexo.
    Explicación: Verbo, adjetivo, aunque sea ahora con la zurda.

    Vamos por la guerra de los clones.

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  3. No será nuevo, pero igual me la paró. Muy efectivo.

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