Música pop

“Las estrellas fugaces son signos de nuestros tiempos. Están hechas de plástico.”

Hay veces que andas con suerte. Buena o mala pero con suerte. Y este es uno de esos buenos días. Levantar a un mocosito despistado, o puto, en la calle es suerte; levantar dos es riesgoso pero así mismo, suerte; entonces ¿cómo le llamarías a levantar tres a la vez? Exacto, yo también.

Sábado, demasiado temprano para antrear, suficientemente oscuro para putear, tres cositas delicadas deambulan por Félix U. Gómez, un par de calles al sur del “lugar sin límites” como falsa y pretenciosamente se autonombra el llamado y ahora extinto Arco Iris.

Veamos, delgaditos, medios darquetos, pantalones pegados a los popotes, cabelleras a lo emmo; una vuelta más y se notan más detalles: uñas pintadas, la mayoría de negro, pircings en las caras, el más alto manda, agandalla y sonríe. Yo sí le doy. Me estaciono en esa calle, bajo del auto y saludan a mi 1.84 con asombro. Esto es un hombre, niñas. Parecen nenitas tímidas pero emmo mayor, que se hace llamar Belanova, se desenvuelve bastante bien. Deja atrás a emmo coqueto y a emmito.

Bla, bla, bla y terminan los tres en mi coche rumbo a su próximo antro a visitar, céntrico, demasiado gay y bastante concurrido para mi gusto. Edades: 18, jura, 17, miente y dieciseis muy apenas. A no ser que nos invites a tu depa, reta Belanova. Si es sexo con los tres, va. Risitas, miradas, cachondeos y unánimemente es sí. Tres tres tres. Perro.

Llegamos a mi depa y Rumi (Versión local de roomate) tiene acción, así que les pido que sean discretos. Lo menos ruidosos que puedan. Mientras tomo un baño mi recámara los entretiene con internet a una velocidad que en sus cibers conocidos jamás podrían alcanzar, pornografía en revistas que nunca podrían acceder y una king size que en sus noches más febriles podrían imaginar. Salgo en toalla, ellos ven, entre discretos y curiosos, un buen torso y un mejor bulto. Demasiada plática. ¿Los tres? No, somos amigos, nunca hacemos nada entre nosotros. ¿Entonces? Uno por uno. Uno. Vas, Belanova. Su mirada cachonda me dice que le atrae la idea y como él manda, Emmo coqueto y Emmito van pa’fuera, no quiere mirones. Me da lo mismo. Ellos protestan pero los encieo en el baño, el resto de las puertas les están prohibidas.

Mi estatura le pone mis pectorales en la cara, lo jalo bruscamente para empezar las acciones, mi toalla cae, mi falo apunta al cielo, su mano de niña, suave y tibia, lo toma con temblores nerviosos. Los besos despiadados y mi barba de días le elevan la temperatura. Niño, niño. Si darse cuenta cómo ya está recostado en la cama, salen los convers, que weba desatar tanta cinta; salen los pantalones, que weba estirar esas fundas popoteras; Sale la playera negra con calaveras blancas, que weba…, no, que placer encontrar un abdomen plano, lampiño y poblado de pezones con percings. Toma mi lengua entre su ombligo y un adorno extra, su espalda arqueada asegura que lo disfruta, sus gemidos anuncian que quiere más, mi erección a cien advierte que esto estará genial mientras siento sus dedos acariciando mi cabello.

Volteretas en la cama, interludios de fajes ardorosos, saliva en la muerte de su espalda, en el nacimiento de mis huevos, lenguas en batallas empatadas, dedos pintados por la presión en su piel, mordiditas en mi glande. Belanova, estás prendido. En cuatro, culo lampiño, condón apretado, cintura tomada, empujón resbaloso, gemido completo, orejas en la puerta. Gozamos como locos, tocan con discreción. Cogida inesperada, por él, ansiada por mí. De perrito, se arrastra, ladra, gruñe, ronronea aunque no sea gato, entro, duro, salgo, fuerte, más puertas. Sácamela por favor, no, por favor, se pone de pie sigo dentro, lo dejo solo, no se sale, dejo de moverme, él le sigue menenado el culo, levanta los brazos, me toca los hombros, despacio, acaricia mi cabello, se retira, salgo, voltea, y me dice al oído entre besos ensalivados, voy a coger con mi novio, no quiero que se dé cuenta. Se cuelga del cuello, me saca el condón, faje, faje, faje, descubro el caminito que pasa por su cuello y llega a su punto G o M o Z, me da lo mismo, muerdo, chupo, lamo, metal y carne, estiro, le soplo mi aliento, está en el cielo. Pezones.

Más chingados toquidos en la puerta, bajito “Belanova, ¿ya?”, no contesta, lo masturbo, me regresa el favor, levanta el cuello, se lo beso, su cabello sedoso me prende, “Belanova, ¿ya?”, apenas audible entre respiraciones profundas fingiendo normalidad “sí, ya voy” terminando en jadeo, lengua-metal, dientes-pezón, pregunto si se quiere venir, responde negando con la cabeza y abrazándome más fuerte, sigo, le levanto una pierna, “Belanova, no mames, ¿ya?” respira hondo, “¿ya? ¡Belanova!”, me detiene muy cerca, “ya voy, con una chingada, no estén jodiendo”, Aprieta mi pene, pide que no lo toque mi semen, no se quiere bañar, su novio se daría cuenta, juntos, va.

Segundo regaderazo y encuentro a Belanova en la compu con emmito. Emmo coqueto, que se hace llamar Belindo, está sentado en la cama. Creo que una parte de ese apodo le va, es lindo. Sonrisa amplia, ojos grandes y verdes, pelo en la frente, cachondo, lo apuesto y gano, pulsera de cuadritos blancos, rojos y negros, uñas negras una rosa, párpados igual. Sigues. Sí, sálgansen. No, hazlo así, Belanova manda, Belindo obedece poniendo de condición “pero no vayan a voltear, ustedes allá en la compu” sí, sí, sí, mi toalla permanece mi erección regresa, se da cuenta, se tira en la cama, ridículamente pone una almohada a su lado, entre él y sus amigos para evitar miradas indiscretas, me hinco, deshago el cinturón de combinación, se levanta la playera, cuida a los mirones, le clavo en el ombligo una lengua que le hace olvidarse de la almohada, sigo, desabrocho, bajo, vellitos, trusas, olores finos, fuera tenis, adiós mirones, sin ropa, sin toalla, faje, miro, ven, ve, cierra los ojos, le levanto las piernas, me da el condón, se abre, entro, gime, pompeo, cogida en forma con dos despistados espectadores, le vale, me vale, les vale. Recorremos la cama, giro su cuerpo, no se clavan pero sí ven, eso me prende más, notos abultados sus pantalones, erectos pezones, de perrito y yo a horcajadas, entro salgo, va, viene, gemía quedito ahora más fuerte, es un cuarteto extraño, perverso, caliente y descarado. Regresa a su espalda, eleva las piernas, quiere venirse, le digo que yo igual, asiente con ojos entrecerrados, su pelo a un lado, me deja verle la cara feliz completa, es guapo, chulo, muy lindo, está rico, la leche recorre mi falo, sus gotas me hacen vaciarme, bañado en leche, extasiado. Belanova, que no perdió detalle, lo regaña y le advierte,”aquel te va a oler”, después de recomponerse, tomar aire y poder volver a hablar dice “cállate, me voy a bañar”, “no te mojes el pelo” ordena. Wa, que venidota.

Tercer regaderazo, ahora en compañía, besos, besos, besos, muchos besos entre agua caliente y carne ardiente, mamadas de todo lo que se atraviese o esté al alcance. Entrañas, protuberancias, cavidades. Leche, más leche. Toallas limpias, piel seca, caras de felicidad. Emmito, sigue.

El más pequeño de los tres, un emmito lindo y cortés, ese soñaba con desquintar… lo sé, suena a canción infantil porque a eso me recuerda la carita de Jessyjoy, vaya apodos. Me acerco en toalla, no se decide entre ver al monitor o ésta prenda hinchada, me repego. Belanova ve revistas en la cama y me deja avanzar; Belindo se acicala frente al espejo sin perder detalle. Cruzan miradas y sonrisas cómplices. Arriba el telón o lo que es lo mismo: fuera toalla. Asombrado lo ve y busca los ojos de Belindo, exclama miedoso “¿todo eso?” y mientras el aludido asiente retocándose el rimel de los ojos, repite ufano “todo eso”, Belanova sugiere mientras hojea otra revista, “con cariño, es novato”. No fue mi imaginación, mi pene se endureció un poco más. Lo ve incrédulo, lo toca con miedo, lo siente con placer, abre la boca con curiosidad, lo prueba con hambre, cierra los ojos, continua por un momento y finalmente dice “no, mejor ya vámonos”. Sus amigos ríen y no se quién dice, ¿ya ves por qué sigues virgen? Joto.

El aventón terminó en el antro original.

Me sentí luchador, dos de tres caídas, nada mal.

4-1


“Ándele, ándele, arriba, arriba, yepa, yepa”

Speedy González




La gente le teme a lo diferente.


Si no formas parte de cualquier especie de la fauna urbana, o bien, si formas parte de alguna de ellas, te sentirás extraño interactuando con alguien de una etnia diferente a la tuya. Intercambiablemente aplica si eres: emo, fresa, vaquero, skin head, comerciante, chairo, chico tec, profesionista, colombia, chúntaro, político, darketo, punketo o koketo.

El caso es que sólo si aprecias lo exótico te aventarás a tener algo, cualquier cosa que eso implique, con alguien muy diferente a ti y como precisamente ese es mi caso, pues…

Una noche cualquiera, manejando por una avenida ya desierta, me preparo para voltear a la izquierda y llegar a mi casa muy cerca de la esquina. Ahí está el vecino con pinta de reguetonero: rapa, playera de tirantes, bíceps tatuados, bermudas aguadas e inicia la confusión.

El tipito, a quien ya había catalogado dentro de la categoría de los “yo sí le daba”, me saluda al verme estacionar. Bajo del auto, lo saludo más visiblemente y se deja venir. Después no sabría que adecuada resultaría en él esa frase. En esos quince pasos analizo la situación, veamos: Es tarde y ahí no se detienen camiones urbanos, pasaron dos taxis y no les hizo la parada, se para con la putiseñal de cualquier chichifo: la mano en los bolsillos con sus índices indicando el buen paquete. Pero… ¿a media calle de su casa? Lo dudo.

— ¿Qué onda, men?

— ¿Qué pasó, cómo te va? —me llega el tufillo a mota.

— No, pos nada, ¿qué fue? Quieres que te ayude a empujar el carro o ¿qué onda?

El tipo pensaba que yo me había detenido por algún fallo en el coche, le aclaro que no, que soy su vecino y yo pensé que él me pedía un aventón o algo así. Se ríe por la confusión y la mirada vidriosa me indica que anda arriba.

— No, men, pero si quieres préstame pal camión, voy pa la casa de mi morra.

— Si quieres te doy un aventón porque no traigo dinero —miento pero funciona, siempre funciona. Amén que me encanta dar “aventones”.

Nos enfilamos anca la morra y en el trayecto la plática se torna cachonda. ¿Fácil, no? Pues si me aflojas un varo sí se arma la calabaza, pero nomás acá unos fanfis.

— ¿Tú a mí? —aventuro picúdamente.

— Nel, tú a mí, si quieres.

El precio pactado: un aventón a su destino después del dichoso fanfis, alias un oral.


Es complicado estar con alguien que no disfruta su preferencia, como dice una amiga “si te gusta y sientes rico, chingue su madre, tú ponle”, pero bueno, a cada virgen le llega su hora. Y la de Mariguas había llegado. Recostado en mi cama, con el olor a hierba quemada, sus boxers con la bragueta abierta y dejando ver ese precioso trozo de carne me pongo a hacer lo que me toca. Más de lo que esperaba.

Se prende y lo disfruta, le jaloneo la ropa pero se resiste, “así, nomás, men”, lo dejo por un momento, ya sabré convencerlo. Pero algo viene rápido.

Más de lo que esperaba.

Un giro veloz en la cama y su arma apunta al suelo; la leche, más de lo que esperaba, baña el piso. Las consabidas disculpas y la situación es toda mía. Usa la terapia y verás como el contrario te lo agradece.

“No pasa nada”, “A cualquiera le pasa”, “No tengas pena”, “Espera a que se te pase”, “No te levantes”, “Mira que ni se te ha bajado” “Es normal”, “Déjame le sigo”. Son frases que dichas con la entonación adecuada funcionan, a cualquiera convence y nuevamente estamos en acción.


Supongo que una vez vaciado durará más, así que insisto con que salga la bermuda, pero claro que primero le tengo que sacar los convers, los pies le apestan pero no como la ropa, sale la bermuda y su matapasiones espera su turno. Hago labor de convencimiento y pronto están esas rodillas pálidas apuntando al techo y mi lengua a su escroto. Feliz.


No me llevó más de cinco minutos desnudarlo de la cintura para abajo, “no, men, encuerado no”, y se queda sólo con la Teycon de tirantes, algo de dignidad mayativa habría de concederle. Y dos, sí dos, sólo dos putas dos, las conté. Dos lengüeteadas después y el lechero llama dos veces. Giro repentino al borde de la cama y nuevamente la venida del señor. Ut.


Nuevo apenamiento y nuevo cocowash. Me sorprenden cuatro cosas: La cantidad de esperma que cubre el piso, su permanente erección, la velocidad con que se viene y mi pinche y jodida paciencia de tratar con novatitos. Va.


La tercera es la venida, supongo, así que ahora la playera ha volado y me deja saborear esos cuadritos marcados, esas líneas que dibujan la parte baja de sus pectorales, le levanto las piernas y protesta, le convenzo de que lo único que quiero hacer es frotar ambos penes al mismo tiempo. Dice que no pero mi insistencia triunfa. Lo veo en el borde, me detengo, aprieto la base de su pene. Tranquilo, respira hondo, más, otra vez, así, ¿ves cómo se te pasa?, otra vez. Sorprendido. Supongo que es la primera vez que no cede al desbocado orgasmo.


Continúo y en agradecimiento accede a ser él quien masturbe ambos penes, repentinamente tres jalones después deja de hacerlo, alude que es machín. Ja, y también porque si le seguías te venías, no lo dije pero lo pensé mientras veía su respiración discreta pero profunda. Bien, le agarraste el truco. Bajo.

Falo, huevos, sartén (léase: donde se estrellan los huevos) es el recorrido que hace mi lengua, tímidamente se deja tocar el premio. Una, dos, tres lengüeteadas y él en su gustado papel de muchachito precoz. Nuevamente se ha venido. Chorros enormes me cuentan de su calentura, no se le afloja un ápice y nuevas disculpas hacen su aparición. Le reclamo, o sea, si fuera partido del mundial sería goliza: 3-0.


Esto me está haciendo gracia y eso hace que me ponga sarcástico, digo, yo también quiero mi parte de placer, esta situación es algo así como tratar de jugar ping pon con alguien que tiene diarrea. Bueno, ¿tienes agujerado el pito, no te habías venido desde que naciste o qué jodidos? Con pena me dice que siempre le pasa así, que sus chavas lo han cortado porque no dura nada, que cuando va de putas es el peor dinero malgastado de su quincena. Mi falo pide atención.


Vamos por la cuarta, te enseño unos secretos después de que yo me venga y verás que eso tiene arreglo. Incrédulo dice que no es cierto, que eso es así y ya. Mijo (tito), eso es como aprender a hacer pipí, cuando eras bebé se te salía sola, de mayorcito aprendiste a no dejarla salir, es exactamente lo mismo, sólo que aprietas un poquito diferente. Sus ojitos llenos de esperanza me cuentan que es algo que en realidad necesita así que está dispuesto a pagar cualquier precio. ¿Es neta? Sí. Enséñame. ¿Qué me das? Lo que quieras ¿En serio? Sí. Conste.

Acepto. Sí, lo sé, soy un culero de primera.


Sobre la marcha repito la jalada doble y las inspiraciones profundas. Le funciona. Sorprendido. Le levanto las piernas, yo mando, le rozo la entrada del ano con la punta de mi verga, este wey ya es mío. Protesta. Nenenene, aceptaste. Bueno, ya qué. Le pido que apriete el culo, no se la he metido, se resiste pero convenciéndolo que es parte de la terapia accede. Haz de cuenta como cuando te aguantas de mear. Ándale, así mero, una, dos, tres, cuatro veces, así. Despacio. Veo su esfínter cerrarse, me saboreo. Cuando sientas que te vas a venir aprietas eso, así. Se sorprende. Bueno, ahora lo mismo pero conmigo adentro, se ha perdido entre lo caliente, su curso antiprecoz, lo firme de mi falo y sus experiencias nuevas. Estoy adentro gracias a la orden extra de lubricante. Eso, aprieta. No mames, nomames nomames que rico se siente. Sus ojos muy abiertos me lo confirman. Despacio, yo cuento, concéntrate, uno, entro, dos, aprietas, tres, salgo, cuatro, aprietas. Eso es, lo estás haciendo de maravilla. Tres series de diez, sí, las conté; el ritmo aumenta porque yo ya estoy cerca. Lo ves, ves que sí funciona. Un asentimiento de cabeza me dice que sí entendió. Ahora sí, a venirnos los dos. Me salgo y nueva masturbada doble. Casi y detengo. Aprieta y respira. Lo logra. Dos veces más le demuestro que él manda. Finalmente le digo que nos dejemos ir. Leche.

— No mames, wey. No te creía cuando me dijiste que se puede controlar.

— Pregúntale a tu maestro —su torso y cuello bañados en leche. Mucha.

— ¿Me vas a enseñar más?

— Si vienes seguido sí —le limpio con toallitas húmedas

— Sí, we, quiero que me enseñes para durar más con mi chava.

— Bueno, te dejo tarea, cuando vayas a echar una firma, a mitad de la meada detienes el chorro como te enseñé. Lo sueltas, lo paras, así las veces que puedas. ¿ok?

— Sí, siempre que vaya a miar lo voy a hacer y me acuerdo de ti, men. Eres con madre.

— A parte de cabrón, sí, también soy con madre. Vámonos, Speedy.


Unas cuantas lecciones más lo convencieron de que lo suyo son las viejas. Pero de cualquier manera viene de vez en cuando por el desempate.


Respira hondo.