La Guerra de los Clones

"Si uno quiere saber el gran misterio de la fuerza,

la debe estudiar desde todos sus lados"

Palpatine

Episodio I

No necesitas ver los hechos para deducir la historia. Arturo, diecicéis, heterosexual, la casa sola, su propia: camioneta, novia y juego de llaves. Papá en el trabajo, mamá en el suyo, hermano mayor en la escuela, hermana en la propia y Jorge, su hermano gemelo, seguramente puteando en el centro, se nota que es gay. Estoy estacionado frente a mi casa esperando que se termine alguna noticia en el radio del coche, llega la camioneta de Arturo pero no desciende nadie. Hace calor y los vidrios polarizados no me dejan ver quién conduce. Se desespera y decide que no va a posponer más esa deliciosa tarde, baja sin saludar, apenado, y por detrás de su vehículo aparece noviecita, buenos pechos, mirada cachonda, pasos ansiosos. Que bien te las vas a pasar hoy, Arturo.

Finalmente desciendo y me instalo en mi casa, es media tarde así que me ducho, enciendo el clima y me tiro en la cama a ver tv. Y como nunca falta ese cliché, alguien toca el timbre. Voy a la puerta envuelto en una toalla y ya en confianza al saber de quién se trata le abro la puerta.

— Hola, Jorge —lo saludo.

Claro que lo dejé pasar a esperar que su hermano gemelo termine de cogerse a su noviecita. Estamos en mi recámara yo recostado en la cama vistiendo toalla bulto incluido, tatuaje nuevo a la vista de mi cadera y él sentado, muy propio, en el sofá viendo el discoverychanel. Lo observo. Es muy lindo de su cara, pelo crespo profundamente negro, tez muy blanca, playera sin mangas, brazos marcaditos, pantalones largos de basquetbolista, pantorrillas peludas, tobilleras cortas, tenis grandes. Ojos a mí. Sintió mi mirada que le sostengo más de lo que puede soportar, regresa a la pantalla. Un extraño baño de adrenalina recorre mi vientre. Creo que aquí habrá acción.


Episodio II

Creo que aquí habrá acción. Otra vez. Hoy, como hace dos meses, Arturo se coge a su novia y yo me cojo a Jorge. Quiere un tatuaje, sabe que a eso me dedico.

Hoy, como hace dos meses, estoy en toalla y el en el sofá, en la tele no está el discovery sino una porno, y no buga como la segunda vez que vino, sino gay como tanto le gustan a él. No viste sino lo mismo que yo, una toalla. Lo mismo que yo, erecto, lo mismo que yo, caliente.

Hoy, como hace dos meses, empieza a sobar el visible paquete que deja ver el pedazo de tela que me cubre, su pedazo de carne tieso se dibuja levantando su toalla, de un leve tirón esta está en el suelo, de un delicado jalón ha descubierto mi tesoro. Hincado en el piso se prende cual becerrito hambriento. Se ha superado, ya no mete los dientes, sabe aprovechar su lengua caliente, no se olvida de mis testículos, lo hace bien sin llegar a ser genial. Ya llegará. Le digo que piense bien lo del tatuaje.

Hoy, como hace dos meses, le pido que se trepe a la cama sin dejar su tarea, obedece y me pone el culo en la cara, lo admiro pero no por mucho tiempo, paso a deleitarnos, ese gemidito inesperado me la endurece más y toco sus anginas. Se ve, sabe, se siente, huele, hasta se oye, delicioso ese esfínter, pronto será mío. Mientras mi lengua nos da gusto. A él. A mí. Le sugiero que pruebe con uno de henna.

Hoy, como hace dos meses, le enseñaré una pose nueva. Le he pedido que se recueste en el sofá, exacto, así, con el culo al borde del mismo y las piernas al aire. Sigo saboreando ese precioso y aún apretado orificio. El angelito está donde pertenece, en el cielo. Sus ojitos cerrados, ese esfínter abriéndose y cerrándose me cuentan que está más que listo para lo que ya sabe que sigue. Solo estira el brazo y me pasa lubricante y condón. Solo guía mi falo erecto a la entrada de su ser. Juntos hacemos el amor y me recibe con placer. Gime leve, aguanta los embates, se retuerce mostrándome el botoncito de su ombligo en medio de un torso lampiño, me pide más fuerza, más velocidad, incluso, pienso, más violencia. A mi niño lo que pida. Me pide un beso, me agacho a dárselo y se cuelga de mi cuello, me dice en voz muy bajita “cárgame” y su peso es nada cuando lo tengo penetrado, me señala con su cabeza el espejo, quiere ver como es cogido. Camino con el montado, me abraza con piernas y brazos, su boca succiona la mía, su culo mi falo. Nos vemos cogiendo en el espejo, es tan excitante. Yo se lo haré.

Episodio III

Hoy, no como hace tres meses, hemos cogido más que de costumbre, cuatro. Y queremos más. Platicamos. Quiere otro tatuaje, el anterior ya se borró, le advertí que no se lo mojara. Lo abrazo por la espalda. Nuevamente se los haré. Me cuenta que es bisexual, me empiezo a erectar; dice que su hermano gemelo, Arturo, le da chance de cogerse a sus chavas, me acomoda entre sus nalgas; Los tatuaré a él y a su hermano, si no las tipas se darían cuenta. Ellas no notan la diferencia por lo parecido que son, empujo leve; y cogen, suspira; Los tatuajes ayudan. Idénticos. Cada martes se las coge él, empujo más; cada jueves su hermano, entra la punta; y como hoy es jueves Jorge viene conmigo, estira sus brazos me acaricia el cuello; Le gustan mucho las niñas, entra toda; nunca dejará de venir conmigo, promete, se estira y aprieta mis antebrazos; Pregunto si Arturo… grita quedito; niega, se mueve él solo; “te lo quieres coger” ríe, me monto sobre él; “¿jala?” pregunto, me muevo más aprisa; muerde la almohada mientras niega con la cabeza “es buga, nomás con viejas”, de nuevo de lado. Me doy cuenta que se ha venido. Duerme. Empiezo el tatuaje en su espalda baja. Con un agregado especial. Sólo para él. Henna.


Episodio IV

Jueves sin romper mi rutina se rompe la de ellos, llegan ambos a su casa, juntos sin la novia de Arturo. Diez minutos más tarde se abre la puerta de mi casa, Jorge sabe que está abierta, y se encamina al sofá. Saluda, se desviste, me desviste, se arrellana en un extremo del sillón y me pide que sea su espejo. El tatuaje en su cadera compite por mi atención hacia su falo. “Sígueme”, pide. Obedezco. Se masturba con la izquierda yo con la derecha. Reflejo. Tocamos nuestras plantas, nos la jalamos al mismo ritmo, separa sus rodillas, me muestra el culo, me pide lo propio, lo sigo, se prende al ver mi tesoro, se masturba con fuerza, me pide que yo mande ahora, lo hago y pongo mi ritmo, me pico el culo y hace lo propio, cierra los ojos, me acaricio los pectorales, me estiro los vellos púbicos. Reflejo. Las erecciones no pueden estar más duras ni más dispuestas, cruzo el cristal, me acerco, lo abrazo, me besa, nos fajamos, lo volteo y le paseo mi verga entre sus nalgas le recorro el trasero sobando su ano, me percato de algo sin decir nada. Seguimos. Lo penetro de perrito en el sofá, lo goza con gritos, le jalo el cabello y pregunto “¿Te gusta, Arturo?” Asiente, gime, se viene, explota. Duerme.


Episodio V

Tomo su celular y envío un mensaje de texto “¿Puedes venir? Ya nos descubrió. Quiere 3. Puerta Abierta”

Empieza a anochecer apenas hay luz. Entra Jorge. Sí estoy seguro que es Jorge porque a Arturo me lo acabo de coger, no tenía la marca extra que le hice a Jorge. Sigo el juego y le hago una señal para que no despierte a su hermano. Lo beso y se prende, su ropa desaparece faje a cien. Nuevamente el sofá es mi aliado. Lo tengo empinado y enculado. A oscuras mis embestidas mueven la cama. El soñador despierta con cara de asombro, le hago la misma seña, su hermano no se ha dado cuenta que él ha despertado. Le pido que se acerque, me besa, lo acaricia, se prende. Arturo se pone en pie y se une a la batalla de las lenguas. Faje, caricias, doble de cuerpo. Suertudo yo. Ambos en el sofá, penetro a uno, se besan, se la saco y penetro al otro, se siguen besando. Me los cojo en forma a los dos. Finalmente uno de ellos quiere aprovechar mi vulnerabilidad. Cojo de lado. Sí. Me penetra. Me coje de lado. Normalmente no me dejo coger. O no me lo piden. Pero en esta lujuriosa cama me vale reverendamente madre todo. Aparte de que se mueve genial. Ambos.


Episodio VI

El trío más perverso que haya hecho en mi vida termina con todo mundo penetrado. Incluyéndome. Incluyéndolos. Entre ellos también. Ver a dos gemelos cogiéndose entre sí es una sensación de estar tras el espejo de Alicia viéndolos coger como conejos. Los tres cansados en mi cama.

Antes de despedirse:

— Sigues sin saber quien es quién

— Tengo manera. Te dije Arturo y no me corregiste.

Sonríe maliciosamente y agrega— ¿Apuestas?

Seguro de ganar les digo que si se empinan ambos en el sofá sabré distinguirlos. A Jorge le puse una manchita de henna justo abajito del culo.

“Va” Dicen mientras sonríen y se bajan las bermudas empinándose nuevamente sobre el sofá. La luz no los deja mentir. Ninguno de los dos trae la manchita. Ya me perdí. Nunca sabré quien es quién. De seguro se la borró intencionalmente. Nunca sabré desde cuando me cojo a los dos.

“La guerra de los clones también se da en casa. Cuando quieras venir” Uno me cierra el ojo y el otro me sonríe.

Los envidio. Jamás les falta a quien coger.

Putos.

Lluvia

La lluvia pone triste a mucha gente.
Ayer a mí me puso feliz.


Eran como las ocho de la noche, las calles oscuras por la lluvia y los charcos pero iluminada por una cara angelical al refugio de una parada de camión. El cabello empapado, la ropa mojada y algo inusual: estaba descalzo con unos tenis que parecían nuevos en la mano. Pies pálidos y delicados.


El consabido ritual. Una vuelta despacio en mi carro y las miradas escrutadoras, una segunda vuelta y lo aseguras, la tercera ya está arriba.


--¿A dónde vas? -- A mi casa (Suertudo yo)

--¿Quieres un raid? --No sé. (Ya chingué)

-- Súbete te llevo, voy para allá. --Bueno. (Suertudo él)

-- ¿Qué edad tienes? --Dieciocho (Juras, para mí es igual. O mejor…)


En realidad tiene frío, está temblando pero con los tenis en la mano; son nuevos y no quería que se le mojaran, los camiones no lo querían llevar descalzo, le ofrezco una toalla de mi mochila de natación, la acepta pero sigue titiritando, le sugiero ir a la casa por ropa seca, lo piensa, le digo que mi casa está más cerca que la suya y acepta. Va bien.


Entramos a mi depa y no finge, le castañean los dientes. Le digo que se saque la playera y le doy una toalla grande, seca y tibia. Se calma un poco. Le pregunto si le incomoda que me desvista delante de él y no contesta. Eso lo tomo como un “no”. Me quedo en boxers apretaditos, se me ve bien el bulto y lo nota; se sienta en la cama y le toco el pantalón, está empapado. Le digo que se lo quite y se meta entre las sábanas mientras se seca su ropa; me pide que no lo vea (ja), se acuesta a mi lado y su trusa mojada me toca la pierna. Está helado. Le sugiero lo obvio y acepta.


Ha quedado desnudo en mi cama temblando la mitad de frío y la mitad de nervios. La sola idea me pone erecto. Le pregunto, de nuevo, si le molesta que yo quede igual que él, desnudo, y me dice que no sabe. Acepto.


Con toda la ternura ofrezco abrazarlo para quitarle el frío, tiembla más pero ahora ya no puedo asegurar por qué, accede y se acurruca en mis brazos, lo envuelvo con un abrazo tierno y lleno de tibieza. Recarga su cabeza en mi pecho y posa una mano en él cerca de su cara. Siente mis pectorales y yo su respiración, él mi enhiesta erección y yo su incipiente reacción. No puedo evitarlo. Se da cuenta y se repega más. Todo es lento y tibio, el calentador eléctrico ayuda a caldear la fría habitación.

No pronunciamos palabra mientras lo abrazo y siento que deja de temblar, tímidamente roza mi pezón y eso me pone más duro, su buen trozo de carne caliente se ha puesto como roca, la acomoda entre mis piernas. Ni una palabra, sólo respiraciones profundas, pausadas, tibias. No puedo terminar de creer mi buena suerte mientras observo aquel niño en mis brazos, su cabello lacio ya seco y sedoso. Sus labios rozando mi pecho, mis dedos deslizándose en su espalda.

La temperatura ha subido: la de él, la de las sábanas, la mía, el cuarto entero, nos estorba el cobertor, lo lanzo al piso, el resplandor del calentador apenas ilumina su cuerpo delgado y lampiño, su pubis pide atención que no tardo en darle con toda inocencia deslizo mi lengua por sus vellitos sin estrenar y su espalda se arquea mientras eleva un gemido de placer que me hace ansiar lo que nos espera.


Me calmo a mí mismo, un platillo delicioso no lo debes comer con prisa, debes saborear cada textura –sus testículos suaves–, cada aroma –el tesoro entre sus nalgas–, cada sabor –su miembro a punto–, cada sonido –sus gemidos apenas audibles–, cada color –de su piel bronceada donde da el sol a la más clara donde no– y ahí es justo donde más me entretengo, su pene, sus pedacitos de carne, el corto camino a su ano tapizado de suaves vellitos, mi lengua horadando ese tesoro, sus gemidos más fuertes, ya no soporto, mi pene pide calor, le elevo las piernas exponiéndolo todo a mí.


Le pido que ruede, que se agache, se hinque, se abra, que mame, que se exponga, que me acepte. Todo, todo lo obedece y esa sumisión me pone ardiendo, no se niega ni se queja, mi erección entre sus suaves nalgas se da gusto recorriendo el camino pero sin macular su inocencia. Me pongo de pie al lado de la cama, él de perrito y yo he lubricado, dilatado y cachondeado su tesoro con mi lengua, lo siento listo, le doy un leve empujón y ese gemido me enloquece. Calma, es nuevo, sus manos arrugando las sábanas me lo dicen. Muy a mi pesar saco un condón y el lubricante, le debo facilitar las cosas en correspondencia a que me está facilitando todo lo demás.


Lo penetro firme pero muy, muy suave y despacio, gime y se tensa, me detengo mientras siento su culo aprisionando la base de mi glande, respira hondo y se relaja, me da paso, empujo suave, lento, muy caliente, me deja entrar, me ha aceptado todo, me sorprende el grosor de la base de mi verga sobresaliendo de su culito apretado, se relaja pero siento su virginidad a lo largo de todo mi tronco, empiezo despacio el movimiento de vaivén, se acopla, me recibe, lo goza, más rápido y siento su erección. Gime suave.


Un rato así y me dejo caer sobre él, siente mi peso aprisionándolo contra el colchón, empujo y toco sus entrañas, lo tomo de los hombros, gime, gime, gime, lo pongo de lado y le levanto una pierna, entro completo y me resbalo hacia afuera, arremeto de nuevo y a cada embestida su correspondiente gemidito. Más erecto no puedo estar. En esa posición siento en mis brazos que lo aprisionan la sorpresa de su orgasmo, él no lo sintió venir y yo me percaté de ello con mis humedecidos antebrazos y mi sofocado pene.


Pocas veces me vengo en un condón pero esto lo ameritaba, chorro tras chorro, lo siento llenarse, a él, al preservativo. Después. Ambos respiramos tranquilos mientras mi erección se pierde entre sus carnes lo mismo que su virginidad entre las sábanas. Un abrazo tan tierno como interminable. Acaricia mis brazos sin liberarse de mi abrazo, respira suave y suspira. Me besa las manos y yo su nuca, me estoy erectando de nuevo y lo siente, lanza sus brazos hacia atras y me acarica el cabello, extiende su torso y me presiona con su espalda. No me muevo pero él sí. Aprende rápido.


He quedado mirando el techo y él, a horcajadas, me monta dándome la espalda, lento pero con ritmo, lo hago que se gire, me ve de frente y uno de sus mechones acaricia mi frente, sus ojos entrecerrados me cuentan de su placer, su boca entreabierta mezcla su aliento con el mío. Más. A cada empujón lo elevo al cielo, lo agradece con una sonrisa tan linda y cachonda. Su pelo. Me enderezo hasta quedar sentado y nos fundimos en un abrazo de besos, brazos, piernas, miradas y erecciones. Me inunda el abdomen y el preservativo soporta. Nos fundimos.


Lo he dejado a una calle de su casa, tú sabes, los vecinos; me dice: lo que más le ha gustado de todo es que me preocupé por hacérselo con protección. Bendito condón repleto. Dice que jamás lo había hecho, pretendo creerle, pregunto si se repite y me da su correo en una hoja de papel. Lo guardo y llegando a la casa sonrío por suponerme tan inocente.


Jamás lo agregué, jamás lo he vuelto a ver. bartsimpson@hotmail.com. Ja.


Me encanta ver nubes en el cielo.