Siempre
nos quedará París.
París es un niño
lindo de cabellos largos alborotados y sin forma. Como me gustan. Lo conocí por
web cam y le mostré lo mío y él me mostró lo suyo. Nos encantamos.
Me invita a su
trabajo en una papelería grande cercana al Tec. Se ha ganado la confianza de
los dueños y trae su propia llave. Es media noche y nadie llegará a
molestarnos. Es delgado, tímido y virgen. Nos desnudamos entre estantes y nos
fajamos como principiantes, su complexión me invita a cargarlo y yo acepto
encantado, su falo se recarga en mi abdomen mientras lo sostengo por el
trasero, besos tiernos no me bastan así que lo pongo en el suelo y le doy a
desear lo que quiero que me mame. Se hinca y su tibia boca cubre mi glande, su
lengua recorre mi tronco, sus manos sostienen mis testículos, sus anginas
chocan con mi punta. El instinto del novato siempre es bienvenido mientras no
meta los dientes. No los mete pero yo sí le meto otra cosa, la leche en su
traquea. Feliz el niño y nos despedimos poniendo la alarma del changarro.
Aquello fue hace
cerca de cuatro meses, hemos establecido una rutina cachonda y tierna. Cada dos
sábados viene a quedarse a mi casa, compramos de cenar y vemos películas de
Disney. La Sirenita,
Bambi, Pinocho, Los ciento un dálmatas, la Dama y el Vagabundo nos han servido de preámbulo
a la hora de irnos a la cama, bueno la cama es un decir, en mi depa minimalista
sólo tengo una colchoneta que tiendo en el suelo para dormir más cómodos. Mi
sofá cama es cómodo sólo si duermo sin compañía. Y a pesar de esos cuatro meses
sigue siendo virgen. Creo que debería cambar de películas.
Hoy es una noche
especial, hemos cenado comida china y vimos Pocahontas, su favorita. Es
especial porque en agradecimiento a mi paciencia y conformarme con cosas de
niños, no sólo las películas sino también los fajecitos tiernos, los orales
mutuos y el despertar abrazados y desnudos cada dos domingos, está noche quiere
cambiar de estado: quiere dejar de ser virgen. Eso tiene remedio, bueno, yo
traigo el remedio entre mis piernas así que realmente espero que esta noche sea
especial.
Los créditos se
escurren en la pantalla y me terminan de adormilar, la levantada temprano para
ir a nadar ayuda a que abrace a Morfeo. También. Ambos estamos desnudos,
estamos sobre un costado viendo la tele, él me da la espalda y se repega a mí.
Su suave piel contrasta contra mi abdomen velludo, su tersas nalgas se han repegado
a mi verga dormida. Le respiro en la nuca y parece gozarlo, lo confirmo tocando
su semiendurecido palo. Lenta, muy lentamente mi pene empieza a crecer, lo
disfrutamos, se endurece entre sus nalgas, se abre camino separándolas, cada
vez estamos más duros, sin movernos, sin hablar, sólo abrazándolo por la
espalda. La tele ha enmudecido pero nos ilumina lo suficiente para ver su cara
sonriente, un empujoncito de su trasero termina de acomodar mi verga, ahora
caliente y totalmente endurecida, en la entrada de su culito virgen. Empujo y
gime mientras con su mano aprieta mi muslo pidiéndome que me detenga. Muy quedo
me dice que tiene miedo de que le duela. No respondo lo que siempre le he
asegurado, que conmigo no le va a doler, sólo le beso la nuca.
Un
dilatado faje con mi verga entre sus nalgas, mis manos recorriendo su plano
abdomen, jugando con sus bolitas de carne, su falo al cien, su ombligo lampiño,
oliendo su cabellera, enredando nuestras piernas y empujado cada vez más duro
mi carne contra la suya. Las respiraciones y temperaturas aumentan. Estoy bien
caliente, juro que me bastaría con fajármelo así hasta venirme pero creo que la
promesa de profanarlo me tiene ardiendo. Sólo presiono mi pene contra su culo
pero no la situación. Lo disfruta, gime y levantando sus brazos me acaricia mi
corta cabellera, la barba de días, mi cadera sin lonjas. Repentinamente se
gira, se sube sobre mí y sus largos cabellos casi caen en mi frente, mirándome
a los ojos mientras roza su pene con el mío me dice “quiero que me cojas, tú
sabes cómo”. Siente inmediatamente la firmeza que crece, más, en mi
entrepierna. Sonrío.
¿Cómo estrenas a alguien
que te pone tan caliente? Esta vez, sin que el caso siente precedentes, he
decidido que de la manera más tierna posible. Le pido que se relaje y no tenga
miedo, en los intentos anteriores se ha puesto tan nervioso y tenso que al primer
empujón de mi fierro con su ano se retira y me dice que le duele. De mí depende
que todo sea diferente. Y placentero. Le pido que se acueste en el sofá cama
con las piernas en el suelo. Le doy un oral largo, tendido, ensalivado y
cachondo. Su falito erecto no descansa un solo momento. Lo gozamos. Lentamente,
mientras le chupo las bolas succionándolas con ternura, le empiezo a levantar
las piernas, su tesoro queda a mi vista y alcance, mi lengua baja despacio y en
intentonas tiernas de su escroto a su ano. Sus muslos se tensan al sentir que
mi lengua amenaza con profanarlo, lo acaricio y le doy tiempo de acostumbrarse
a esta nueva sensación. Es la primea vez que le chupo el culo y aprende rápido
a disfrutarlo. El beso negro tiene su ciencia para que tenga su encanto. Hay personas
que me han dicho que no les gusta a lo que respondo que conmigo no lo han
probado. Finalmente, después de probarlo, cambian de opinión y deciden que si
les gusta. Con París me esmero y me tomo mi tiempo en lubricar, cachondear y dilatar
ese capullito con mi lengua habilidosa. Gime, me acaricia la cabeza, me guía,
pide más y finalmente me ruega “penétrame”.
Esa frase viniendo
de alguien casto es toda una epifanía, la entrada al cielo, el pasaporte a la
felicidad. Esta vez no hay condón porque el certificado por escrito y el
respectivo período de abstinencia le han ganado su confianza. Él ha
correspondido, un poco innecesariamente, con la misma prueba de amor. El
lubricante es abundante. En mí, en él.
Mi pene es un poco…
cabezón, digamos. Tiene miedo que lo vaya a lastimar pero creo que no sabe que
ya está listo. Lo veo y en verdad me pregunto cómo va a entrar esto en ese esfínter
tierno y virgen. Me coloco, sus piernas al aire, su culo al borde del sofá, yo
hincado y a punto de entrar. Su ano caliente me recibe, se tensa un poco pero le
doy tiempo a que se relaje, le sobo el abdomen. Lentamente, muy gentilmente,
empiezo a empujar mi cadera hacia delante, sus manos aprietan mis antebrazos,
son mi guía para conocer su sentir. Las afloja un poco y empujo otro tanto, sus
dientes muerden su labio inferior, está con los ojos cerrados, mi glande está
en París. Su brazo me rodea la nuca y me jala a su boca. Me pide sin palabras
un beso. Se lo doy y sigo empujando con ternura hacia su interior, lento,
suave, firme. Cada centímetro de mi erección recorre las paredes de su ano.
Estoy totalmente adentro. Le pregunto quedito que si le dolió, sonríe y me dice
al oído “Un poquito al inicio. Ya no” su aliento caliente me endurece más. Hago lo que sé hacer: entrar y salir.
Sólo unas cuantas veces hacen que París explote. Su leche baña dorso, tetillas,
cuello, barbilla. Le lamo esa última gotita y con la punta de mi lengua se la
deposito en su boca, un beso sella el acto. Le pregunto que si quiere que pare
y me pide que termine. Sigo suave, acompasado, duro, profundo. No lo alargo demasiado
ya que a algunas personas la eyaculación les apaga la pasión. Me mira a los ojos
y sabe que lo estoy gozando, su erección jamás se fue, le aviso que me voy a
venir y me pide que termine dentro, siente mis chorros de leche caliente en su
ano y nuevamente su verga deja saltar su crema; sus mejillas enrojecidas, su
beso colgado de mi cuello, sus espasmos anales me dicen que lo ha disfrutado
tanto como yo.
Al amanecer camino
a casa me dice “si hubiera sabido que se siente tan bien no habría esperado
tanto”. De ahí en adelante Disney dejó de ser el preámbulo de nuestros fajes.
Se quedaba en su cajita mientras ni nos acordábamos de él por llegar directo a
coger antes de cenar. Y después también.
No, no se llama
París le puse así porque ahora desde la ciudad Luz nos damos calor como lo
hicimos las primeras veces: Sólo con webcam.
Espero que algún
día regrese aunque tengamos que ver Cars
2. O 3.
26/Ene/12



