La suerte es como mi rentera: rara y muy cabrona.
Salir de viaje con sólo el boleto de ida y sin la más mínima idea de cómocuándóndeenquéconquién
chingados regresar es toda una aventura. Pero salir de putería es una Aventura así:
con mayúsculas. Me quedan dos días en Mérida, ya conocí lo que se puede
conocer, me he pasado las noches tranquilo sentado en la plaza principal y mi fino
radar me ha indicado que el lugar es una carnicería (venden carne de chichifo),
un liguero (te ligas a quien se deje) o bien un paseo tranquilo después de que
se ha ocultado el pegajoso sol.
El señor sabelotodo, mejor conocido como Google, me ha indicado los
lugares a visitar y su primo mayor, internet, me ha dejado ligar virtualmente y
probar platillos exóticos pero nada se compara al ancestral rito de la cacería
con el palo en la mano. Ayer me llevé un chavito de la plaza a mi hotel y se
quedó hasta que amaneció. No dormí nada, nunca lo hagas cuando metas a alguien
a tu hotel y corras el riesgo de despertar sin maletas. Se vino y se fue
temprano.
Pues bien, hoy aunque ando bien servido ando algo aburrido y por no
dejar pienso ir a un ciber café de cabinas que conocí hace un par de días,
fuera del olor a cloro y las paredes tiroleadas con leche el lugar se pone bien.
Entro y el encargado tiene cara de huelecaca, parece que le molesta que le
interrumpas su posteo feizbuquero, allá él. Entro y las cabinas de enfrente
están casi desiertas, las del cuarto de atrás están un poco más concurridas,
abro mi MH y mi feiz indecente para desquitar la intermitente aunque barata
conexión. Espero.
Llega un niño que me pareció ver ayer, delgado, no muy alto, lentes y
una sonrisa invitadora, lo dejo deambular mientras en mi cabina alguien
practica el deporte favorito de estos lares: me da una mamada en forma. Veo el
ligue que se carga la carne fresca, los habituales parroquianos van y hacen su
luchita, lo dicho, el niño es accesible, deja entrar a alguien a su cabina y
repentinamente sólo veo su cabeza, supongo que le están haciendo lo mismo que a
mí. Suertudo.
La boquita afanosa se excita tanto con mi trozo en su boca que termina
por venirse, ni un besito ni gracias ni nada y se va. En fin, yo aún traigo
pilas así que recorramos el lugar y burlémonos un poco de las actitudes
pueblerinas de este lugar: La gente se pasea, se mira a los ojos pero jamás
estira la mano, supongo que siempre esperan que el otro tome la iniciativa:
Pobrinos, así morirán vírgenes. Recorro los cubículos que sin esfuerzo alguno
me dejan ver lo que pretendídamente ocultan: Un morrito que me llamó la
atención al llegar al ciber, ya que entró justo antes que yo, está vistiendo sólo
los pantalones en los tobillos y un culo que no deja de penetrar. Se ve lindo
ese culito flaco e hiperactivo ampujando a un pasivín chaparrito y cachondo
recargado en la pared con la playera levantada y los pantalones en el mismo
sitio que su matachín. Las mamparas suenan al ritmo del activo y agarran
velocidad. Veo todo el show y el activo no tiene alternativa más que dejarme
ver, está en el punto de no retorno así que se viene. Molesto mientras se quita
el condón me dice “Ya, se acabó el show”. Cositas, si no quieres que te vean
vete a un hotel.
Prosigo el periplo y hay pelados viendo porno y dándose una mano,
computadoras abandonadas en sitios de videos porno gay, sorpresivamente alguien
consume porno hetero, se merece un fuera de lugar pero no nos importa, llego a
la cabina del niño delgadito y me asomo nuevamente, me sonríe y me deja ver que
se la están mamando con maestría; tengo que reconocer mi parte vouyeurista, me
encanta ver. El problema es que no a todo mundo le gusta ser visto y el señorito
hincado se incomoda, los dejo hacer.
Me pongo de pie justo en la entrada del segundo cuarto viendo el
panorama, quién entra, quién sale, quién deambula, quién coge y todo lo que la
escasa luz me deja ver. Después de un rato sale señorito hincado y se marcha,
supongo que más que satisfecho con su lechita y a dormir y junto a mí se acerca
el niño lindo. Ahora lo veo mejor, no es más alto que mi unochetaycuatro, es
delgadito según me cuenta su camisa abierta, usa lentes y pelo lacio. Yo sí me
lo echaba. Plática. Tiene la sangre ligera y el verbo fluido, me pregunta cosas
y contesto tonterías, le hacen gracia las babosadas que digo y me dice “aquí no
se viene a platicar porque si no nos van a sacar” y si supieras las ganas que
traigo de meter. Le hago la observación del pegue que trae y lo aprovecha. Lo
sabe aprovechar. Hago lo propio y más tarde nos reencontramos.
Platicamos de lo poco aventados que son por aquí, le digo que nadie anda
sin camisa y me dice “ni tú” a lo que respondo dejando mi torso desnudo, espero
y me pregunta que si es un reto, mi mirada la responde y su camisa hace lo
propio. Los dos con los pezones al aire nos damos un abrazo sintiendo piel con
piel. Nos hace más gracia que erección y decidimos salirnos juntos. Vamos a
plazear.
Una larga plática me deja saber
que es chilanguito, se acaba de bautizar para el presente relato sin saberlo, viene
de trabajo, se va mañana pero el lunes estará en Monterrey, y un montón de
sabrosos e interesantes detalles más. Vemos pasar parejillas jotillas tomadas
de la mano, policías que no molestan y las horas que nos adentran en la
madrugada. Compramos agua y decidimos que el rato ha sido tan ameno como
agradable pero él mañana madruga. Me ofrezco acompañarlo a su hotel seguro de
que aquí no andan narcos en camionetas negras y con cuernos de chivo viendo a
quien le joden la vida, levanta, secuestran o matan, a lo que accede con el
inocente objetivo de que me pueda pasar su celular ya que ninguno de los dos
los cargamos por razones más que obvias.
-- ¿Tienen habitación en el hotel?
-- Yo sí –contesta seguro y enfáticamente por aquello de que a mí me
pregunten lo mismo y me manden a la verga por no tener cuarto en ese hotel. No
pasó eso pero yo sí. Estamos en su helada habitación, dejó el clima prendido,
lo apaga y empezamos a...
Los abrazos que no nos dimos en la plaza, los fajes que no nos dimos en
el ciber, la cargada que no le había dado hasta ahorita, todo eso nos dimos y
nos quitamos. Inclusive la ropa. Se deja hacer y hago. Sí, me encanta hacer.
Está desnudo y erecto recostado en su cama, admiro la sabrosura de su
cuerpo delgado y delicado, su cara con esa erectante mezcla de cachonda
inocencia, me excita bastante. Me arrodillo en la cama y beso su abdomen,
despacio bajo y empiezo a saborear aquello que alguien más saboreó más
temprano, no importa ahora es mío. Le gusta y se tensa un poco, bajo por sus
bolitas de carne y creo haber encontrado su punto Je, me da cosquillas. Lo hago
con delicadeza y exploro sus sensaciones. Ya me había dicho que le gusta que le
hagan oral y yo no le dije que me encanta hacerlo pero trato de demostrárselo.
Lo goza tanto que me parece verle un poco empañados sus lentes, vamos bien. Me
levanto y me arrodillo frente a él, junto ambos penes y empiezo una puñeta al
dos por uno, lo goza. Me acaricia el abdomen y se quita los lentes, puedo parecer
un perverso pero se ven tan niño que me pone más duro. Lo sabe.
Después de un rato de goce incluyendo miradas a los ojos, me bajo un
poco y le pido la almohada que no usa, se la pongo bajo las caderas y obedece,
como me gusta, sabe a donde voy y me detiene un poco “ando sudado” me dice. Lo
sé y yo también pero a mí no me importa pero pregunto si le incomoda y dice que
no. Casi me deja hacer al principio con mucha reticencia, le aseguro que puede
probar y si le desagrada lo dejaré de hacer, duda, insisto, lo piensa,
convenzco. Creo que soy buen vendedor, pruebe sin compromisos. Mi lengua hace
el primer toque y siento su estremecimiento, se resiste un poco y me porto
tierno, suave, lento, dejando que su tesoro se acostumbre a mi acento extraño,
se relaja a cada lenguetazo, poco, suave, húmedo, lo empieza a gozar. Lo sé.
Sus manos relajadas me hablan de que se ha aclimatado, mejoro el
rendimiento y resiste con espasmitos suspirantes, bien, vamos bien. Le pido que
se gire y se ponga de perrito, me obedece, esa parte me encanta, cuando me
obedecen. Su tesoro queda más expuesto y no sólo el sentido del gusto lo goza
ahora, mi vista y mi olfato se recrean en él. Por no dejar de cuando en cuando
me acuerdo de hacerle los honores a su escroto, a su pene que apunta a la cama,
meto mi cabeza ahí y le sigo dando lo que tanto le gusta, bien pero yo también
juego y regreso a home. Ese capullito me espera ahora ansioso y nos acoplamos
tan bien que mi legua empuja su ano tanto como su culo y caderas empujan a mi
lengua. Lindo, le has agarrado el modo. Y el gusto.
Me pongo en pie con él aún en la pose más cachonda que lo pueda tener, mi
falo endurecido me pide acción, lo dejo acomodar entre sus nalgas pero una
reacción casi lo levanta “tranquilo, no te voy a penetrar, sin globo no hay
fiesta, sólo siénteme” se relaja y me siente. Duro empujo entre sus nalguitas
lampiñas, lo agarro de la cadera y me muevo como si lo hubiera penetrado, él
hace lo mismo, es un coito simulado pero sumamente cachondo, pequeños roces con
mi punta en su anillo nos dejan casi tocar el cielo, se retira, sólo para que
yo vuelva acomodar mi carne entre las suyas. Lo agarro a vergazos que no a
madrazos. Me muero por penetrarlo pero sin condón después no duermo, mejor así.
El asunto se pone bastante caliente que le pido volver a encender el
clima que nos refresca y deja seguir ese megafaje que vale por todas las mamaditas
furtivas en el ciber. Es mío. Preguntamos por la llegada del lechero y me pide
que me venga, le digo que no soy impuntual y espero a mi socio para llegar
juntos. Tú dime cuando y me vengo junto contigo. Acepta. ¿Dónde? Donde quieras
me dice. A mí no me digas eso, soy bastante cabrón pero hoy decido portarme
bien. ¿En tu pecho? Accede. Me yergo de rodillas entre sus piernas, me
masturba, lo masturbo, nos masturbamos, su cara al borde del orgasmo prende mis
fantasías, me acracia el abdomen, le aprieto los muslos, estamos cerca, esa
mirada, esa cara tan linda, esa boca entreabierta, esos labios, ese abdomen. Me
dice “ya”.
Leche, abundante leche como para surtir el desayuno continental del
hotel completo le bañan el ombliguito, su torso, los pezones, algunas gotas
despistadas alcanzan la almohada y las sábanas. El niño está bañado en semen mío
y de él. Imposible distinguir cuál es de quién pero eso nos vale madre. Los dos
hemos terminado satisfechos aunque no me tuvo dentro de sí. Eso no importa, las
cotas de placer alcanzado se demuestran en mililitros que aquí hay de sobra.
Un baño tan rápido como la despedida preceden a mi graciosa huida.
Buenas noches y me abren la puerta del hotel sin el menor comentario aunque sé
que con un ligero sentimiento de envida por el buen sexo que acabamos de
practicar. O diciéndome “puto”, es igual yo voy a dormir igual de relajado.
Sí, le dejé mi teléfono que anotó en su celular.
Espero con ansia el próximo relato en Monterrey, Vico.