"Y junto al mar la fiebre
que me llevó a su entraña"
Favio.
Favio.
Bacalar es un heptagrama
cromático.
Azul cielo. Hoy hubo torneo de natación, casa llena de
competidores y tuve la suerte de encontrar alojamiento. A la orilla de la
carretera, lejos del centro del pueblo. Y lejos es un decir porque el pueblo no
mide más de diez cuadras en la dirección que elijas. Tiene sus ventajas
quedarte lejos de los conocidos.
Las benditas redes sexuales, diría tu presidente, te evitan el trabajo de salir a caminar, ver cuerpecitos ricos, apostarle a que tengan gustos refinados, les encante comérsela y terminen en tu cama. En lugar de eso me dedico a revisar perfiles cercanos, pocos del pueblo, muchos de Chetumal o Tulum y si le sigues rascando Cancún y puntos circunvecinos.
Azul celeste. Yo no inicio, sólo respondo. Como en cualquier lugar que prendas la aplicación te toparás con algún perfil que reza "El que quiera azul celeste que le cueste". Para qué pagar habiendo tanto platillo gratis. Hay mucho fuereño por la competencia. La mayoría con cama incluida pero tendría que ir. Traigo weba, cinco kilómetros nadados en la mañana en la laguna me dejaron relajado, que no cansado, y curiosamente muy caliente. Amén de que quiero probar las delicias culinarias locales no quiero chilangos u otras carnes foráneas por más deliciosas que las haya visto en la competencia.
Las benditas redes sexuales, diría tu presidente, te evitan el trabajo de salir a caminar, ver cuerpecitos ricos, apostarle a que tengan gustos refinados, les encante comérsela y terminen en tu cama. En lugar de eso me dedico a revisar perfiles cercanos, pocos del pueblo, muchos de Chetumal o Tulum y si le sigues rascando Cancún y puntos circunvecinos.
Azul celeste. Yo no inicio, sólo respondo. Como en cualquier lugar que prendas la aplicación te toparás con algún perfil que reza "El que quiera azul celeste que le cueste". Para qué pagar habiendo tanto platillo gratis. Hay mucho fuereño por la competencia. La mayoría con cama incluida pero tendría que ir. Traigo weba, cinco kilómetros nadados en la mañana en la laguna me dejaron relajado, que no cansado, y curiosamente muy caliente. Amén de que quiero probar las delicias culinarias locales no quiero chilangos u otras carnes foráneas por más deliciosas que las haya visto en la competencia.
Azul turquesa. Dieciocho metros dice la app. Claro, es la cosita delicada de la recepción. No sé, tal vez lo deje para mañana. Traigo antojo de algo más varonil, más aguantador, menos flaco, más nalgón. Paso. Sigo navegando por los mensajes recibidos por el amarillo de mi celular y finalmente algo llama mi atención. Veintiuno, moreno, patillo de la región, una linda cara autóctona, un culo que me apetece. ¿Vienes? Voy. Eso es todo, pasa al cuarto. Te veo afuera, a la orilla de la carretera. Oh, qué weba, bueno va, ahí te veo. Medio me visto, shorts, chanclas, camiseta aguada y paso por la recepción. Por los espejos veo las miradas que me dedica el platillo de mañana. Me agarro el paquete. No sabe que soy yo en su celular.
Espero, pasan autobuses, carros, camiones, se supone que viene a pie, motos, bicis, gente como mi paciencia: poca. Cinco minutos y me vuelvo a la habitación. Nuevo agarrón de bulto sin ropa interior. Los ojos se alegran y yo sonrío. Me reconecto, me dan ganas de adelantar la comida de mañana y echármelo hoy. ¿Dónde estás? Ha regresado. Ya en mi cuarto, no te vi. Ya llegué. Te tardaste. Pasó gente conocida, estaba en la tienda, ahora estoy afuera. Pasa. No, ven por mí. Nuevo pase, nuevo agarrón, nueva mordidita de labios porque ahora voy medio erecto. Vente. Pasamos de nuevo, ahora la mirada cambia, entre envidia, morbosidad y malicia. Me conoce. Que te valga verga, tú vente.
Azul zafiro. Es tímido pero le gusta lo que ve. Sale camiseta, chanclas, me quedo con el short aguado. Lo desvisto, bajito como platillo típico de la comida maya, fornido, erecto, nervioso. Lo recuesto en la cama, tiembla. Toques en la puerta. Mierda. Se cubre con las sábanas hasta la cabeza. Me cuelgo una toalla y abro la puerta. Ya sabes quién. Me ve de la cabeza a la ídem a los pies. Sin decir nada me toca, nadie en el patio del motel, abre la toalla, suspira, la toma con su mano libre, el bulto en la cama no quiere ser visto pero sospecho que sí ve, el visitante se hinca rápido y prueba todo lo que puede. Vaya. Lo dejo que mame un momento, lo jalo de los cabellos y levanta la mirada, tan lindos que se ven con mi verga en su boca y sus pupilas en las mías. Hoy no, mañana te cojo, le digo mientras lo jalo del brazo poniéndolo de pie e invitándolo a salir. Me regala un beso con sabor a verga. Yo totalmente desnudo y erecto. Acepta. Le agarro el poco culo. Te amo, Bacalar.
Regreso a donde estaba, fuera
sábanas, bienvenida, piel. Una leve gotita en la tela me anuncia que disfrutó
de lo que vio pero ahora le toca a él. Se rueda en la cama y se pone a mamar.
No dice nada de mi falo ensalivado. Tal vez le guste compartir. Vergazos en sus
mejillas, besos en mis webos, chupones hambrientos y lengua caliente. Nada como
una señora mamada.
Azul Rey. Le jalo el cabello y lo pongo de pie, bajito a más no poder, lo cargo para no agacharme, beso de lengua que después, una vez que se haya parado en la cama, pasará por su pecho, abdomen, obligo y pubis. Gemiditos contenidos, mi dedo busca una entrada, la encuentra y el gemido escapa libre. Mamadas en forma, mi lengua visita sus bolitas de carne, se clava en los pelitos, suspiros y se abraza a mi cabeza. Lo tiro en la cama y lo giro para ver mi cena. Un par de nalgas tan lampiñas como morenas, redondas, firmes y bellas. De perrito al cachorrito y mi lengua visita el lugar donde antes estuvo mi dedo, el cenote azul. Más gemidos, más prendido. No sé, o tal vez debería decir "lo sé", el ejercicio es una afrodisíaco y te pone caliente. Te la quiero meter. Está muy cabezona. ¿Y? Me da miedo. Digo "despacito" acompañado de un arrimón. Un "no" apenas audible. Empujo. Un "no" más caliente. Ponte el condón. Va, ya xingamos. Me visto para la ocasión y al volver la vista a la cama ya esta empinado con los hombros en el colchón masajeándose el ano. Me encanta y no perdono. Cógeme, Rey. Entro lubricado, firme y suave. El quejido ahogado en la almohada. Dejo que pase la tensión y mientras relaja el esfínter empujo despacio pero sin pausa. Un "ah" compartido al unísono nos pone en sintonía.
Se siente con madre ya seas activo o pasivo. Tú lo sabes y yo lo sé. Recuerda la última vez que compartiste tu carne con alguien y me darás la razón.
Azul Rey. Le jalo el cabello y lo pongo de pie, bajito a más no poder, lo cargo para no agacharme, beso de lengua que después, una vez que se haya parado en la cama, pasará por su pecho, abdomen, obligo y pubis. Gemiditos contenidos, mi dedo busca una entrada, la encuentra y el gemido escapa libre. Mamadas en forma, mi lengua visita sus bolitas de carne, se clava en los pelitos, suspiros y se abraza a mi cabeza. Lo tiro en la cama y lo giro para ver mi cena. Un par de nalgas tan lampiñas como morenas, redondas, firmes y bellas. De perrito al cachorrito y mi lengua visita el lugar donde antes estuvo mi dedo, el cenote azul. Más gemidos, más prendido. No sé, o tal vez debería decir "lo sé", el ejercicio es una afrodisíaco y te pone caliente. Te la quiero meter. Está muy cabezona. ¿Y? Me da miedo. Digo "despacito" acompañado de un arrimón. Un "no" apenas audible. Empujo. Un "no" más caliente. Ponte el condón. Va, ya xingamos. Me visto para la ocasión y al volver la vista a la cama ya esta empinado con los hombros en el colchón masajeándose el ano. Me encanta y no perdono. Cógeme, Rey. Entro lubricado, firme y suave. El quejido ahogado en la almohada. Dejo que pase la tensión y mientras relaja el esfínter empujo despacio pero sin pausa. Un "ah" compartido al unísono nos pone en sintonía.
Se siente con madre ya seas activo o pasivo. Tú lo sabes y yo lo sé. Recuerda la última vez que compartiste tu carne con alguien y me darás la razón.
Navego por el azul cobalto
de su ajustada carne mientras le digo que se gire y me vea de frente, me salgo
y me preparo para entrar. Ve lo que le espera y me detiene. Ya la tuviste
dentro, no le temas. Despacio y me jala. Embono y entro de nuevo. Nos
masajeamos mutuamente, el mi falo, yo su ano por un buen y cachondo rato. Quiero
que te vengas, pido. Nunca me vengo. Ja. Al fondo y la próstata hace su
trabajo. Sus manos estrujan mi espalda. El ritmo como en la competencia, ya que
ves la orilla cerca le das con todo. Sudores y miradas clavadas. Quiero que te
vengas, ordeno. En respuesta su respiración agitada, aprieta, cierra fuerte, aprieta
más, cierra firme, traes pilas y ya casi llegas. Duro y dale y al final, Quiero
que te vengas, exijo, y al final, decía, el premio: chorros de leche bañan el
respaldo de la cama, su pelo, su cuello, las sábanas, el pubis, el ombliguito
profundo, y claro, llenan mi condón. A un "ah" interminable seguido
de un "no mames, me vine un xingo" le contesto con un "nos
venimos, mi rey, nos venimos".
Verde (yazgo) azulado y me cuenta que es maestro, que nunca se viene cuando
se lo cogen, que trabaja en un pueblo perdido en la selva maya, que le gustan
mayores, que vino a visitar a su papá por el día del padre pero pidió permiso
para visitar a una amiga, la toca y aprieta a su nueva mejor amiga. Abrazos y
distensión. ¿Te gustaron las clases particulares? Sí ¿cuándo vuelves? En año,
mi niño, en un año. Te voy a estar esperando. Con toda la leche adentro por
favor, le digo mientras le limpio un mechón de gel orgánico.
Amo los siete colores.
Tal vez mañana sean ocho, un (niño) índigo estaría bien.
Amo los siete colores.
Tal vez mañana sean ocho, un (niño) índigo estaría bien.
Ceterro
13/sep/19
