Enfermerito.


Muchas veces me dicen que me hago del rogar. Nada más lejos de la verdad. Me encanta coger, ¿cómo sería posible eso si me encanta coger? Simplemente mis horarios raros y ser freelancer en múltiples aspectos, como en el sexo por ejemplo, me impiden coger tanto como yo quisiera. Pero cuando se presenta finalmente la oportunidad hay que aprovecharla. Y así fue con Enfermerito, despúes de una serie de intentos fallidos inesperadamente quedamos en que pasaré por él a su trabajo, un hospital muy reconocido de la localidad, al terminar su turno. Y así lo hago, acudo al hospital sin sentirme enfermo salvo por una incipiente calentura que me abulta el paquete.


Me está esperando a la salida de un supersiete frente a su centro de trabajo al cual le sé varios secretos, como los gustos exquisitos de algunos de sus altos directivos que contratan sólo niños bonitos como asistentes. Se sube a mi auto chupando una paleta, es lindo de prestañas largas, delgado y de sangre ligera. “Me encanta como la chupas” le digo, sonríe, no es de los que se dejan intimidar o le pegan al inocente, “quisiera que tú estuvieras chupando”. Genial, claro que yo menos me dejo intimidar bajo esas cachondas indirectas. “Acepto” le digo sin el menor pudor. Sonríe y todo parce marchar suavemente.

Hemos llegado a mi echadero y después de pláticas ligeras lo invito al lugar de los hechos y poniéndole enfrente mi unochentaycuatro le cuestiono “¿De qué tienes antojo?” “Ya te dije en el carro” contesta. Perfecto. Eso de las chupadas se me da muy bien. Hablando en cualquier sentido.
 




       Lo recuesto en la cama y me vuelvo el dueño de la situación, lo hago que se deje querer, lo relajo, le beso el ombligo, le desabrocho el pantalón, suelta gemidos, y lo que te espera, veo su ropa interior y lo que trata de contener, una erección más que incipiente; trata de ver mis maniobaras alzando el cuello y hago que recueste su cabeza y me deje trabajar. Sigo hasta llegar con lo prometido: su paleta. Es linda y muy sabrosa, hago lo mío y sus gemidos me dicen que lo hago bien. Suave, sin prisa, disfrutando de ese cuerpo delgado y exquisito. Prenda a prenda nos prendemos y desprendemos de ellas, fuera zapatos, pantalón, calcetines, trusa, camisa, playera y la meta alcanzada de tenerlo desnudo en mi cama.



Las erecciones son imposibles de mentir, es su ventaja de ser hombre, joven y cachondo. Aquellos pedacitos de carne complementan el buffet pero aún me falta llegar al postre. No hace falta dar instrucciones, leves roces en sus piernas bastan para que queden al aire exponiendo la cereza del pastel. Voy por ella y gime más. Lo dicho, me encanta chupar.



La ventaja de no tener prisa es que puedes disfrutar con todos los sentidos, regodearte con la temperatura de su piel, la tesitura de sus textículos y su voz, el sabor de su anillo. Pido que se gire y se ponga de perrito, sigo mi trabajo con todo lo que tengo a mí alcance, es decir: todo lo que le da placer. Trabajo largo y tendido y creo que quiere algo similar ya que me hace una pregunta que me pone a cien “¿tienes condones?”. Ese mantra me hace encaminarme al nirvana, lo tomo como un eufemismo para “¿me quieres coger?, quiero que me cojas, ¿me vas a coger?, métemela ya, ¿Qué chingados estás esperando?” Cualquiera de esas opciones o, ¿por qué no?, todas juntas. A lo que le respendo obviamente que sí, a cualquiera que haya querido usar. “Estira la mano y abre el cajón, ahí hay un chingo y alcánzame el lubricante”. La escena que sigue es parte de la perversión más que de la diversión. Le pido que abra el condón mientras está empinadito en cuatro y en ese lapso aprovecho para libricarle, sí, más, el culito con el lubricante con base en agua, ya sabes, no queremos que el cglobito se rompa con riesgo de situaciones embarazosas. Finalmente me da el condón y con el culito listo se vuelve a poner en esa pose tan invitadora a que me lo coja. Me encondono con el recurrente esfuerzo de hacer pasar el preservativo por la parte más ancha de mi glande, a veces envidio a quienes tienen el pito delgado. Bueno, sólo en ese momento, en el resto no. Como en el siguiente momento en el cual me coloco en posición para entrar en Enfermerito, con un esfuerzo menor al que usé para vestirme de plástico entro en él. Despacio, firme y en medio de gemiditos cachondos. Mi cabeza a traspasado la frontera, el resto es coser y silvar o, para ser más exactos, detener y empujar.




Lo sujeto de su delicada cintura jalándolo hacia mí, recibe cada centímetro, lento, duro hasta llegar al tope. Una vez ahí y ya que se ha acostumbrado a las tres dimensiones vamos por la cuarta, el tiempo, sí el tiempo del pompeo que empezamos perfectamente sincronizados.  Estando yo de pie a la orilla de la cama puedo ver perfectamente su delicada espalda, mis manos en su cintura, sus nalguitas paradas y mi trozo de carne entrando y saliendo. Genial.



Me tiene a cien y me he hincado en la cama, el sigue empinadito apoyando la cabeza en el colchón. Empujo duro y adentro, veo que se la jala mientras me recibe. Lo disfruto tanto como larga fue la espera. Ha valido la pena esperar por él. Veo su codito con un movimiento rítmico. Buen pasivo. Me anuncia que se quiere venir, supongo que lo hace por consideración a no ensuciar la sobrecama, le alcanzo una de mis playeras sin salirme de él. Seguimos para alcanzar su clímax. Leche y más leche. Yo sigo duro haciendo lo mío, me pregunta si me falta mucho y le digo que tanto como él quiera. Me dice ya. Y, complaciente como soy, me retiro de su interior. Erecto aún.



Tiempo de irme, anuncia. Acepto admirando su cuerpo definido recién fornicado. Se viste, tomas sus cosas y antes de salir le pregunto si no ha dejado nada , su virginidad por ejemplo. Una carcajada me dice que no la trajo. Lo voy a dejar a su casa, me ha caido bastante bien. Al regresar me doy cuenta que no me dejo la virginidad pero si un muy buen recuerdo que terminó en este blog. Y un celular que terminó encima de mi buró. Eso del autorretrato es algo bastante entretenido. 


Ya regresará por él. 
Y espero que por algo más.