Para ser cabrón se requiere alguien que te complemente.
Pocas veces falta ese alguien.
Carlitos era un viejo conocido, no por la edad sino por el tiempo que llevábamos saliendo juntos de excursión. Él tenía quince ahora tiene veinte y una boda por delante. No, no tiene que casarse, lo hace porque está enamorado, tiene con quien y ese conquien no le afloja si no hay matrimonio de por medio. De buenas costumbres y algo tímido decide que es la mejor manera de hacer las cosas. Cositas.
Buga en todo el sentido de la palabra jamás se me ocurrió atreverme a tener algo con él. El antojo siempre estuvo, la amistad por delante aunque una que otra masturbada se la dediqué regresando de alguna excursión.
Sin aviso previo toca a mi puerta un sofocante viernes por la tarde, me trae la invitación y gratos recuerdos. Saco unas cervezas del refri, el calor y la ocasión lo ameritan. Recuerdos vagos, confesiones leves e ideas raras. Está más alto, más fornido, más encamable, más cogibele, pues. No, no debo. ¿O si?
Pregunto si ya le hicieron su despedida de soltero, se sonroja y dice que no, anda apurado con los preparativos, entre broma y en serio le pregunto si quiere le organice una así en caliente.
— Pero tendría que ser aquí, el coche no anda muy bien –miento–, ¿Qué dices? ¿Las pedimos?
— ¿Y cómo o qué?
— Pues hablo a las que se anuncian el en periódico, pido dos y pruebas dos. Claro, yo también, finalmente yo pago.
Le brillan los ojitos, a mí otra cosa. ¿Debo?
Salimos a un teléfono público porque el mío no funciona –miento de nuevo–, marco y pido dos. Pasamos por más cerveza y regresamos al depa. Un six después las féminas no llegan. Regresamos al teléfono y me dicen algo que yo ya sabía: si no tienes número local no hay servicio. ¿Debería?
Es más noche, le pregunto que si terminamos de chuparnos, las cervezas, claro. No vamos a un congal porque ya tomé bastante -sí, vuelvo a mentir-. Y accede. Creo que sí debo.
— Aguàntame deja me doy un baño, hace un chingo de calor.
Y me espera en el sofá de la sala viendo un periódico aburrido.
Salgo sólo en toalla, mi pecho desnudo y marcado le sorprende, masculinamente tomo una cerveza la abro y la vacío de un trago. Al terminar, levanto la lata y brindo: Por el novio… virgen.
Ríe nervioso pero abre otras dos cerveza.
Me siento a su lado, sigo sólo con la toalla. Hay tensión pero más alcohol. Sí, seré un cabrón.
Bebe y por el rabillo de ojo me ve la pierna que sobresale de la toalla a muy temprana altura. Separo las piernas, me agarro el paquete cual buga vestido de vaquero. Paso el brazo por el respalado del sillón y hablo de viejas, cogidas, orgías y cosas así de cachondas. Se inquieta. Va bien.
Es tarde, se quiere ir, le digo que ya no hay camiones, que se quede, pone de pretexto a su madre, que le marque, su trabajo, yo lo llevo, el espacio, sobra piso. Accede. Le presto un shorts lo más aguado posible, se fue a bañar y ahora está a mi lado.
Más cerveza y un colchón inflable nos hace cómoda la noche. Más plática cachonda y marcha mejor de lo que imaginaba. Ya sabes, él termina diciendo: Neee, chúpame esta, wey. Y no espera por respuesta un seguro, firme y retador: Te rajas.
Se hace un silencio tenso que rompo con un leve roce de mi perna con la suya. El contacto está hecho, falta lo demás.
— ¿A poco si me la chuparías? —la voz nerviosa incrédula pero ansiosa.
— Si te dejas sí
— ¿A poco te gustan los vatos?
— Sí, los vatos también —un roce más firme y la piel se siente caliente—. Yo agarro parejo.
— ¿A poco sí?
Un apretón de webos es la respuesta y no sé por qué no me extraña que el niño ya esté erecto. La tensión, la plática, el deseo, las cervezas, sus ganas de probar, mis ganas de coger, la suave cama, el duro falo.
Trato de bajar el short pero repentinamente me detiene, me advierte: No soy como todos. Yo tampoco, le aseguro. Sólo tengo uno. No importa, funciona igual. Y ciertamente, tener sólo un testículo no evita gozar erecciones ni te hace tener hijos a medias. Se calma mientras siente el calor de mi boca, lo relajo y todo fluye. Es raro probar uno donde debería haber dos, pero como dice alguien: no porque tengas la lengua más grande la comida te sabe mejor. Eso no aplica a otras partes del cuerpo.
Lo ha gozado bien y disfrutado mejor, le pido que se ponga en pie y le hago reverencia, no está muy dotado pero es su despedida de soltero. Se sienta en el sillón y lo saborea, le pido que se gire y me obedece, se expone a mi lengua y lo disfruta. Por unos momentos… Segundos después él y la situación dan un giro inesperado.
— Eres un puto maricón. ¿Quieres que te coja o qué? —el tono, la fuerza de su voz y de su puño apretando mi antebrazo me sorprende. Me ha puesto en pie.
— ¿Quieres, cabrón, quieres que te coja? ¿Quieres que te parta tu madre? —su otra mano sujeta mi garganta con fuerza, me voltea y me pone contra el sillón, me tuerce un brazo, me acerca su erección y empuja con fuerza. Si me dejo no sería violación, pero no me gusta el asunto. Se está poniendo demasiado violento y esto puede pasar a más.
— Empínate, puto, empínate para que te la meta ¿eso es lo que quieres? ¿eh, cabrón, eh?
— Eh, wey, bájale de webos, que los vecinos pueden escuchar.
— Pinche maricón de mierda —el empujón lo atajo con fuerza y va de regreso, le tengo que demostrar que conmigo se chinga. Le sujeto las muñecas por sobre su cabeza, lo recargo contra la pared, su respiración agitada, los ojos de ebrio, su cuerpo bañado en sudor, mi aliento cerca de su cara, mi erección rozando la suya. Sin palabras el contacto de los cuerpos le calma el coraje pero no la lívido. Lo froto, le gusta, le suelto una muñeca y se queda quieto, le acaricio el pecho, el cuello, lo disfruta, le bajo la otra muñeca y lo guío a mi verga caliente, se resiste pero finalmente la toma, siente su firmeza y su calor, con la otra mano y con más timidez busca mis testículos, los acaricia, se pregunta que se sentirá tener dos, ahora él lo sabe. Los tiene en su mano. Si vas a hacer algo malo por lo menos hazlo bien. Le empujo suave la nuca hasta ponerlo de rodillas, lo hace, su boca caliente me parece un sueño, un premio bien ganado después del cirquito de hace un momento. Me besa las bolas con cariño, me acaricia los muslos velludos, me está prendiendo. Es mi turno, con fuerza lo volteo y lo pongo en el sillón, está listo pero no sé si aguante: me vale madre, se la acerco erecta, y busco sus honduras, gime, se tensa, me vale, escupo en mi mano y la saliva vuela a la cabeza y a su ano, con fuerza lo penetro, se quiere sacar pero un jalón de cabellos lo mantiene en su lugar y en esa pose. Estoy adentro, hay culos calientes pero este se lleva el premio, me aguanta y empiezo a empujar, gime muy fuerte –mentí, no hay vecinos– me encantan las combinaciones imposibles: adoro cogerme hombres, amo la virginidad. Dudo que esto sea un sueño etílico o una encabronada realidad. Está de perrito en el sillón, estiro mis brazos y los meto entre los suyos y su torso, mis manos acaban en la base de su nuca y lo jalo hacía mí, una vez en pose mis manos lo toman por los hombros, no lo dejo que se retire y eso hace mi penetración más firme. Él baja jalado por mí, yo lo empujo hacia arriba. Una llave de luchadores sudorosos y erectos, la pose me prende, la violencia y sus gemidos más. Esto es una reverenda cogida, si él se estuviera resistiendo sería una violación en toda forma. Aprieta genial, nunca me había cogido a un primerizo de esta manera pero pienso que para todo hay una primera vez. Nos venimos juntos.
A media madrugada me despiertan sus violentos reclamos, sus empujones, sus golpes más certeros. Habrá moretones pero habrán valido la pena. No, ya no hay engaño, es la señal que quiere su segundo round.
El amanecer me sorprende llevándolo a un parque industrial a las afueras de la ciudad. Le aseguro que si no quiere que nada de eso vuelva a pasar no pasará. Podemos quedar como amigos si quiere o no vernos más. Nuevos reclamos y gritos y trancazos. Un fellatio en el auto a las afueras de la planta donde trabaja es la sabrosa despedida. Me pide que no falte a su boda.
No, no falté.
Empiezo a pensar que si soy un poco cabrón.