Mecánica Popular

El placer empieza por la vista, baja por tu erección y termina en el orgasmo.

         Viernes, hoy toca. Como cada viernes desde que me di cuenta de las actividades manuales de mi erótico vecino hoy es una noche larga; pienso que tal vez él me lleve un par de años y unos cuantos centímetros, de estatura y otras cosas… Yo quince primaveras, él tal vez diecisiete.

        Lo descubrí por casualidad el invierno pasado; Los vecinos tenían unos cuantos meses de haberse mudado a la casa de a lado. Una familia normal con papá, mamá, el hermano mayor y el hermanito. Muy educados pero reservados por su religión. En ese entonces mamá me pidió que les cambiara el cuarto a mis hermanos menores porque mi mesa de dibujo no cabía en mi habitación. Aquella primera noche en mi cuarto nuevo me disponía a dormir cuando la luz proveniente de la habitación de mi vecino inundó la mía. Traté de dormir así pero era casi como tener la luz encendida en mi propia recámara. Me puse en pie en la cama para cerrar las cortinas pero una vez cerradas me dio curiosidad por ver lo que habría al otro lado y…

Nuestras ventanas coincidían exactamente separadas por una barda no muy alta; parado en mi cama tenía una excelente perspectiva de su habitación sin cortinas y lo que vi no me dejó dormir sin vaciarme aquella primera noche.

En su cama, justo frente a la ventana, mi vecino leía una revista que parecía ser de mecánica popular o algo así, pero lo que me llamó la atención fue su mano que sobaba las cobijas a la altura de su ingle que dibujaban un atractivo e irresistible bulto. En un principio no creí posible que alguien se masturbaba viendo carros o aviones pero parece que el tipo estaba bastante excitado, se le veía muy delineado su tesoro. Lo sobaba una y otra vez con su mano izquierda mientras detenía la revista con la otra. Mi erección no se hizo esperar y coordiné mis toques con los suyos, lentos suaves, firmes cuando lo hacía así. Repentinamente se escuchó una persona tosiendo y él se asustó tanto como yo, metió la revista bajo la cama y apagó la luz. Esa noche tuve que completar la tarea a mano y haciendo cerebro.

Hoy es viernes, mi madre trabaja por las noches, mi padre la va a dejar a su empleo y después de eso se va de juerga; a mis hermanos los mando a dormir temprano así que puedo hacer lo que me venga en gana para disfrutar del espectáculo nocturno que se prolonga hasta altas horas de la madrugada.

Noches después de “nuestro” primer encuentro se repitió el show con un susto parecido pero esta vez no apagó la luz, simplemente se cercioró de que su hermano menor, el de mi edad y que tosía repentinamente, siguiera profundamente dormido. Una vez hecho eso regresaba a su lectura de mecánica popular pero ahora no sobaba su erección sobre las mantas sino que había metido su mano entre ellas y el inconfundible movimiento de sube y baja me decía que se estaba masturbando y me dejaba suponer que no tenía cualquier cosa entre manos, bueno, entre dedos. Yo parado en mi cama vestido sólo con mis trusas blancas a la rodilla le hacía compañía solitaria pero igualmente cachonda jalando mis incipientes catorce centímetros hasta manchar el cristal de mi ventana. Sentía las nalguillas frías pero me aguantaba hasta venrime y después me metía entre las cobijas como leche de dieta: todo descremado.

Ahora es verano y su habitación sigue sin cortinas ni mosquitero, hace calor así que su cama sólo viste sábanas; él: trusas pequeñas. Ahora no enciende la luz, ve la tele y eso basta para iluminar el espectáculo. La sábana delgada delinea su bulto antojable que es lo único que cubre, se ve es una trusa negra y que aún no está erecto pero esa pose me tiene durísimo. Veo sus piernas fuertes, su torso lampiño y marcado, su mano sobre el paquete y un vistoso anillo en esa traviesa mano izquierda. Espero con ansia que empiece el show.

Era difícil de creer que el hermanito menor saliera más cachondo que el mayor. En primavera le dejó el cuarto para él solo. Embarazó a la noviecilla y se tuvo que casar e irse a vivir a casa de sus suegros. Mejor para los dos. En ese tiempo mi vecino se hizo más desinhibido: seguía erectándose con la trusa puesta después de levantarse a encender la luz y sacar su revista favorita. Lo veía todo. Las piernas abiertas y su verga asomando sobre la trusa, su cara la ocultaba esa mecánica popular nueva. Por curiosidad yo también la compré pero ni siquiera las tipas que anuncian aceites o estereos me parecían material suficiente como para provocarle una erección incluso a un muchacho hetero. Los mecánicos tienen lo suyo pero no enseñan gran cosa. Seguía sin comprender.

       Empieza. Ha retirado la sábana y su erección no cabe en su ropa interior, más de la mitad ya se asoma acechando su ombligo. Llevo ya dos venidas. Inesperadamente levanta las piernas y se saca la trusa, eso me deja ver el culito redondo y firme como el resto de su cuerpo. Lanza la prenda al suelo, se abre de piernas y toma su pene por la base, es enorme y lo sabe. Se deleita viéndolo y sacudiéndolo lentamente en el aire. Su verga es hermosa, es muy larga y gruesa. La mía no tanto pero delgada. La de él es incircuncisa y me saboreo viendo cómo baja su apretado prepucio lentamente y este se abre y deja asomar el capullo brilloso a la luz de la tele. Mi pene no tiene ese juguete. Su mano, enorme también, toma el tronco por la base y le sobra material suficiente para que yo coloque mis dos manos y tal vez lo que sobra lo cubra con mi boca. Una mancha más sobre el cristal de mi ventana.


      Una vez sin su hermanito el show incluía cosas que yo no conocía: Apoyaba los pies sobre la pared, levantaba las caderas y su leche la vaciaba en el pecho o caía en su cara. Me quedé con la boca abierta y tomé unas gotas de la mía que habían quedado en la ventana, me supo horrible. Otro día tiraba sus mecos en un calcetón que usaba como condón y amanecía todo tieso sobre su ventana. O bañaba su revista de mecánica un par de veces. Pero lo que más amaba era cuando él tenía su cama pegada a la ventana, y no en la pared opuesta, se ponía en pie y se vaciaba en el patio directo hacia mi ventana… si no estuviera esa maldita barda. Si el se venía cuatro veces yo me venía el doble. Estaba loco de contento por mi vecino sexoso. Lo amaba tanto… en secreto.
 
       Hoy hizo algo que hace mucho no hacía, se la jala con las piernas abiertas y las rodillas levantadas, con su mano libre se pica el culo. Pongo atención y estoy convencido que se lo está metiendo, sus ojitos entrecerrados y su erección a cien me hace pensar que lo disfruta. Quiero imitarlo pero me duele madres, aparte no salió muy limpio que digamos. ¡Mergas! Que asco. Cortinas a mí.
 
      Aunque todo el show siempre había sido nocturno empecé a buscar evidencias durante el día. Me subía a la barda con el pretexto de treparme a la azotea. Veía calcetones con sangre amarilla, así le decía un amigo a los residuos de leche secos y endurecidos, periódicos igualmente manchados, y una mecánica popular vieja. El andar en las alturas me dio una idea que…
 
          Hoy en la noche he decidido pasar el límite… de propiedad. Sí, me brincaré la barda por el fondo del patio. Me arrastraré hasta su ventana, levantaré mi cabeza justo sobre el respaldo de su cama y veré esa enorme verga en todo su esplendor a menos de medio metro de mi boca. No sé porque pensé eso, yo jamás he estado con un tipo ni se me hubiera ocurrido antes meterme algo así en la boca pero me calentó la idea. Ese era mi plan y lo he cumplido casi todo. Mi respiración agitada, el miedo a que me descubran y mis latidos a mil no me han dejado asomarme a su recámara. Tengo mucho miedo pero traigo la verga superdura y mojada. Sé que se la esta jalando porque la tele proyecta la sombra de su monstruo en la barda, quiero verla en persona pero me pongo a jalármela en cuclillas hasta que me vengo. Respiro profundo, me calmo, me vuelvo a calentar y agarro valor. Me encanta sentir mi verga dura.
 
      El placer de espiar a alguien no está propiamente en lo que admiras, sino en saber que el observado no sabe que lo es. Finalmente he levantado mi cabeza lento, muy, muy lento. Se ve al fondo la tele, me elevo más y veo la punta de sus pies separados y los dedos en tensión de lo caliente que está. Subo unos centímetros más y recorro sus pantorrillas, sus enormes muslos, la punta de su verga, la mano con el anillo batiendo ese tronco, sus escasos vellos púbicos, me detengo y me pregunto si no me basta con esto. Me digo que no. Subo más y aprecio su ombligo, el abdomen plano y con cuadritos, los cabellos de su cabeza, sus pectorales, el cuadro completo. No mames, la traigo hiperdura. Empiezo a acompañarlo. No lo puedo creer. Jamás había visto a nadie masturbarse ni en películas pero con él he aprendido el arte de acariciarse solo: sentir los pezones, poner el índice en el ano, recorrer los muslos, agarrarse los huevos, disfrutar los pectorales. Duramos así medio programa de televisión. Él se la jala lento, yo rápido, él se detiene y aprieta su base, yo me vacío otra vez. Le sigue y sigo erecto, voy por la siguiente, a pesar de venirme no se me ha bajado ni un momento. Esta noche he contado más de diez orgasmos y aún no me canso. Él tampoco.
 
     Repentinamente se incorpora en la cama y eso hace que yo me agache buscando que no me vea. Me pego a la pared bajo su ventana, aguanto la respiración. No hago ruido y espero lo peor. Cierro los ojos, después de un momento los abro lento. Veo su sombra en la barda, me parece que está hincado en la cama y se la está jalando con fuerza. No sé si está de espaldas o de frente hacia la ventana. Me la juego y me deslizo a un lado de la ventana. Sigo tentando a mi suerte y otras cosas y me asomo otra vez. Suerte mía, está de espaldas y eso me deja apreciar su musculosa espalda, sus nalgas firmes, la planta de sus pies. Se la jala fuerte con una mano en sus webos y yo me convierto en su sombra, lo imito y, al igual que él, alzo la vista al cielo de placer, cierro los ojos y sigo masturbándome y cuando los abro….
 

        Perdí la noción del tiempo, no me di cuenta de cuándo se puso de pie frente a la ventana, ¡frente a mí!, preparándose a tirar su leche y yo con la verga en una mano y los webos en la otra. Me moría de miedo, si les decía a sus papás, le hablarían a la policía, me acusarían de allanamiento de morada, de acosador, de pervertido sexual, mis papás se enterarían, todo el vecindario lo sabría. No ha dicho nada y sigue con su verga en la mano, está muy serio pero no parece enojado, la mueve hacia arriba y hacia abajo, me hipnotiza y me hace una seña para que me pare. Lo hago y su tesoro queda a la altura de mi boca. Me acerco muy lento, el empuja la cadera hacia adelante, me da de beber. Es la primera vez que tengo en mi boca una verga, el sabor no lo puedo describir, el tamaño me toca las anginas, me siento como becerrito hambriento. Desapareció la barda, el miedo, mi casa, los vecinos, la noche. Me queda el sabor, su mano acariciando mi cabeza, mi nariz rozando sus vellitos, mi verguita manchando la pared. Me sorprenden sus chorros, casi me atraganto pero su sabor no me disgustó. Volteo hacia su rostro y está con los ojos cerrados y la faz al cielo. Me limpio la comisura de mis labios. No hemos dicho una palabra. Me dispongo a brincar la barda de regreso a mi casa. Antes de eso me llama –oye- , me pide que regrese y me regala su revista. Sonríe.
 
        En casa me he quedado seco, aún me duelen los webos y por fin se aclaró el misterio, dentro de la mecánica popular había una revista porno. 

Sí, los mecánicos con herramientas grandes son hermosos.